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jueves, 5 de noviembre de 2015

Los dioses de la Revolución francesa. Libro de Christopher Dawson, publicado por "Ediciones Encuentro"

El Periódico de Aragón. Noticias de Zaragoza, Huesca y Teruel
http://www.elperiodicodearagon.com/noticias/escenarios/evangelio-robespierre_1064827.html

El proceso revolucionario  en la Francia de 1789, se fundamentó en la idea de sustituir el cristianismo por una nueva religión civil

Luis Negro Marco
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Christopher Dawson
Los dioses de la Revolución
Ediciones Encuentro; 214 páginas
Madrid, 2015  
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Christopher Dawson (1889-1970), historiador inglés que ejerció su docencia en algunas de las más importantes universidades del Reino Unido y de los Estudios Unidos, ocupó desde 1959 y hasta la fecha de su muerte, la cátedra Charles Chauncey Stillman de estudios católico-romanos de la Universidad de Harvard. Este escritor e historiador siempre defendió la teoría de que la religión ha sido la principal fuerza motora de los diversos procesos históricos protagonizados por la Humanidad.

 Y en el caso concreto de la civilización europea y de la cultura occidental, fue –según Dawson- el cristianismo el factor esencial de su nacimiento y desarrollo. De manera que habría sido la religión cristiana la que posibilitó “un cambio interno en el alma del hombre occidental que nunca podrá destruirse íntegramente salvo por la total negación o destrucción de este mismo hombre”.

 En Los dioses de la Revolución, Christopher Dawson se centra en el análisis de los cinco primeros
años de la Revolución francesa, que oficialmente tuvo su inicio con la toma de la Bastilla de París, el 14 de julio –día de la fiesta nacional de Francia– de 1789. Pero independientemente de su transcendencia histórica (pues la Revolución supuso el desmoronamiento del Antiguo Régimen, y el triunfo de de la voluntad de la nación sobre  el despotismo feudal), la Revolución también  instauró una nueva religión civil de espíritu totalitario, cuya tarea fundamental era la de operar al servicio al Estado.

 Para Dawson, la Revolución francesa se entendería mejor, si se la contempla como parte de una revolución mundial (contaba con el precedente de la independencia, en 1783, de los Estados Unidos) que pretendía restaurar los derechos originarios e intrínsecos de la Humanidad, de los que había sido despojada –miles de años atrás– por la tiranía de los reyes y de las castas sacerdotales. De hecho, de las reformas revolucionarias (financiera y constitucional) fue la Declaración de los Derechos del Hombre la más importante. Sin embargo, los púlpitos de las iglesias fueron sustituidos por los Autels de la peur (los altares del miedo) durante el Régimen del Terror de los jacobinos, que entre junio de 1793 y julio de 1794, trocaron la cruz de los cristianos por la guillotina, asesinando a miles de personas en ejecuciones públicas por las calles de París.

 El 18 de floreal (7 de mayo de 1794), Robespierre exponía ante la Convención su informe «Sobre las relaciones de las ideas religiosas y morales con los principios republicanos», en el que exponía el credo jacobino a través del evangelio del Progreso en el que se basan las esperanzas de la redención y el surgimiento de un nuevo mundo moral que posibilitaría la regeneración de la Humanidad. Los revolucionarios instauraron la fiesta al «Ser Supremo» –al que ofrecían su plegaria, sacrificios y culto– como aglutinante de la nueva religión universal de la Naturaleza.


 Pero la religiosidad laica de Robespierre llegó a tal extremo de fanatismo que una facción de sus propios correligionarios lo acusó no solo de aspirar a la dictadura, sino incluso de pretender establecer una especie de nuevo pontificado religioso. También él acabó sus días en la guillotina, el altar de los sacrificios de la Revolución, el 10 de Termidor (28 de julio) de 1794. Y al final, la Revolución pasó de las manos del pueblo a las de una nueva burocracia revolucionaria, ejerciendo un poder aún más absoluto que el de cualquier autócrata del pasado. 

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