Guerra de tronos
Luis Negro Marco / Bertamirans
El reinado de Carlos II (1661-1700), El hechizado, fue para España, similar al de Fernando VII, El deseado, cuyos principales legados –tras su muerte, la de este último acaecida en 1833– fueron sendas, cruentas y largas guerras civiles. La decadencia de España durante el reinado de Carlos II, fue tal, que hasta la ciudad de Barcelona fue conquistada por los franceses, si bien Luis XIV la devolvió poco después a España, después del Tratado de paz alcanzado entre ambas potencias en 1697.
Ocho días antes de su muerte (ocurrida sin descendencia), Carlos II, aconsejado por el papa Clemente XI, legaba la corona de España a Felipe de Borbón (1683-1746), duque de Anjou, y nieto de Luis XIV. Terminaba así el reinado de la Casa de Austria en España, y comenzaba el de la dinastía de Borbón.
No obstante, el emperador de Austria, Leopoldo I, viendo defraudadas las expectativas de que su segundo hijo, Carlos de Austria (1685-1740) reinase en España, hizo que tras su muerte, el archiduque fuese proclamado, en Viena, en el año 1703, rey de los españoles. Ese mismo año, Carlos III de España (nombre que recibió el archiduque en las tierras hispanas que le apoyaron, es decir, en la práctica totalidad del territorio de la antigua Corona de Aragón) desembarcaba en Lisboa, donde le aguardaban tropas aliadas de Inglaterra y Holanda. El apoyo de los territorios de Aragón y Cataluña al archiduque Carlos se basaba en las garantías que éste ofrecía respecto
a la permanencia de sus antiguas instituciones y fueros, bien que restringidos tras
las Cortes celebradas en Tarazona en 1592 por el rey Felipe II. Y ello como
consecuencia de las alteraciones acaecidas el año anterior en Aragón tras la huida de la Corte imperial del aragonés
Antonio Pérez, secretario del monarca, que llegó a Zaragoza en busca de la
protección de las leyes del reino. Unos acontecimiento que motivaron el envío
del ejército del rey hasta la capital aragonesa, al mando de Alonso Vargas, y
que culminaron con la decapitación, el 20 de diciembre de 1591, del Justicia
mayor de Aragón, Juan de Lanuza. Y frente a la garantía de permanencia de las
tradicionales instituciones y fueros, que ofrecía el archiduque Carlos, se
presentaba la modernidad centralista que, a imitación del modelo francés,
pretendía instaurar Felipe V, relegando los antiguos reinos a grandes
provincias, que a su vez volverían a ser
reestructuradas en 1833, año en que se
produjo una nueva división del territorio español, prácticamente idéntica a la
actual.
Durante el segundo año de la guerra de
Secesión, en 1704, la escuadra anglo-holandesa atacaba la ciudad de Cádiz, de
cuya defensa se ocuparía el propio rey Felipe V. Ocurrió entonces que, llegado
el 4 de agosto, una tormenta destrozó
parte de la flota francesa, al mando del conde de Toulouse, que protegía la Roca. Fue el momento en que
los ingleses aprovecharon para la toma de Gibraltar –hasta hoy–, izando en su
muralla el estandarte imperial del archiduque Carlos de Austria.
Poco más de un año después, el 28 de agosto de
1705, con la ayuda del almirante inglés Peterborough, el Austria atacaba por
sorpresa Barcelona, ciudad que le era fiel y eligió como capital. Un motivo que
unió más aún a los barceloneses con el archiduque Carlos, fue que una vez
conquistada la ciudad, sus soldados, lejos de proceder al saqueo indiscriminado
de la urbe –como era lo habitual en estos casos–, respetaron bienes y personas.
Hecho debido, por otro lado, a la perspicacia del propio Peterborough quien de
su propio peculio, pagó a la tropa su
soldada.
Pero a los pocos meses de tomada Barcelona por
el ejército austracistas,, Felipe V
intentaba a su vez la reconquista de la
ciudad, en una acción que comenzó en el mes de febrero de 1706. Sin embargo tuvo
que abandonar el asedio el 11 de mayo de aquel mismo año, ante la aparición de
la flota inglesa, que llegaba en auxilio de los asediados barceloneses.
Ya en 1711, y debido a la muerte de su hermano
José, el archiduque Carlos abandonaba España para ser proclamado en Francfort,
emperador de Alemania. Posteriormente, en 1713 y 1714, respectivamente, fueron
firmados los preliminares y Tratado de paz de Rastadt (Alemania) en virtud de
los cuales el archiduque Carlos de Austria renunciaba definitivamente a la Corona de España.
Sin embargo, a pesar del acuerdo de paz, la
guerra continuaría aún y con gran resistencia, en la ciudad de Barcelona, en
esta ocasión bajo el mando de Rafael de Casanovas, conseller en cap del Consejo de Ciento de Barcelona (institución
creada en 1265 por el rey de Aragón Jaime
I, para el gobierno de la ciudad). Así, en la mañana del 11 de septiembre de
1714, Casanovas tomó el pendón de Barcelona, custodiado en la cripta de “Santa
Eulalia”, y con él salió junto a los últimos defensores de la urbe fuera de la
muralla, haciendo frente a las tropas de Felipe V, que acabaron derrotándolos y
reconquistando la ciudad.
Pero
ni siquiera fue este el fin de la
Guerra de Sucesión en España, la cual se prolongaría aún hasta 1715, año en que fueron vencidos los
últimos reductos carlistas en la isla
de Cerdeña.
Y volviendo a la batalla del 11 de septiembre
de 1714 en Barcelona, el líder de los barceloneses, Rafael de Casanovas,
resulto herido en ella, aunque logró huir y salvar su vida. En 1719 regresó a la ciudad, y seis
años después, en 1725, Felipe V le devolvió los bienes que le habían sido
confiscados, consiguiendo asimismo el reconocimiento de la corona española,
hasta su muerte, acaecida en 1743. Desde aquel 11 de septiembre, todos los
años, se celebra en Cataluña la fiesta de La Diada.
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