Dos novelas y un libro de Historia para
rememorar el drama de la Gran Guerra
Coincidiendo con el centenario de la Primera Guerra
Mundial, Alianza Editorial reedita Los
cuatro jinetes del Apocalipsis,
novela de Blasco Ibáñez escrita
en 1916, y publica Vidas rotas, obra
antibelicista de Bénédicte des Mazery, basada en misivas reales de combatientes
franceses que jamás llegaron a su destino. La editorial completa estos títulos
con la reedición de La Gran Guerra , 1914-1918, lúcido estudio sobre aquel
drama escrito en 1969 por el historiador francés Marc Ferro, director de la
prestigiosa revista Annales.
Luis Negro Marco / Santiago de Compostela
El día 28 de junio de 1914, fecha del asesinato en Sarajevo del
archiduque Francisco Fernando de Austria, faltaba solo un mes para que el
imperio de Austria-Hungría declarase la guerra a Serbia, dando comienzo una
serie de alianzas contrapuestas que desembocarían en el estallido de la Primera Guerra
Mundial. La hipótesis de una guerra duradera y continuada nunca fue imaginada
por nadie. Y sin embargo, “La Gran Guerra ”
supuso la desaparición de cuatro imperios y en Rusia, el derrocamiento del
imperio zarista y la implantación de la revolución bolchevique.
La
guerra pronto se desarrolló como jamás nadie habría imaginado, fértil en
sorpresas y en peripecias: invasión alemana de Francia, ofensiva inesperada de
los rusos, batalla del Marne, victoria de los alemanes al Este, derrota
austriaca ante Belgrado y entrada en guerra de Turquía y Japón. Así lo expone
en su libro La Gran Guerra , 1914-1918, el historiador francés Marc
Ferro, quien sin abandonar por un instante el hilo de la verdad histórica desvela
cómo se mataron, unos a otros, millones de hombres, muchos por patriotismo,
otros, sin saber muy bien por qué.
Marc Ferro pone de relieve en su obra que
para la Navidad
de 1914 varios
millones de combatientes habían quedado inmovilizados –ante la
sorpresa de los generales de ambos frentes– y obligados a enterrarse bajo
trincheras ya no para combatir, sino para sobrevivir. Así, al inmovilizar
la guerra sobre suelo francés durante más de cuatro años, Alemania iba a dejar
marcada a Francia con profundas heridas, a amenazar su existencia, y a
paralizarla durante mucho tiempo. “Esto no es la verdadera guerra”, exclamaba
el Secretario de la Guerra
inglés, Kitchener”, al visitar las
trincheras. Y no era tampoco la guerra que había soñado el amigo de Picasso, el
escritor Guillaume Apollinaire, al alistarse, con sus descansos y sus largos
ocios.
En tan solo unas semanas, la guerra se había
metamorfoseado; cambiaba simultáneamente de método y de estilo, de naturaleza y
de espíritu, de objetivo y de amplitud: pasaba a convertirse en la Gran Guerra , con
grandes, brutales, devastadoras batallas. Como la del Somme, comenzada el 1 de
julio de 1916, cuando 100.000 hombres se lanzaron al ataque tras una formidable
preparación artillera de seis días de fuego graneado. Al final de esta lucha,
los británicos habían perdido 420.000 hombres; los franceses 195.000 y los
alemanes 650.000; así pues, una sola batalla, la del Somme, había causado más
de 1.200.000 víctimas. A su vez, el 19 de diciembre de 1916 Francia lograba una
pírrica victoria tras la batalla de
Verdún, coronada por el amargo laurel de la sangre de 350.000 combatientes.
En estas circunstancias, la correspondencia se
convertiría en el único medio de enlace entre el soldado y sus familias. Pero
el miedo de los mandos al quebranto de la moral y a la deserción, provocó la
instauración d e una férrea censura epistolar devastadora para la psicología de
todos los contendientes. De este
asunto trata precisamente la novela Vidas rotas, de la historiadora y
escritora francesa Bénédicte des Mazery. Un drama que pone de manifiesto que
para los soldados de la I Guerra
Mundial llegó a ser mucho más doloroso el silencio de la censura que el
estallido de las bombas sobre los cuerpos mutilados de sus compañeros.
