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viernes, 5 de diciembre de 2014

El arte como expresión simbólica de la relación humana con el sentimiento sagrado

El Periódico de Aragón. Noticias de Zaragoza, Huesca y Teruel

               Las perspectivas del arte

Luis Negro Marco / Historiador y periodista

Cuando mediada la década de los sesenta Mao llevó a cabo en China la revolución cultural, millones de personas fueron enviadas a las zonas agrícolas para que, viviendo entre las masas campesinas, se hicieran reeducar, y en el caso de los intelectuales, tuviesen la oportunidad de adquirir un punto de vista correcto sobre el arte. Nada diferente, por otro lado a lo que antes habían hecho Stalin en Rusia, con sus gulags en Siberia, y Hitler, en Alemania, con sus campos de reeducación para la que él calificó “intelectualidad decadente” del país. 

 Unos hechos luctuosos que, lejos de ser noticia de los archivos de historia, acaban de saltar de nuevo a la actualidad, cuando recientemente, destacadas autoridades de la República Popular mostraban su malestar por la vulgaridad de algunas producciones de artistas y cineastas chinos, invitando  a sus creadores a promover un arte basado en los valores de patriotismo y servicio al pueblo… mediante una temporada de estancia en el campo, como en la época de Mao.

 Pero ¿qué es el arte? El escritor y crítico londinense John Ruskin escribió en 1843 que si se quiere dibujar hay que olvidarse de lo que se sabe para limitarse a mirar. Es lo que él llamó la visión del “ojo inocente”. En la misma línea se mostró siempre su compatriota, el pintor John Constable (1776-1837), quien se propuso llevar a cabo una producción pictórica sin prejuicios ni ideas preconcebidas, de acuerdo al utópico ideal romántico de sinceridad absoluta. Se cuenta una anécdota del pintor estadounidense James Whistler (autor en 1871 de un retrato de su madre, en el que se basó una
James Whistler : "Retrato de su madre" (1871)
divertida película de Mister Bean, de finales de los noventa) en la que le preguntó a uno de sus alumnos sobre lo que significaba para él la pintura, a lo que el discípulo le contestó: “pintar lo que veo”. “Pues espere a ver lo que ha pintado”, le respondió Whistler.

  Pero aun así, resulta imposible  el poder abstraernos de la realidad y cuando miramos un cuadro lo hacemos, en buena medida, condicionados por unos esquemas mentales preconcebidos.  En esta línea de argumentación, el polifacético investigador rumano Mircea Eliade (1907-1986), dio por demostrado el hecho de que las imágenes y los símbolos comunican siempre un mensaje que tenemos por cierto, aun no siendo conscientes de esa realidad. Por ejemplo, ahora sabemos que “La ronda nocturna”, de Rembrandt, no es una ronda, sino que la acción transcurre en pleno día. La realidad estaba oculta –en sentido literal– por la patina del tiempo, hasta que salió a la luz tras la restauración de la obra.

 En cuanto a los criterios para diferenciar las obras artísticas de las que no lo son, podría aplicarse el principio de que las primeras son un fin en sí mismas, como ocurre con la caligrafía en China, pero que no es considerado un arte en Occidente.  Una anécdota, en esta ocasión referida a Marcel Duchamp (1887-1968), ilustra bien la cuestión,  cuando el artista francés envió un urinario a una exposición. De manera que, mejor que de arte, habría que tener en cuenta la concepción que sobre él tienen sus creadores, los artistas.

"Vida de San Francisco de Asís", de Giotto di Bondadone (1267-1337)
Para el erudito austriaco E. H. Gombrich (1909-2001), el secreto del artista consistiría en lograr una obra tan perfecta que nos olvidásemos de preguntar lo que ésta debería ser, por la simple admiración del modo en que la ha hecho.

 En el mundo de la Grecia Clásica, la creación artística tenía como finalidad provocar un choque en el espectador, suscitando en él la piedad o el miedo en el sentido aristotélico de su concepción. Pero la griega, como posteriormente la romana, eran sociedades puramente ritualistas, con una visión del mundo inmutable. Y no será hasta  comienzos del siglo XIII cuando el arte en Europa contemple una visión más dinámica de interpretar las cosas. En este contexto de cambio se encuadra precisamente la figura de San Francisco de Asís, la persona que por vez primera se planteó hacer llegar el mensaje cristiano  a la totalidad del pueblo, a través de la imaginación. De ahí su escenificación del nacimiento de Jesús en la Navidad de 1223 en la ciudad italiana de Greccio, y que tanta influencia ejerció en la tradición belenista que, sin embargo, no fue iniciada hasta  bien entrado el siglo XVI.

 Por tanto, no es la conciencia colectiva lo que cambia el estilo e inicia la vanguardia, sino que es
"La joven de la perla" de Vermeer (1632-1675). El
cuadro se encuentra ahora en el Museo "Mauritius"
de La Haya
preciso que alguien lo invente, y sea consciente de su creación. Es entonces cuando el artista abandona el anonimato y pasa a firmar sus obras, algo que se desarrolló plenamente en Florencia, en la época de Giotto di Bondadone (1267-1337), pintor escultor y arquitecto a la vez. Un hecho, a su vez muy ligado con el desarrollo de las ciudades y el aumento de la población.  El desarrollo del comercio en las “repúblicas de ciudadanos” de Venecia, Génova o Florencia, incorporó el progreso como valor principal para la cohesión de sus sociedades, y por lo tanto el intercambio de ideas, susceptibles a su vez de ser trasladadas al marco del artista. 

 Ya en el siglo XVI, la Reforma de la iglesia propiciada por Lutero, que cuajó en Alemania y Países Bajos, motivó que en aquellas naciones ya no se hicieran obras de arte para los altares de sus iglesias, pues los protestantes no precisaban de imágenes de santos en sus templos. Y a pesar de ello los países luteranos se convirtieron en centros importantes de exportación de pinturas hacia las naciones católicas, en las que se originó una importante demanda de obras de gabinete procedentes de los talleres de Holbein, Van Dyck o Vermeer (1632-1675) autor este último del sensual y enigmático retrato “La joven de la perla”.

 Pero con todo, no fue hasta el siglo XVIII cuando empezó a hablarse en Europa de arte en el sentido general.  Y solo a partir del Setecientos,  con el desarrollo de la estética y la secularización de los comportamientos (coincidiendo también con la idea de una unidad de la humanidad) surge la visión del arte como algo sagrado, es decir, como una percepción de la realidad  que supera al hombre y que constituye para su vida una dimensión nueva.
Bodegón con manzanas y fresas;  del pintor francés Jean Siméon Chardin (1699-1799)
Paulatinamente, la creatividad del artista se irá imponiendo sobre el rigor de las formas, y sus obras se convertirán en la expresión plástica de su particular manera de interpretar la realidad. Una expresión de vanguardia en la que tanto la tradición como la modernidad interactúan en armonioso equilibrio.






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