CUENTO POR ENTREGAS
"Diálogo entre el volcán y el pozo ciego"
(I) Un día en Compostela
"Diálogo entre el volcán y el pozo ciego"
(I) Un día en Compostela
Luis Negro Marco / Ribadesella do Eume
Hace
unos días, repasando entre los miles de libros de mi biblioteca, me topé con un
título que me llamó poderosamente la atención: Se trataba de una rara edición
que adquirí hace ya diez años en el rastro de antigüedades y libros antiguos
que cada sábado se abre en la plaza de Cervantes de Santiago de Compostela,
junto a la catedral. Recuerdo que en
cuanto lo vi, supuse que algo extraño y apasionante se escondía entre sus páginas. De pequeño formato, aunque voluminoso, y
bien encuadernado. Las tapas, de grueso cartón, estaban forradas en un
brillante papel de guaflex (muy raro para la época en que fue editado, lo que
daba muestra de su valor) en color
marrón caoba. Sus hojas, en papel de cuarto y a imitación del apergaminado,
eran de tacto grueso y presentaban el característico color amarillento que solo
otorga el paso de los siglos. Sí, aquel libro tenía grabada la fecha de 1833.
El mismo en elHistoria magíster vitae est”,
y las letras y números romanos entrelazadas: C. VII (Carlos VII). Pregunté por su precio, y me quedé
sorprendido: “ocho euros”. No lo dudé y pagué al contado al librero, quien, al
tiempo que me entregaba "la joya literaria" dentro de una bolsa de plástico, introducía en
una caja de latón, y sin reparar en mí su mirada, sus pingües ganancias. Antes
de volver a casa para deleitarme con la lectura del libro, y como acostumbro,
de vez en vez, me escurrí entre las callejuelas que cortejan a la catedral
compostelana. Hasta que desemboqué (no sin intención, claro está) en la taberna
del “Gato Negro”. Allí, sobre la eterna barra de formica, recliné mi codo, y con la
mirada llamé la atención del dueño, quien en seguida me atendió. “Unha cunca de viño blanco, por favor”. Marchando, con una tapa de sardinha en lata con pemento
vermello picante e pan de trigo dó lugar”. Pido “El Correo”. La portada
está manchada de huellas de aceite de sardina. Y las hojas rezuman un olor a
húmedo y alcohol de vino y fritanga de raxo. Tomo un sorbo de la taza y antes
de que se cuele por mi gaznate, bamboleo el trago entre mis mofletes.
¿barrantes, ribeiro? La verdad es que me da igual. Me gusta el ambiente de las
tascas santiaguesas. Tienen el sabor de antaño, de un pasado no tan lejano pero
que se va difuminando, como los hermosos frescos en las paredes de los
monasterios abandonados. Ruinas de antaño. Edificante destrucción ilustrada que
hizo de la religión cristiana la
amenazante tarasca del progreso. Necia labor desamortizadora que
convirtió a los ricos liberales y potentados tradicionalistas en señoritos y
caciques, y a los campesinos en siervos. Apuro la taza y salgo a la rúa do
Franco, en dirección a la plaza del Obradoiro. Allí, un numeroso grupo de jóvenes Scouts
portugueses, que acaban de hacer el Camino, lucen orgullosamente sus insignias, banderas y
estandartes y entonan en corro canciones de campamento. Como dijo Baden Powell,
¡”Siempre listos”!. Mis pies van más deprisa que mi mente y me llevan en
volandas hacia la iglesia de San Francisco, y de allí, tras empinada cuesta
abajo, hasta el lago del Auditorio. Una vez en su orilla, en un rincón del estanque, una pareja
de cisnes se afana en la lección de arquitectura diaria que ofrecen a los asombrados
viandantes: Están construyendo un nido enorme para su prole hecho de ramas,
plásticos y desechos, que han modelado, en magistral forma circular, a golpe de
pico y cuello. Mientras la hembra da calor, indiferente, a los huevos, el
macho, a su lado, y en dirección contraria a la de su compañera, otea los
alrededores de su obra en busca de cualquier elemento flotante que pueda
servirle para acabar de terminar su magnífica vivienda. Sin darme cuenta, me he
quedado mirando, medio boquiabierto, a este par de prodigios de la naturaleza,
pensando en lo poco que valoramos a las aves que ni hilan ni tejen, pero que nos
superan en tesón y confianza ante las adversidades de la vida, haciendo de la
basura un hogar de belleza. Enfrascado en estos pensamientos, y con la bolsa
que contiene mi joya literaria en mi diestra, he llegado hasta la
carballeira dedicada a José "Zeca" Afonso". Portugués, su canción "Grándola Vila Morena", fue la señal (una vez difundida por la radio) para que los militares del país dieran comienzo a la "Revolución de los Claveles". Un símbolo por cuanto los civiles se echaron a las calles y las mujeres ponían claveles en los cañones de los fusiles de los soldados, trocándolos por las balas. Y mientras atravieso la carballeira dedicada a "Zeca" Afonso, pienso: ¿cuántos años tendrán los venerables robles que dignifican con su presencia y frescura mi caminar? ¿doscientos años, quizás trescientos? ¿Durmieron ya bajo la sombra de sus hojas y ramas los cansados soldados de Napoleón una vez hubieron vencido en A Coruña a las tropas inglesas -los Green Jackets
del general Moore?...
CONTINUARÁ.- Próximo Capítulo: On the road
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