Talleguillos, zarragones, mamarrachos y madamas
Luis Negro Marco / Zaragoza
El dios Momo,
rey del Carnaval –Carnestolendas– es la
personificación del sarcasmo, la agudeza, ironía y desenfreno. En la Grecia antigua Momo era el dios
de escritores y poetas, y se le representaba con máscara y un bastón rematado
en una desorbitada cabeza, símbolo de la locura. Ya citado por Gracián en “El
Criticón”, de la raíz Momo deriva el
nombre de los carnavalescos “momochorros”
de la localidad navarra de Alsasua, y
los “mamarrachos” de algunos
Carnavales de Guinea Ecuatorial. Pero el “Entroido”
(con el significado de entrada en la
época de Cuaresma, así se denomina al Carnaval en Galicia) de España más
madrugador es el de la localidad cántabra de Vijanera de Silió, que se celebra
el 5 de enero. Es entonces cuando aparecen los “trapajones” (personificaciones de distintas especies de la Naturaleza ) y de los “zamarracos”,
personajes andrajosos ataviados con extraños ropajes, pieles de animales, y
máscaras de índole diversa. Se hacen acompañar de campanos amarrados a la
cintura para que suenen y ahuyenten con su ruido a los malos espíritus. Y persiguen a los vecinos
con la intencionalidad de zurrarles con sus zarrapos
hasta conducirlos hasta fuera de los límites de la localidad. En los Carnavales
de la localidad turolense de Luco de Jiloca, a unos personajes
prácticamente
idénticos se les denomina “zarragones”;
una fiesta que con el mismo nombre (“zarragones
y “madamas”) también se celebra en la
zaragozana localidad de Villar de los Navarros. La festividad
de Carnaval está vinculada a ritos ancestrales relacionados con la agricultura,
la sexualidad, y la inversión del orden social establecido. De ahí la
proliferación de máscaras y
disfraces. En esta fiesta confluyen además las
tradiciones de tres importantes celebraciones romanas: las “Saturnalias” (que tenían lugar en diciembre
en honor al dios Sol, coincidiendo con el solsticio de invierno); las “Lupercalias” (que se celebraban mediado
el mes de febrero para propiciar la fertilidad de los campos y las mujeres); y las
“Bacanales”, fiestas éstas últimas
que los romanos disfrutaban en el mes de marzo en honor del dios Baco, rey de
la vegetación, y como tal deidad asociada a períodos de la fertilidad agrícola
y la sexualidad. Baco llegaba cada año desde el mar, a bordo de un carro, el “carrus navalis”, de donde algunas
fuentes pretenden la etimología de la palabra “Carnaval”. Pero lo más probable
es que derive del italiano “carne levare”
(quitar la carne) ante la inminente llegada de la Cuaresma. Es por lo
tanto, también, una fiesta del consumo de los excedentes de la matacía y por
ello comienza con el jueves lardero,
palabra que deriva del latín “lardus”
–grasa– o también de “lardarius”
–tocinero–. Y es que como bien dice el refrán: “jueves lardero, longaniza en el
puchero”. También día de la fiesta del “choricer”
en Alcañiz.
Pero el
Carnaval también es tiempo de farsa, de comedia y de burla, con
representaciones (“mojigangas”, o “mochigangas” –como la que cada tercerMáscara del Mekuyo Mamarracho, Carnaval de la etnia Combe de Guinea Ecuatorial, cuya fiesta solo se celebra en domingo.- Foto: Luis Negro Marco |
domingo
de enero tiene lugar en la localidad de Mas de las Matas–) que pueden tener su
origen en las “Atellanas” romanas, unas representaciones cómicas en donde unos bufones característicos (“el gordo
y el flaco”, “Papo, el viejo avaro” y otros) hacían reír al público en los
teatros. Y Carnaval es también el tiempo
de las “mascarutas” y “botargas”, personajes estos últimos a modo de peluches gigantes, de
donde viene la expresión “estar abotargado”.Volviendo a
Aragón, en los carnavales de la población oscense de Bielsa aparecen los “amontatos” (personajes que con un muñeco
a la espalda simulan llevar a cuestas a una vieja); las “madamas” (mujeres con trabajados peinados y ataviadas con vistosos
trajes, medias y zapatos de blanco, color que simboliza la virginidad y por
tanto la sexualidad y la fertilidad); el “onso”
(el oso) que baja de la montaña tras su gran letargo invernal; y las “trangas”, similares a los “zarragones”,
con la cara tiznada de negro y cuernos en la cabeza.En San Juan de
Plan el “peirot” (cuya raíz enlaza
con la palabra valenciana “parot” –especie de percha en la que los maestros
falleros colgaban sus abrigos y que era entregada a las llamas en la noche de “la cremá”–) es el muñeco de paja que
representa al Carnaval. A lomos de un burro el “peirot” irá recorriendo libremente las calles de la localidad hasta
que acabe en la hoguera en la noche del Martes de Carnaval. Y en la
localidad de Épila los protagonistas son los “taleguillos”, nombre que recibe el saquito de tela con el que los
participantes en los desfiles ocultan su rostro, desfigurando su voz para hacer
chanza y crítica con la finalidad de divertir a los asistentes. En Zaragoza, este año tras secular ausencia,
llegan de nuevo los personajes de su “mojiganga”,
entre ellos el “rey de gallos” o el “conde salchichón”, que no requiere de
mayor presentación.Llegada la noche de Martes de Carnaval, tiene
lugar la pantomima del entierro de la sardina, funeral pomposamente teatralizado
que anuncia el final de la fiesta y el inicio de la Cuaresma (período de 40
días anterior al Domingo de Ramos) que comienza en el Miércoles de Ceniza. Así,
tras los excesos del Carnaval llega la
exhortación religiosa a la penitencia, a través de la abstinencia de comer carne,
sustituida por el pescado. Por ello a la Cuaresma –con un total de siete semanas hasta el
Domingo de Resurrección– se la ha representado a menudo como a una mujer de
falda abotargada bajo la que asoman siete pies, portando en una mano una pieza
de bacalao seco, y en la otra una cesta repleta de sardinas y hortalizas. ¡Qué
Cuaresma!
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