La guerra de trincheras, lucha de proximidad, provocó asimismo la masiva
utilización de las granadas, a la vez que propiciaron el nacimiento de armas
nuevas que hicieron la guerra más atroz y mortífera: los lanzallamas, los
tanques y los gases asfixiantes, usados por vez primera por los alemanes en
Lange Mark, el 22 de abril de 1915. Pero los obuses de iperita, fosgeno y de
gases verdes y amarillos, se generalizarían entre 1916 y 1917 por ambos
frentes. Cada bando tenía su apodo: los franceses, “poilus”, los alemanes
“boches”, los ingleses “tommies” y los americanos, “sammies”. Cada
enfrentamiento fuera de las trincheras se convertía en una carnicería. La
incipiente aviación ametrallaba y bombardeaba desde el aire las trincheras
infestadas de ratas y barro. Y en la mar
atlántica, los submarinos alemanes se hacían los dueños, llevando al fondo del
mar miles de barcos de transporte aliados.
En marzo de 1915, Winston Churchill, para entonces primer lord del
Almirantazgo británico, planificó el desembarco de los aliados en Gallipoli,
Turquía, buena parte de cuyas tropas fueron masacradas. Así, la operación de
los Dardanelos, a finales de noviembre de 1915, había supuesto la pérdida de
145.000 hombres entre muertos y heridos.
Muchos fueron los
escritores que vertieron la tinta en sus plumas para dibujar tantos horrores.
Entre los hispanos, figuran Valle Inclán, y principalmente, Vicente Blasco
Ibáñez, quien dedicó un libro de historia a la
Gran Guerra y una sugerente
novela, de
título revelador: Los cuatro jinetes del
Apocalipsis. En realidad, una novela de amor, con fondo semejante al de
Romero y Julieta o los propios Amantes de Teruel, con el terrible telón de
fondo de la barbarie de la guerra. Dos jóvenes, Julio y Margarita,
pertenecientes a dos familias (Desnoyers y Hartrott) con unos lazos en común,
verán cómo la fractura humana de la guerra se convierte también en trinchera de
su amor, al quedar cada una de las familias, vinculada a cada uno de los bandos
enfrentados. El éxito de Los cuatro
jinetes del Apocalipsis fue tal que la industria cinematográfica de
Hollywood llevó el libro a la gran pantalla en 1962.
Precisamente, la
I Guerra mundial comenzó a dar un gran giro
cuando en el verano de en 1917, Estados
Unidos entró en la guerra. Entonces, actores célebres del celuloide, como
Charles Chaplin, ofrecieron su imagen para promocionar la venta de bonos de
guerra y promover el patriotismo de los norteamericanos cuyo ejército llegó a
superar el millón y medio de alistados.
En 1917 todas las naciones del planeta, directa o indirectamente,
estaban en guerra, dando lugar a dramas y hechos de gran trascendencia. Por
ejemplo, la acción indirecta aliada al Este contra el Imperio turco condujo a
las matanzas de Armenia (un millón de hombres y mujeres fueron deportados por
los turcos y más de la mitad asesinados). Mientras, al Sur, la hazaña de un
héroe solitario, Lawrence de Arabia, lo convertía en el padrino de la
independencia árabe.
Al final, la llegada del 11 de noviembre de 1918, fue de alegría
general. Se había
puesto fin a la última de las guerras… París, Londres, Nueva
York, festejaron el armisticio y luego la victoria, mientras que en Versalles,
un ejército de diplomáticos fundaba la Sociedad de las Naciones y firmaba tratados que
habrían de asegurar la paz por cien años… Pero
en su afán de tomar la cólera de los alemanes vencidos como prueba de victoria,
los aliados no vieron que perdían la paz en el mismo momento en que ganaban la
guerra. Porque aparte de tres provincias
perdidas, Alemania quedaba intacta; no había sufrido ningún daño material
durante la guerra. Su potencial económico seguía siendo excepcional y las
reparaciones previstas por el Tratado de Versalles (28 de junio de 1919) no
limitaron ni su desarrollo ni su libertad de maniobra, Mientras, Francia,
maltratada y lastimada, destruida en
parte, exangüe, se veía obligada a dedicar las energías nacionales en rehacer
su economía. Por su parte, Alemania, aunque resentida y herida en su orgullo,
sólo tenía que transformarla.
Así, lejos de sellar la paz mundial, la Gran Guerra fue el
escenario que abrió las puertas a los totalitarismos fascista, comunista y
nazi. Y mientras buena parte de Europa buscaba la evasión en el cine y el music-hall tras el desastre, países como
Alemania, Italia o la URSS ,
los sustituían por fiestas gimnásticas de impresionantes dimensiones, que
anunciaban las aspiraciones a un “nuevo orden mundial”, preludio de la Segunda Guerra Mundial y la
posterior Guerra Fría.
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