El bien de los ancianos
El
respeto y veneración por los ancianos se remonta ya a la Humanidad prehistórica.
Y así lo constata la
Arqueología. A este respecto cabe destacar que en 1997 los
científicos responsables de las excavaciones del yacimiento burgalés de
Atapuerca, bajo la dirección de Juan Luis Arsuaga, y José María Bermnúdez de Castro, hallaron
una pelvis (a la que llamaron “Elvis”)
correspondiente a un hombre que vivió hace 500.000 años. Lo sorprendente de
este hallazgo fue que los estudios efectuados sobre este fósil humano por el
antropólogo Alejandro Bonmati,
revelaron que, aunque el hombre propietario de esa pelvis había muerto
anciano (aproximadamente a los 45 años de edad, todo un record para las
esperanzas de vida de aquel período), había padecido, ya de muy joven, unas
graves lesiones en su cadera, que le habrían causado grandes dolores e impedido
caminar erguido. Elvis, por tanto,
para llegar a viejo, hubo de contar con la ayuda altruista, y compasiva, así
como con el reconocimiento de su tribu, y especialmente el de su familia, para
vivir y morir dignamente tan longevo.
Luis Negro Marco / Porto Mouro |
Y si miramos al lejano Oriente, el mismo
respeto hacia los ancianos lo encontramos en el siglo VI antes de Cristo, en la
antigua China, en la figura de Lao-Tsé
(viejo maestro), iniciador de la filosofía del Taoísmo (el camino, como
metáfora del aprendizaje continuo que caracteriza la existencia humana). La
leyenda dice sobre él, que habría nacido ya viejo y sabio, con barba blanca y
cabeza calva. Un relato que resalta, precisamente, los positivos valores que
atesoran las personas ancianas.
Y en este fugaz repaso sobre la importancia
que la vejez ha ostentado en las distintas civilizaciones y períodos de tiempo,
es África (cuna de la Humanidad )
el continente donde, desde los mismos orígenes del ser humano, la estructura
familiar fue y sigue siendo pieza clave de la organización social.
Por eso dice un proverbio guineoecuatoriano que “cuando un anciano muere, una biblioteca desaparece con él”.
Y “de vuelta a casa”, lo que actualmente está
ocurriendo en Europa es que la pirámide poblacional muestra un envejecimiento progresivo de la
sociedad en todos los países del (paradójicamente) “Viejo continente”. En
nuestros días, al tiempo que la posmodernidad reivindica la juventud eterna
como ideal de belleza y estilo de vida,
a la vejez se la asocia con una
imagen de decrepitud, soslayando la profunda carga de dignidad, sentido y vida
intensa que atesoran las personas mayores, sin cuyo trabajo y esfuerzo, nuestro
bienestar y las libertades de las que gozamos ahora, jamás hubieran sido
posibles.
El papa Francisco ha
puesto, una vez más, el dedo en la llaga de la verdad, al manifestar que “una sociedad sana no puede construirse sino con tres pilares:
la memoria de nuestros mayores, la fortaleza de los jóvenes y la inocencia de
los niños”.
Personas como
santa María Rosa Molas
(1815-1876), fundadora de las Hermanas de la Consolación ; el
italiano san Camilo de Lelis
(1550-1614), fundador de la
Orden de Los Camilos y precursor de La
Cruz Roja ; o el portugués san Juan de Dios
(1495-1550), fundador de la Orden
hospitalaria de su nombre, y a la que pertenecía el sacerdote español Miguel Pajares
(fallecido en fechas recientes a causa del ébola, enfermedad que contrajo
atendiendo a los aquejado por esta
enfermedad en un hospital de Monrovia): todos estos nombres son sólo algunos de
los de una (afortunadamente extensa) lista de personas que supieron ver que en
una sociedad verdaderamente justa, los intereses y
derechos de las personas mayores son exactamente iguales a los del resto. Y que la vejez no es una desgracia, sino un
bien.
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