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jueves, 7 de noviembre de 2013

Leonardo de Marco nos acerca en su nuevo libro a la vida del escolapio italiano Glicerio Landriani (1588-1617)

El Venerable Glicerino Landriani: a la estela de san José de Calasanz

                     
Luis Negro Marco / Zaragoza
                                                      
Leonardo de Marco
Glicerio Landriani, un ángel en las Escuelas Pías
Edita: Instituto Calasanz de Ciencias
de la Educación (ICCE); 223 páginas; Madrid, 2013
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Los estereotipos, a veces, nos hacen perder la perspectiva de la Historia, ciencia que, de manera recurrente, ha soslayado u olvidado, en su estudio del pasado, a personas e instituciones relevantes; y aún peor, las ha estigmatizado (así ocurre, por ejemplo, con la Iglesia) bajo determinadas etiquetas. Sin embargo, las iniciativas de “los olvidados”, contribuyeron, siglos atrás, a eliminar las desigualdades sociales y a equipar en derechos a las clases y grupos más indefensos, especialmente, la Mujer y la infancia sin recursos.  Una de estas personas comprometidas con la fraternidad humana fue el escolapio italiano Glicerio Landriani (Milán, 1588-Roma, 1617) quien a pesar de morir muy joven, con tan solo 29 años de edad, vivió apasionadamente su existencia. Su labor comenzó con una decidida acción en favor de los miles de mujeres jóvenes que en Roma, a causa de la miseria, se veían abocadas a ejercer la prostitución para garantizar su sustento y el de sus familias. Landriani creó para ellas, las primeras casas de acogida, siendo su objetivo principal el que tomasen conciencia de su dignidad, y su posterior reinserción social, recordando, quizás, las bíblicas palabras de Jesús a los Sumos Sacerdotes: “en verdad os digo que publicanos y prostitutas llegarán antes que vosotros al Reino de Dios”.
  El contexto histórico en el que se desenvolvió la vida de Glicerio Landriani, se sitúa después del Descubrimiento de América, en 1492,  un momento en el que las revueltas político-económicas iban acompañadas de desplazamientos por las grandes rutas comerciales, lejos del Mediterráneo. En aquellos tiempos convulsos, guerras, saqueos, epidemias, hambre y desesperación empujaban hacia las ciudades a un ejército de pobres, que duplicaban el número de sus habitantes, víctimas de una sociedad sorda a sus gritos. Sin casa, sin morada fija, abarrotaban hospitales y cárceles. Pero en Roma, agravaban esta situación otros acontecimientos, siendo los principales: las sucesivas carestías de precios en el último decenio del siglo XVI, la peste de 1591, y finalmente (la Historia, en efectivo es cíclica) la caída de las entidades bancarias y de los Montes de Piedad, provocando que quedasen en la calle (sin casa, trabajo ni dinero) miles de familias.
  El hecho de que en esta época tan convulsa de la historia de la “Ciudad Eterna” estuvieran presentes en Roma muchos fundadores de Órdenes religiosas (Ignacio de Loyola, Camilo de Lellis o el pedagogo aragonés José de Calasanz) nos da una idea de la necesidad de reforma de aquella sociedad, claramente injusta, que, a despecho del humanismo Renacentista agonizante, abandonaba y despreciaba a los estratos sociales más desfavorecidos. Pero lejos de promover la cohesión social, las leyes de entonces tendían a criminalizar la marginalidad con penas desorbitadas, incluida la tortura, a usureros, blasfemos, sodomitas y prostitutas, mientras miles de huérfanos y niños abandonados vagabundeaban por las calles de la ciudad.
 Y fue en  este marco social, que escandalizaría la sensibilidad de nuestros días,  en el que inició su misión pedagógica el santo aragonés José de Calasanz (1557-1648) quien, por primera vez a nivel mundial, abrió en Roma, en el año 1597, una escuela gratuita dirigida a los niños pobres y huérfanos, a fin de proporcionarles una formación académica, religiosa y moral, con la que, una vez finalizada, pudiesen obtener un puesto de trabajo en la sociedad. Algo, por supuesto normal en nuestros días, pero una auténtica Revolución para la sociedad europea de finales del siglo XVI. Para continuar con su labor, el santo aragonés creó la Orden religiosa de las Escuelas Pías, de la que precisamente, uno de sus primeros miembros (llamados escolapios) fue el joven llamado Glicerio Landriani; de familia noble y adinerada, emparentada con la de san Carlos Borromeo (decisivo en la última fase del Concilio de Trento, finalizado en 1563) Glicerio Landriani fue un gran innovador en la Educación. En su desempeño pedagógico incluyó los recreos y descansos tutelados diarios, la concurrencia de los escolares a la Biblioteca Ambrosiana de Roma, programando además excursiones semanales con los niños para que conociesen su ciudad. Trabajó también en la formación de laicos (hombres y mujeres) con la finalidad de un desempeño adecuado, respetuoso y eficiente de la docencia a niños y jóvenes, con especial atención hacia los más pequeños. Landriani, como principal ayudante de José de Calasanz en sus inicios, contribuyó a la elaboración del actual concepto de “Educación integral” que incluía tanto la enseñanza y la educación docente, como la formación en valores (de ahí el lema de la Orden de las Escuelas Pías: “Piedad y Letras”). Declarado “Venerable” (segunda etapa en el proceso de santificación) en 1931 por el Papa Pío XI, Landriani vivió durante su corta existencia en suma pobreza, abandonando las riquezas de su noble familia, fiel al ideal de Jesús: “Quien todo lo deja, todo lo encuentra”.

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