Museos en cambio
para un mundo en transformación
18 de mayo, día internacional de los museos
Luis Negro Marco / Santiago de Compostela
Por otro lado, cabe recordar que Museo fue el
nombre de un célebre poeta griego de la
Era cristiana (escribió un precioso poema sobre el trágico
amor entre la sacerdotisa Hero y el
joven Leandro, los primeros amantes cantados por un poeta), así como el nombre
del templo, próximo a la
Acrópolis de Atenas, en el que se instaló la tumba del
recordado gramático. Asimismo, Museo fue el nombre que recibió la Escuela de Filosofía y
Literatura, que Ptolomeo Soter (general de Alejandro Magno) fundó hacia el año 300 a . C. en la ciudad de
Alejandría. Además del Museo, Ptolomeo también construyó en aquella ciudad de
Egipto el Faro (una de las siete maravillas del mundo, ya desaparecido) y la
famosa Biblioteca, que hicieron de Alejandría una ciudad legendaria del arte y
la cultura.
Tampoco se puede obviar la relación
morfológica y semántica entre las palabras “Musas” y
“Museo”, siendo aquéllas
cada una de las deidades que, según la religión de la Grecia antigua, habitaban
–presididas por Apolo– en el monte Parnaso. Un lugar, de donde los
griegos pensaban que llegaba, aventaba por ellas, la inspiración poética.
Adoradas en diversos lugares de la Antigüedad y bajo distintos nombres, Homero, en La Odisea ,
menciona nueve, criadas bajo los auspicios de la misma nodriza, Eufeme (la
gloria). Musas y Museo, históricamente, son indisociables de la sabiduría, sin
la cual serían imposibles las artes; de ahí el proverbio que ya se encuentra en
la obra del orador romano Cicerón (107 – 43 a . C.): “La
ignorancia se encuentra lejos de las Musas y las Gracias”.
Imagen del espectacular Museo de las Artes y las Ciencias de Valencia Foto: Luis Negro Marco |
Pasando a nuestros días, el potencial
pedagógico y cultural que poseen los museos es enorme, y se ha acrecentado
gracias a la sociedad digital. Pero la actitud pedagógica de los museos, como
hemos visto, no se contempló en sus inicios, y se remonta a fines del siglo
XIX, correspondiendo a los Estados Unidos el impulso inicial de tan loable
iniciativa. Mientras, en la vieja Europa habría que esperar a que finalizase la II Guerra Mundial para
que los museos empezasen a tomar conciencia de sus responsabilidades como
lugares no sólo de estudio, conservación, y exposición de objetos, sino también
de formación cultural y social. Porque
es sólo en ese momento cuando los museos dejan de ser patrimonio de unos pocos
(los iniciados, y quienes conocen el código para interpretarlos) y pasan a serlo del conjunto de la sociedad.
En cuanto a público, en el caso concreto de
niños y jóvenes, su relación más
frecuente con los
museos se establece a través de la escuela, y las diferentes
materias de estudio que en ella se imparten. Pero aprender en el museo es un
reto apasionante que afecta por igual a museólogos y docentes. Sin embargo, la
escuela moderna (que reconoce sin fisuras la función educativa y didáctica de
los museos) practica, generalmente, las visitas de manera aislada y con
carácter de actividad extraescolar. Pero ¿por qué no pensar en un nuevo
escenario en que la estructura de los museos y la escuela posibiliten la visita
sistemática y más como clase práctica que como actividad extraescolar?
Cerámica de Manises (Valencia) del siglo XIX, en la que se representa la escena de la "Presentación de Jesús en el Templo".- Foto: Luis Negro Marco |
Quizás la clave para que la afluencia a los
museos sea mayor, consista en la necesaria contextualización de las piezas con
el ámbito social, temporal y cultural al que pertenecen. Y si a un público hay
que tener presente en ese planteamiento, ese ha de ser, por fuerza, al de los
niños y jóvenes en edad escolar, porque a ellos corresponderá establecer, en su
momento, los modelos que regirán las sociedades del mañana. Por ello es
necesario incidir en la hermosa posibilidad que a los niños se les ofrece de aprender
y descubrir nuevos conceptos e ideas en el museo, y mejor aún si lo hacen a
través de actividades didácticas que impliquen a los cinco sentidos. A través
del aprendizaje en el museo, las piezas expositivas, pasan de ser meros objetos de una insulsa colección, a punto de partida
ideal desde el que alcanzar un conocimiento superior. Así, los museos ya no son espacios fríos y
estáticos, auténticos panteones en piedra, sino centros vivos que invitan al
conocimiento y la diversión a través de la interactividad con sus visitantes.
Por ello se ha abierto ya un nuevo y dinámico
concepto expositivo, y al igual que se hace con las “bibliotecas viajeras”,
también se debería contemplar el “museo-bus”, con exposiciones itinerantes en
el propio autobús, o las “maletas-museo” para escuelas, conteniendo
información, reproducciones de piezas, juegos, maquetas, y vídeos que resuman
el contenido y colecciones específicas de algunos de los más importantes. Porque
un museo no deja de ser sino una de las infinitas hojas del gran libro de la Tierra , y que al igual que
la noticia de un periódico, ha de dar respuesta a las seis preguntas básicas de
la comunicación: qué, quién, cómo, cuándo, dónde y por qué. Será así cuando los
museos alcancen el lugar que les corresponde en cuanto a espacios de dinamización,
inspiración, promoción cultural y fomento de valores primordiales como son la
paz, la justicia y la convivencia armónica entre culturas y civilizaciones. Sólidos y necesarios cimientos de cualquier
sociedad moderna, libre y democrática.
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