Tercer
centenario de la Real Academia Española
de la Lengua
El 3 de octubre de 1714, quedó aprobada oficialmente su constitución mediante una real cédula del rey Felipe V
Luis Negro Marco / Vila de Cruces
Como casi todas las grandes instituciones culturales
que existen en nuestros días, las “Academias” (de la Lengua , Bellas Artes,
Ciencias…) tienen su origen en la Grecia
Clásica. De hecho, la palabra que las identifica, hace referencia a un héroe mitológico
ateniense: Academo, poseedor de un hermoso y amplio jardín de olivos y
plátanos, a orillas del río Cefiso, muy cerca de Atenas. Impulsor de lo que hoy
en día conocemos como “mecenazgo”, Academo cedió a los atenienses el uso
público de su particular paraíso a condición de que en él fuese construido un
Gimnasio. Un espacio que en la Grecia
Clásica era utilizado, como su propio nombre indica, por
atletas y gimnastas, pero también por filósofos y literatos, quienes tenían por
costumbre reunirse en sus pórticos, manteniendo allí sus conferencias y discusiones,
ante sus discípulos. Fue el caso del filósofo Platón (429-347 a .C.) quien eligió los
jardines del gimnasio de la
Academia de Atenas para sus enseñanzas.
Precisamente, una de las pinturas más célebres
del Renacimiento (La Escuela de Atenas, obraRafael Sanzio realizó en 1511 para decorar una de las estancias del Vaticano)
hace referencia a las enseñanzas que los filósofos más célebres de la Grecia Clásica impartieron en la Academia de Atenas,
siendo sus figuras centrales Aristóteles y Platón. Por ello la doctrina de este
ultimo filósofo, así como la de sus seguidores (todos siguieron su práctica de
reunirse e impartir sus lecciones en esa institución ateniense) recibió el
nombre de Academia.
Cuando Grecia fue conquistada por Roma,
asimiló la institución, siendo Cicerón (107-43 a .C.) su mejor exponente, a
través de su libro: De cuestiones
académicas. Y Ya durante la
Alta Media en Europa, las llamadas Cortes de amor y la propia Escuela Palatina de Carlomagno, estaban
constituidas como verdaderas Academias, las cuales acabarían por
institucionalizarse de manera oficial en todas las cortes europeas.
Ya en la Edad Moderna , y a finales del
siglo XVI, se dio en el Viejo Continente una tendencia hacia el reforzamiento de las monarquías frente a las
antiguas instituciones de sus reinos, como sucedió en la España de Felipe II. Esta
corriente “centralista” se acentuó aún más en los primeros años del siglo
XVIII, y así se reconoce en la
Francia de Luis XIV, la Inglaterra de Ana Estuardo (quien en 1707 unificó
Escocia e Inglaterra en un único estado: la Gran Bretaña ) y en una España
en guerra entre dos aspirantes al trono: Felipe V, y el Archiduque Carlos de
Austria. La victoria final a favor del primero, conllevó la eliminación de los
antiguos fueros y cortes por los que se habían gobernado los antiguos reinos de
España.
Pero este proceso centralizador, requería asimismo
de leyes, administración, instituciones y lengua comunes para todo el
territorio. Fue así como, con el firme propósito de afianzar la lengua española
como la oficial del país, en 1713 (a iniciativa del navarro Juan Manuel
Fernández Pacheco, Marqués de Villena, su
primer director) Felipe V firmaba el decreto por el que se fundaba la Real Academia
Española de la Lengua , cuya constitución quedó aprobada
oficialmente el 3 de octubre de 1714, mediante una real cédula emitida por
el monarca.
En sus orígenes, la Institución constaba
de treinta y seis académicos de número, domiciliados en Madrid, y de veinticuatro
correspondientes españoles que lo estaban fuera de la capital de España.
Asimismo se contemplaba la presencia de un limitado número de académicos
honorarios y correspondientes extranjeros.
En sus inicios, la RAE celebraba junta ordinaria
cada semana en la casa-palacio del Marqués de Villena (donde se instaló la Corporación en sus
primeros albores) teniendo sus acuerdos carácter legal en cuestión de lenguaje,
ortografía y significado de las palabras. Pero sus objetivos iniciales fueron los
del estudio de la lengua española, a través de la publicación del Diccionario, la Gramática y divulgación
de las principales obras literarias del país.
De este modo, a finales del siglo XIX la RAE ya había publicado doce
ediciones del Diccionario de la Lengua
Española , un Diccionario de Autoridades, y permanecía vigente
la actualización de la
Gramática del español que editó en 1880. Asimismo, un libro
dedicado a “La vida de Cervantes” fue
una de los primeros trabajos literarios de la Institución. Y
sin olvidar al español hablado en
América, se crearon también Academias correspondientes de la Española , que para el año
1898 eran: la Colombiana ,
Ecuatoriana, Mejicana, Salvadoreña y Venezolana. Cada una con sede en la
república hispanoamericana de su nombre. La última de las incorporaciones ha
sido Guinea Ecuatorial, único país africano cuya lengua oficial es el español, y
que en este mismo año se ha incorporado a la “Asociación de Academias de la Lengua Española ”.
Respecto al vocabulario, cabe decir que aparte
del Diccionario español-latino de Antonio de Nebrija (1444-1522), el primer diccionario propiamente dicho de la
lengua española está atribuido a Sebastián de Covarrubias. Fue publicado en
1611 y llevó por título Thesoro de la Lengua Castellana. La primera edición del Diccionario de la Lengua Castellana publicada por
la RAE , estuvo
compuesta de seis volúmenes que fueron apareciendo entre los años 1726 y 1739.
Y tampoco aquí faltó la anécdota, pues su edición fue costeada por los
fumadores (o si se prefiere, por los consumidores de tabaco). De este modo
resultó que una vez los académicos hubieron acabado con su trabajo, se
encontraron con que no disponían del dinero para la publicación del
Diccionario. Entonces, el rey Felipe V, a través de un Decreto, que público el
22 de diciembre de 1723, destinó a la Academia la cantidad de sesenta mil reales anuales
para principiar la impresión del Diccionario. Y el Decreto fijaba que esa
cantidad de dinero se sufragara del “importe
de los dos maravedíes de más que se
exigirán, desde la fecha del Decreto, por cada libra de tabaco, de todos los
géneros, que se consuma en España”. Quizás el monarca pensó que si el
tabaco no era bueno para la salud, al menos lo fuese para la cultura.
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