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miércoles, 6 de enero de 2016

De función teatral a cabalgata de Reyes

El Auto de los Reyes Magos, del siglo XII, dio origen al teatro popular religioso de la Navidad, presente en España hasta finales del XIX


Luis Negro Marco / Bethlem

 El descubrimiento de los posibles restos mortales de los tres Reyes Magos, en Milán en el año 1158, y su posterior traslado (en 1164) a la catedral de Colonia, fue un acontecimiento trascendental  para el repunte de la piedad popular cristiana por la Epifanía (manifestación) de Jesús y adoración de los Reyes Magos. Idea asimismo enmarcada en el entusiasmo por el culto a las reliquias, propio de la época, y el inicio de la costumbre de representar el nacimiento de Cristo, atribuida a San Francisco de Asís, en el año 1223, en la localidad italiana de Greccio.

 Y fue en aquel contexto histórico medieval en el que se redactó –en la ciudad de Toledo– El «Auto de los Reyes Magos», considerado como la primera obra teatral española.  Y es que el teatro, según la mentalidad teocéntrica de la Europa medieval, se concebía como el medio idóneo para manifestar la “gloria de Dios”, ya que como hijos suyos, las personas no dejamos de ser meros actores en el gran teatro del mundo.

 Asimismo, el teatro popular religioso se concebía como un gran acto de fe estructurado en tres ciclos: el de la Navidad (nacimiento de Jesús y Adoración de los Reyes Magos); el de Pascua (pasión y resurrección de Cristo), y el hagiográfico (consistente en la representación de vidas de santos, como por ejemplo, «las sanantonadas», para el 17 de enero, festividad de San Antonio abad).

 Por otro lado, «El auto de los Reyes Magos», tuvo su continuidad en los relatos populares de de la Adoración, inspirados principalmente en la escena del evangelio de San Mateo, sobre la búsqueda de Jesús por parte de los Reyes Magos, que guiados por una estrella van a Judea, hablan con el rey Herodes, y llegan al portal de Belén para adorar y ofrecer presentes al Niño Jesús recién nacido.

Representación de la Adoración de los Reyes Magos al Niño
Jesús, en brazos de su madre, la Virgen María
 A diferencia de los católicos romanos (que a partir del siglo IV comenzaron a celebrar el nacimiento de Cristo el día 25 de diciembre, haciendo coincidir la fecha con la gran fiesta profana del nacimiento del sol), la iglesia oriental, siguiendo unos criterios diferentes de datación, decidió celebrar el nacimiento de Cristo el seis de enero, para nosotros, el día de la Epifanía, o de la Adoración de los Reyes Magos.

 Los nombres de los tres Reyes (Melchor, Gaspar y Baltasar) devienen de los evangelios apócrifos, que son aquellos que no forman parte del canon bíblico, pero que durante la Edad Media gozaron de gran aceptación entre las gentes humildes debido a las narraciones extraordinarias y milagrosas que hacían de la infancia de Jesús. De la lectura del evangelio de San Mateo, podría deducirse que aquellos pudieron ser unos Magos (sumos sacerdotes, o sabios, de la religión zoroástrica) llegados de Oriente: ya de Babilonia o de Persia, para adorar al Niño recién nacido.

 En cuanto a la estrella que les guió, se trata de un elemento recurrente en la mayoría de civilizaciones y culturas antiguas, presagiando el nacimiento de un personaje de especial relevancia. Así ocurrió, por ejemplo, con Alejandro Magno y  Augusto, y también con personajes bíblicos clave, como Abraham, Isaac, Jacob y Moisés, cuyos natalicios se anunciaron con la aparición de estrellas en el firmamento. Asimismo, los judíos también reconocen la estrella que anunciará la llegada del libertador mesiánico, según la profecía de Balaham, que aparece en el libro de los Números del Antiguo Testamento.

 Las obras teatrales de la Adoración finalizaban con la entrega de  regalos al Niño, los cuales simbolizan la triple naturaleza de Jesús: el rey Gaspar le ofrece oro, que representa la realeza de Cristo; Baltasar le ofrenda incienso, en referencia al carácter divino de Jesús; y el rey Melchor le regala mirra, en reconocimiento a la condición humana del Mesías.

 La reforma litúrgica emanada del Concilio de Trento (1545-1563) tuvo la intención de prohibir la representación de las obras teatrales religiosas en los templos e iglesias, e incluso fuera de los lugares sagrados, para que aquellas manifestaciones y representaciones folklóricas no desvirtuasen el culto hierático de las iglesia católica. Prohibición, sin embargo, poco efectiva, ya que el teatro religioso se mantuvo a lo largo de los siglos posteriores,  como prueban –precisamente–  los abundantes edictos de prohibición que se encuentran en los distintos archivos eclesiásticos. De manera que hasta finalizado el siglo XIX, obras religiosas como «La adoración de los Reyes Magos», seguían representándose con gran éxito de público delante de iglesias, y por calles y plazas de buena parte de pueblos y ciudades de España.

 Fue mediado el siglo XIX cuando empezaron a aparecer las primeras cabalgatas de Reyes, que con el tiempo se han ido consolidando, afianzadas en las antiguas representaciones teatrales, y tomando el relevo de las mismas, transmitiendo el mismo mensaje de paz, e ilusión, especialmente para los niños, como preciado tesoro de esperanza que son para el armónico futuro de la humanidad.


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