La mágica noche de san Juan
Luis Negro Marco / Villar de los Navarros
Junto con las de
Navidad y Año Nuevo, es la noche más importante del año y también la que ha
conservado hasta nuestros días mayor riqueza antropológica. En torno al 21 de junio
tiene lugar el solsticio de verano, siendo ése el punto que marca el día con
más horas de luz de todo el año. La situación es contraria a la fecha
aproximada del 21 de diciembre cuando se produce la máxima declinación austral
del sol, marcada por el solsticio de invierno, cuyo día es el que cuenta con
menos horas de luz de los 365 del ciclo anual.
Existe constancia
arqueológica de que desde hace más de 7.000 años, la humanidad conocía ya muy
bien el ciclo solar, así como los
movimientos de los astros. Monolitos, dólmenes y otros monumentos megalíticos
de la Prehistoria ,
tenían así un significado religioso, ligado conocimiento de los astros asociado
a los ciclos de la vida. De este modo,
el símbolo solar, en referencia a la fuerza y la vida, formó también parte de
la mayoría de las culturas y pueblos de la Antigüedad. Y
la celebración de la festividad de san
Juan se debe, sin duda, a la cristianización de una celebración pagana anterior,
Por ello no es casual que la
Iglesia haya establecido el nacimiento de Cristo el 24 de diciembre,
y el de su precursor, Juan el Bautista, el 24 de Junio, los dos ejes
fundamentales y complementarios del ciclo solar.
Y al igual que en
la última noche del año –la de san Silvestre–, en ésta, también las leyendas
nos dicen que salían las brujas, para hacer sus aquelarres en los lugares que tenían
por costumbre. Una cantiga gallega alude al miedo de un mozo a que su novia sea
bruja: “Por ser noche de San Juan, noche
de encantos y brujas, por ser noche de san Juan, te tengo miedo, Maruja."
En tan mágica velada, el agua y el fuego son los verdaderos protagonistas.
Ambos juegan un importante papel simbólico y ritual, pues tanto el uno como el
otro, son imprescindibles, junto a la tierra, para la vida.
Se da la
circunstancia de que en ciertos lugares existía la creencia de que si en la
noche de san Juan se rodaba por la
hierba antes de que saliera el sol, sanaría de sus enfermedades de la piel. Por
otro lado, al baño ritual en el agua, antes de la salida del sol en la noche de
san Juan, se le denominaba "sanjuanada". Los beneficios de este chapuzón
nocturno, quedan reflejados en este canto que fue muy popular en España hasta
mediados del siglo XX: "Día de san Juan alegre, allá a la fuente,
corre moza, vete a lavar, que el rocío y
el agua del amanecer, color de cereza te
han de dar".
Asimismo, el agua
de flores cogidas en la noche de san Juan, curará de los males físicos y del
alma a quien con ella se lave, si lo hace antes de que amanezca, en el día de
san Juan. Y es que son
¿Y qué más clase
de magia esconde la noche de san Juan? Pues, por ejemplo, que las jóvenes que
tengan varios pretendientes, y no sepan bien a quién elegir, esta mágica noche
les da la oportunidad de optar por la elección correcta. Solo han de coger tantos trocitos de papel como muchachos las
pretendan, y escribir en cada uno de ellos las iniciales de los nombres de sus
galanes. Después, deben cerrar bien esos papelitos y colocarlos en una jarra de
agua –no hay que olvidarlo, ¡solo en la noche de san Juan! – y ya solo resta
esperar hasta instantes previos al alba. El papel que esté más abierto, será el
del pretendiente que se habrá, sin duda alguna, de elegir.
Por otro lado, bien es sabido que hay
muchas “fuentes santas”, por lo general junto a las ermitas más importantes de
cada pueblo (como la milagrosa Fuen Santa de la localidad turolense de Villel).
Pues bien, antiguamente también existía la creencia en torno a ellas de que durante la noche de san Juan adquirían aún más virtudes que durante el resto del año. Por ello en esa noche eran enramadas con arcos de palma, ramos
verdes, y flores.
Sin embargo, el gran protagonista de la
fiesta y noche de san Juan, es el fuego. Antiguamente, el encendido de la
hoguera, tenía un carácter casi
sagrado, rodeado de respetuoso silencio hasta que, silueteadas en la negrura de la
noche, se manifestaban las primeras llamas, recibidas con aplausos y gritos de
alegría por los en torno a ella congregados. Y a continuación, el ternasco, las
morcillas, el morro de cerdo (cada vez más generalizado es también el consumo
de sardinas) asados en las parrillas que se arrimaban al calor de las brasas y
el chisporroteo de las purnas sobre la ceniza. Y además, claro está, buen y
recio tinto, dosificado en fino chorro de la
bota de vino, y por supuesto, la alegría,
la música y el baile.
Y
como colofón, para los más animados y atrevidos, cuando la hoguera quedaba
reducida a un círculo de rescoldos, llegaba el salto de la hoguera. Quien lo
ejecutaba, debía hacerlo entonando al mismo tiempo alguna canción que sirviese como amuleto para alejar de
él los malos espíritus; así lo más frecuente era ejecutar el salto gritando:
"te salto, hoguera de san Juan, para
que no me ataque ni culebra ni can". Pero también las mozas podían saltar,
para arrebatar el corazón de los muchachos a quienes amaban, así como las personas
que padecían enfermedades de la piel, para sanarla.
Por
todas estas cosas tan bellas, hermosas y mágicas que solo se dan en la noche
y durante los primeros rayos del día de
san Juan, antiguamente se cantaba: “Mañanita
de san Juan, la de más alegría, porque baila el sol cuando nace, y ríe cuando
cae el día”.
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