Ora et labora: San Benito, patrón
de Europa
Luis Negro Marco /
Historiador y periodista
San Benito, considerado como el primer
legislador de los monjes de Europa, nació en Nursia, ciudad italiana de los
montes Sabinos, en torno al año 480, y murió en
la también italiana abadía de Montecasino –que él mismo fundó–, en el
547. Perteneciente a una familia patricia, en su adolescencia fue enviado por
sus padres a estudiar a Roma; hasta que en torno al año 500 decidió abandonar
las aulas de la Ciudad
Eterna , “conscientemente
ignorante y sabiamente indocto”, como de él dirá, años después de su
muerte, su biógrafo, el Papa Gregorio Magno (540-604), el primer santo Papa
benedictino.
A partir de entonces San Benito decidió llevar en Italia una vida de
eremita, buscando la soledad en un valle olvidado, excavado por el fragor de
las aguas del Anio, próximo a la ciudad de
Subiaco. Posteriormente, en el año 525, se dirigió al sur de Italia,
hacia la región de Campania. Allí, en el excelso monte Casino (y en el mismo
lugar en el que se levantaba un templo dedicado al dios Apolo), fundó el
monasterio que lleva su nombre, Montecasino. El monasterio se haría tristemente
célebre cuando, durante la
II Guerra Mundial, fue bombardeado y
destruido por la aviación aliada, en el transcurso de las batallas que en sus
Europa, al crear un imperio
germánico romano en Europa occidental, que tenía como finalidad rechazar la
doble invasión que amenazaba a la cristiandad en Europa: la del Este (daneses,
eslavos y avaros) y la del Sur, representada por los musulmanes, quienes desde
el año 711, dominaban la práctica totalidad de España.
Asimismo,
fue en el convulso y crucial –para el devenir de Europa– siglo VIII,
cuando comenzaron las peregrinaciones jacobeas a Santiago de Compostela. Una
ruta de peregrinación que posibilitó la expansión del cristianismo hacia los
confines del oeste europeo (Finisterre) y que fue posible, en buena medida, a
la unión monástica que San Benito propició con su Reforma legislativa. De este
modo, a comienzos del siglo IX, todos los monasterios de Italia, Alemania,
Francia, Inglaterra, y norte peninsular, habían adoptado sus Constituciones. Un hecho transcendental, por cuanto el
cristianismo, a falta de otros referentes de cohesión global, se convertirá, en
la Europa
altomedieval en la “Verdad fundamental” sobre la que afianzar su unión y
articular su identidad. De este modo, Roma se convirtió en el eje
gravitacional de la Europa
cristiana, entre los polos opuestos de Jerusalén, al Este, y Santiago, en el
extremo occidental del continente. De ahí la importancia del Camino de Santiago,
cuya ruta de peregrinación fue a su vez la vía a
través de la que se consolidó la
idea de Europa. Un hecho que no hubiese sido posible sin la determinación
política del emperador Carlomagno, y el impulso de la reforma eclesiástica de
San Benito. El marco legal monástico
por él redactado, fue unánimemente aceptado y su puesta en práctica animó a la
fundación de abadías, parroquias, hospitales y hospicios de caridad. Pero
también contribuyó a la mejora de las redes viarias transnacionales con el fin
de propiciar las peregrinaciones, y con ellas, la actividad comercial entre los
distintos reinos de la cristiandad. A
esta época corresponde también la construcción de las sobrias y hermosas
catedrales románicas, expresión máxima de arte arquitectónico, suntuario,
escultórico y pictórico. Y al mismo tiempo, los monjes, en sus bibliotecas, se
afanaban en traducir, letra a letra, las
mejores obras de la ciencia y filosofía del mundo antiguo, convertidas en
códices miniados que constituyen, hoy en
día, auténticas e insuperables joyas literarias de la sabiduría y el arte.
Pero San Benito no solo fue reformador de la
fe sino también de la razón europea, es decir de los valores sociales que
sustentarían desde entonces la conciencia general de los europeos. Y es que
para él, al buen cristiano no le basta la fe, ni la oración, pues ambas
estarían muertas sin las obras buenas. De ahí su lema: “Ora et labora” –Reza y trabaja–. “Obras, obras”,
repetirá también en el siglo XVI la
mística Santa Teresa de Jesús. Los monasterios, por tanto, eran para San Benito
lugares de peregrinación espiritual, verdaderos “Caminos del Reino”, y como tales, escuelas globales de formación
que imitan, pero también transcienden, las “Sjole”
de
Por todo lo
anterior, en 1964, el Papa Pablo VI proclamó a San Benito (cuya festividad se
celebra el 11 de julio) patrón de Europa, mientras que el Camino de Santiago –cuya
articulación fue posible gracias a la Constitución eclesiástica del santo italiano– se
constituía en “Itinerario Cultural Europeo”. Así, en palabras de san Juan Pablo
II, en su “Carta sobre las peregrinaciones”, de 1999: “La
peregrinación constituye una invitación a adentrarse en lo infinito, teniendo
como meta la llegada a un lugar sagrado que, como tal, permite un encuentro con
lo divino en un grado de intensidad mayor del que normalmente se puede apreciar
en la inmensidad del Cosmos”. Y Europa, es el Camino.
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