San Roque en los
tiempos del cólera
Luis Negro Marco / Montepellier
San Roque, francés nacido en Montpellier en
1295, pertenecía a una familia adinerada, y al igual que hicieron muchos otros
santos, a la muerte de sus padres decidió repartir su fortuna entre los pobres.
Vistió entonces la capa, el sombrero y el cayado de peregrino (con el que se le
representa), y se dirigió a Italia. En este país, invadido por la peste, se
dedicó a cuidar de los enfermos, hasta que finalmente estando en Plasencia, enfermó
también él. Retirado a un lugar solitario para no comunicar el mal a otros, fue
hallado por el perro de un caballero noble, quien lo llevó a su casa hasta que se
curó. Volvió entonces el santo a su Francia natal, en donde murió, en el año
1327. Nombrado abogado contra la peste, y por derivación, contra cualquier
enfermedad.
Las virtudes de San Roque se fundamentan en
que es un santo que proporciona consuelo a los enfermos y protección para
prevenir el mal. Y esta es la cusa por la que son miles los pueblos de España
que tienen a San Roque por patrón. Su fiesta se celebra el 16 de agosto, y “hacer el agosto” es una popular expresión
que indica que era en este mes cuando se procedía a la cosecha, y por tanto
cuando se conseguían las ganancias. Por tanto invocar al santo en mes tan
crucial era un infalible seguro contra las tormentas y el pedrisco. Además, su
fiesta se celebra justo el día después al de la Ascensión de María en
cuerpo mortal desde la Tierra
al Cielo; y su papel como e intercesora de la Humanidad ante Dios,
guarda cierta semejanza con el de San Roque como protector contra la
enfermedad.
Uno
de Los siete jinetes del Apocalipsis,
a lo largo de la historia de la civilización, la peste ha sido la enfermedad
causante de las más altas mortandades. Así, se tiene constancia de que se
manifestó ya con gran virulencia en la Grecia Clásica (por
el historiador Tucídides sabemos que diezmó en el 429 a . C. a la población de
Atenas). Después –una vez desaparecido el Imperio romano de Occidente– en el
año 542 d. C. se produjo una gran epidemia de peste en Constantinopla que acabó
por extenderse también por Grecia e Italia, causando, según las crónicas, “una
mortandad aterradora”.
Pero
cuando la peste provocó mayor mortandad fue durante la Edad Media. La peste bubónica (así llamada debido a los
tumores, bubones y manchas que dejaba en
la piel, aunque también recibió el nombre de peste levantina) se manifestó con extrema virulencia en Europa y
Asia en el año 1348, provocando –según
diversas fuentes- hasta cuarenta millones de muertes en ambos continentes. La
enfermedad volvería a manifestarse en Europa, aunque con menos intensidad,
también en los siglos XVII y XVIII, e incluso, en 1798, las tropas de Napoleón
se vieron también afectadas por la peste
durante la campaña del emperador en Egipto. La última gran epidemia en
lo que respecta a Europa, se declaró en 1820. Por ello, el nombre de «peste» acabó
por designar a todo tipo de enfermedades
epidémicas causantes de mortandades extremas.
De
manera que en 1885, la peste en España fue el «cólera morbo asiático». Entonces
se
ignoraba la manera de curar el mal, y los procedimientos empleados por los
médicos no proporcionaban resultados seguros; de manera que el tratamiento profiláctico del doctor Jaume Ferrán (que según
él era de eficacia probada, demostrada en mil casos) encontró en Romero Robledo
una dura posición.
"...San Roque, contagiado de la peste, fue hallado por el perro de un caballero noble, quien lo llevó a su casa hasta que se curo...".- Foto: Luis Negro |
Y quizás fue aquella epidemia de cólera (el
monarca visitó a los enfermos en el hospital de Aranjuez), la que –junto a la tuberculosis
que padecía desde hacía años– acabó el 25 de noviembre de 1885, con la vida del
rey Alfonso XII. También Santiago Ramón y Cajal padeció de tuberculosis a su
vuelta de la guerra de Cuba, y en 1878,
para su recuperación, tomó las aguas en el balneario de Panticosa,
acompañado de su hermana Paula. Entonces, los médicos no sabían cómo atajar la
tuberculosis de manera que una copla popular de aquellos tiempos decía: Y al fin de temporada tan dichosa, he venido a
parar a Panticosa, puesto que Panticosa era entonces el aguatorio para
curar “in extremis” las enfermedades más galopantes.
Y además del cólera, la gripe (también se la
llamó entonces «grippe»). Una gran epidemia de esta enfermedad se declaró en
España a finales del año 1889, provocando millares de víctimas, entre ellas
Julián Gayarre (1844-1890) el célebre tenor de El Roncal. La enfermedad alcanzó
tal grado de virulencia que a la posterior epidemia de gripe que se manifestó
en Europa en 1917, se la llamó: «Gripe española».
De ahí que nada extraño haya en que exista
tanto fervor popular por San Roque en toda la geografía española. En Aragón, lo
festejan solemnemente muchas localidades, como Calatayud, tal y como lo dejaron
plasmado en un su libro: San Roque
bilbilitano, Joaquín Verón Gormaz y Carlos Moncín. La ermita dedicada al
santo de Montpellier por los bilbilitanos fue reparada por su consistorio en el
año 1753, conjurando de este modo la epidemia de peste que se cernía sobre la
ciudad. Y un hecho similar rememora Calamocha en su tradicional «Baile de San
Roque», el cual se remonta a 1885, año en que la localidad turolense sufrió la
consecuencia de la epidemia de cólera antes citada, y que pasó con menos
estragos de los temidos. De ahí que, en agradecimiento al santo, naciera la
tradición.
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