San Valero, patrón de Zaragoza
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Fachada principal de la Basílica del Pilar.- Luis Negro Marco (texto y foto)
San Valero pudo haber nacido en Zaragoza o en Grecia, habiendo sido enviado por el papa Sixto II a España con san Lorenzo como diácono. Se sabe que el obispo de la diócesis de Caesaraugusta, Valero (o Valerio) participó en el Concilio de Elvira (Granada) el primero de la Iglesia hispana, el cual tuvo lugar en una fecha imprecisa entre los años 300 y 314 de nuestra era.
San Valero pudo haber nacido en Zaragoza o en Grecia, habiendo sido enviado por el papa Sixto II a España con san Lorenzo como diácono. Se sabe que el obispo de la diócesis de Caesaraugusta, Valero (o Valerio) participó en el Concilio de Elvira (Granada) el primero de la Iglesia hispana, el cual tuvo lugar en una fecha imprecisa entre los años 300 y 314 de nuestra era.
El posible origen heleno de san
Valero y no su tartamudez podrían explicar, según algunos historiadores,
las dificultades en el habla que de acuerdo a las fuentes padeció, y
que a la postre acabarían por salvarle la vida. Y es que el prelado
cesaraugustano siempre se hizo servir de la elocuencia de su diácono, el
oscense san Vicente, para que predicara en su nombre, guardando él
silencio la mayoría de las veces. El caso es que durante las
persecuciones de los cristianos por los emperadores Diocleciano (244-311) y Maximiano (250-310), Valero fue llamado a Valencia para declarar, junto a su diácono Vicente, ante el prefecto romano Daciano.
Corría el año 304 de nuestra era y las fuentes dicen que el viaje entre
Zaragoza y la capital levantina estuvo plagado de sucesos
extraordinarios y milagrosos, como por ejemplo que los dos santos
hicieran brotar fuentes de agua tanto en Cariñena como en Daroca. Pero
una vez llegados a Valencia, Daciano fue implacable y condenó al
martirio a san Vicente, mientras que a san Valero le conservaba la vida
pero le condenaba al destierro, seguramente en tierras próximas a
Barbastro.
Otras fuentes aluden a que pudo haber sido enviado a
Roda de Isábena, en donde habría edificado una iglesia en honor a su
diácono Vicente. Se cree que la muerte le sobrevino a san Valero el 29
de enero del año 315, día en que la Iglesia recuerda su memoria, e una
localidad denominada Anet, próxima a Barbastro, siendo enterrado en el
castillo de Estada. Tras la invasión musulmana de España, el castillo
fue destruido y no se tuvo constancia del sepulcro del santo hasta que
en 1050, al obispo de Roda de Isábena le llegaron noticias de su posible
ubicación.
UNA VEZ hallada la tumba, el prelado de Roda
decidió el traslado de las reliquias de san Valero hasta su sede
episcopal; tras la conquista de Zaragoza, en 1118, por Alfonso I,
y a petición de las autoridades eclesiásticas de la ciudad, un brazo de
san Valero pasó a conservarse en el templo de La Seo; y posteriormente,
durante el reinado de Alfonso II llegaría su cabeza, para la que el papa Benedicto XIII (Pedro Martínez de Luna, el papa Luna,
de Illueca) mandó labrar un busto relicario en pedrerías y plata que se
puede contemplar en la catedral de La Seo, y en cuyo rostro son muchos
quienes quieren ver un fiel retrato del propio papa de Avignon.
Asimismo, la historia de san Valero y san Vicente está ligada a la de
los innumerables mártires cristianos de Zaragoza, un relato de época
visigoda cuya base se encuentra en el Himno a los 18 mártires de Zaragoza obra del poeta cesaraugustano Prudencio
(348-405). Han sido muchas las obras artísticas que se han realizado en
honor a los dos santos. Algunas, víctimas del expolio. Ya en 1965, el
escultor turolense Pablo Serrano, realizaba para la plaza del
Pilar, su colosal y conocida estatua en bronce de un san Valero en
actitud predicante, junto al Ángel custodio de la ciudad de Zaragoza.
Pero además, san Valero y el roscón constituyen una dualidad
indisociable en el día de su celebración como patrón de Zaragoza.
Antiguamente, la tradición consistía en esconder dentro del roscón un
haba y un regalo. A quien le tocaba el haba, le correspondía pagarlo y a
quien el regalo, se convertía en el rey del roscón. Costumbres
ancestrales que hunden sus raíces en la cultura romana, fundadora de la
ciudad, y que preludían los alegres días del Carnaval.
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