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Teruel, de Cenicienta a hada
(Bello, 1963) /
Historiador y periodista
Por extraño que ahora –diciembre de 2117– nos
pueda parecer, el extraordinario momento demográfico que vivimos (Teruel cuenta
por vez primera, a lo largo de toda su historia, con una población superior a
los 300.000 habitantes) no es sino la materialización de aquel gran proyecto de
futuro que se vislumbró para nuestra tierra hace ya casi dos siglos, en el año
1923. Pero entonces, el que iba a ser el tren de los sueños para Teruel: la
capital aragonesa convertida en el más importante nudo ferroviario de España,
quedó –como las ballenas de Sender– varado en tierra antes de comenzar siquiera
su andadura. Sin embargo, a lo largo de
estos últimos cien años, Teruel ha actuado con una modélica e insuperable resiliente
sabiduría (muy acorde, por otro lado, con la serena dureza de esta tierra y el
carácter amable y emprendedor de sus gentes), hasta encontrar el camino de
regreso hacia aquel esperanzador futuro. Y con tesón, lo ha puesto de nuevo en
marcha, convirtiéndolo en realidad.
Sin embargo, para poder valorar mejor este
magnífico momento, haremos antes un
breve repaso a la evolución demográfica que caracterizó a la provincia de
Teruel durante los dos siglos anteriores. Desde que en noviembre de 1833 el Secretario de
Fomento, Javier de Burgos, procediera a la división provincial del Estado
español, Teruel casi siempre se significó
por ser la provincia con menor número de
habitantes, solamente sobrepasada, en el XX, por la también semi-despoblada
Soria. Durante aquel siglo, sólo en el año 1910 logró Teruel superar la barrera
de los 250.000 habitantes, representando entonces el 27% de la población
aragonesa y el 1,3% de la española. Unas cifras, no obstante, desalentadoras,
por cuanto esto significaba que siendo Teruel una de las más grandes provincias
de España (con un total de 14.785 km2 que suponían casi un 3% del territorio del Estado), su
densidad de población apenas superaba la mitad de la media aragonesa (que se
situaba en torno a los 25 habitantes por km2)
y era seis veces inferior a la media española (75 habitantes por km2).
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Diciembre de 2017. Teruel cuenta, por vez primera, a lo largo de toda su historia, con una población superior a los 300.000 habitantes. Montaje de Raúl Martín Navarré |
Y en el XXI las cosas tampoco comenzaron bien
en cuanto a datos demográficos para nuestra provincia. Cuatro años antes de que
comenzara el nuevo siglo, en 1996, el Gobierno de Aragón había impulsado un
novedoso plan de organización comarcal que tenía como fin conseguir una mejor y
más eficaz gestión del territorio. El proyecto había dejado estructurada a la
provincia de Teruel en 10 comarcas, que supusieron un momentáneo revulsivo poblacional. Pero aun
así, el número de habitantes siguió decreciendo hasta situarse, en 2005, en
141.000 personas.
Precisamente, para sensibilizar al Estado sobre
esta situación de constante goteo migratorio, en 1999 se había formado la plataforma
popular «Teruel existe», pronto muy conocida
en toda España, y que aun ahora se sigue estudiando en los video-libros de Historia de Aragón. Sus reivindicaciones
ponían el acento en la dejadez que el Gobierno de la nación demostraba hacia
Teruel, tal y como reflejaban las bajas inversiones en materia de comunicaciones y de sanidad, en la provincia. Poco cambió, sin
embargo, la situación demográfica turolense aquel movimiento reivindicativo,
por cuanto Teruel seguía, año tras año, perdiendo población hasta bajar, en
2016, a los 136.260 habitantes.
Pero
cuando las perspectivas parecían más aciagas y adversas, Teruel supo hacer de
la necesidad virtud, y aprovechar la crisis económica por la que atravesó
España durante las tres primeras décadas del siglo XXI, para convertirla en su
gran oportunidad de desarrollo. La clave estuvo, sin duda, en que Teruel dejó de ser una tierra de
producción y exportación pasiva de energía (el hierro de Ojos Negros, el lignito de las Cuencas Mineras, y la energía de las centrales
térmicas de Aliaga y Andorra, cuya productividad salía toda hacia afuera) a
receptora activa de la misma. La riqueza energética dejó de salir de Teruel y se
quedó dentro del territorio, para dar vida a su naciente y pujante industria
turística, cultural, deportiva y ambiental.
Lo que
había ocurrido para que se produjera tal vuelco fue, en primer lugar, que como
consecuencia de la crisis en las hasta entonces tierras prósperas del norte,
Teruel vio drásticamente frenada la secular tendencia migratoria que la
desangraba poblacionalmente. Al mismo tiempo, la juventud turolense volvió a
los pueblos de sus padres y abuelos, donde además de cultivar las tierras de
sus antepasados, impulsaron nuevas estrategias de desarrollo y empleo basadas
en el respeto a la naturaleza y el medio ambiente. Tal es así que a día de hoy,
Teruel es la provincia de España que cuenta con mayor número de eco-museos, y
zonas de avistamiento de aves (muy especialmente en el vasto humedal de la Laguna de Gallocanta).
Por otro lado, la decidida apuesta inversora
para la dinamización del rural turolense (por parte de los gobiernos central,
autonómico y provincial), permitió que a comienzos de la década de 2020
llegaran a Teruel cientos de inmigrantes que habían huido de la guerra en
Siria, así como de africanos subsaharianos que buscaban en nuestro país un
futuro mejor para ellos y sus familias. Un futuro que en sus países de origen:
Siria, Nigeria, Camerún, y Guinea Ecuatorial –principalmente– no podían
encontrar. De este modo, la entonces envejecida población turolense (el 60% de
sus habitantes era mayor de 60 años) se vio reforzada con un aporte joven
interno (el de los hijos que decidieron regresar a los pueblos de sus mayores –incluso
a decenas de pueblos que habían quedado abandonados–) y otro externo, cuya
armoniosa conjunción otorgó renovada vida a la provincia de Teruel.
Ahora, después de cuatro generaciones, en la
provincia es muy común que junto a apellidos tradicionalmente históricos, como
los Royo, Quílez, Fuertes, Peribáñez, Cañada…, aparezcan otros que un día
fueron extraños: Obono, Ndong, Shajid, Maalouf, Jianu…, pero que en la
actualidad son parte esencial de la identidad de nuestra tierra.
Fue así
como, allá donde otras naciones vieron en los desplazados problemas y
decidieron levantar barreras para impedir su llegada, los turolenses otorgaron
a los inmigrantes todo tipo de facilidades para que pudieran encontrar en la
provincia un hogar y un futuro dignos, igual que ellos lo habían buscado en
tierras lejanas durante los dos siglos anteriores. Porque las personas son y serán hasta el final
de los tiempos, el más preciado bien del
universo. Aunque, paradojas de la vida, la humanidad sea la primera en no ser
consciente de la infinita felicidad que le ha sido regalada.
Y Teruel, capital mundial del amor, siempre
supo que no hay mayor tesoro que el de las personas que trabajan, cual cenicientas,
buscando la verdad y la belleza, y contribuyendo al bien común. Ellas son las
verdaderas hadas de los cuentos que hacen que los sueños se conviertan
en realidad.