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Las palabras son creadoras de ideas y de pensamientos, y estos a su vez, generadores de actitudes, capacidades y actuaciones Dibujo: Fernando Negro Marco |
No es de andar por casa, sino exclusivo
(no inclusivo) el lenguaje electoral, por cuanto tiende a reforzar los mensajes
identitarios en armonía sectaria con quienes los comparten, a la vez que lo es
de frontera, en cuanto se esfuerza por levantar muros sentimentales respecto a
quienes sostienen ideas diferentes.
Así mismo la
comunicación en estos casos, lejos de resultar amable y conciliadora, se
esfuerza por estigmatizar al oponente, en una doble línea de acción: por un
lado, a través de la difusión de palabras-fuerza negativas para que calen en la
opinión pública, de manera que por sí mismas estructuren una idea negativa del oponente;
y en segundo lugar, por el constante lanzamiento de mensajes positivos de auto reafirmación
moral, que si bien escapan, la mayoría de los casos, de los problemas reales,
se adentran en la esfera de los valores morales universalmente aceptados por
todas las sociedades avanzadas.
Y en este terreno de la comunicación ocurre a menudo que el mensaje, lejos de ser intérprete fiel de los deseos mayoritarios de la sociedad a la que se dirige –por otro lado, muy fáciles de pulsar a través de las encuestas de opinión– tiene como fin principal, no el de adecuar los programas a las demandas sociales, sino al contrario: conseguir que la sociedad acabe por asumir aquellos como propios y necesarios. De este modo, los candidatos muestran a menudo un gran interés por que el debate se centre no en la realidad, sino en la imagen interesada que de ella proyecta cada opción, apelando no a la razón de la ciudadanía, sino a sus emociones.
Y ahí radica una de
las grandes perversiones del lenguaje electoral: en el giro copernicano que
pueden llegar a tener sus posicionamientos postelectorales. Cuestión, por otro
lado, que amén de datos estadísticos y de réditos electorales, no es ajena a
los necesarios y posteriores pactos de gobernabilidad, marcados por la más pura
aritmética parlamentaria emanante de nuestro sistema electoral, regido por la
Ley D´Hont.
Por lo demás, los
candidatos en campaña asumen la función de auténticos profesores y esforzados maestros
(cuales docentes en sus aulas) en instruir y difundir la pedagogía política que
su formación pone en escena en sus actos electorales. Por lo tanto, cada una de
las palabras que los candidatos pronuncian en los mítines, no son fruto de la
improvisación ni del azar, sino de una cuidada selección por parte de sus
asesores de campaña, sabedores de que –como señala la lingüista catalana María
Ángels Viladot– “las palabras son la creación de un universo de significados
que identifica la personalidad, moldea las interacciones de las personas, y
construye una realidad particular”.
Mas a la postre, es
preciso que la comunicación (término que en sus orígenes significa “compartir”)
sea efectiva y real en los Gobiernos y que tanto las palabras como las
actuaciones de los gobernantes respondan a los ideales de universalidad, unidad
e integración de la ciudadanía, a cuyo conjunto general de la nación
representan, ya que se sustentan en la soberanía y expresión democrática de su
voluntad, que en el caso de España, emana de la Constitución de 1978.