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sábado, 9 de enero de 2016

De almanaques y calendarios

Hasta la segunda mitad del siglo XIX, la impresión del calendario en España fue potestad del Observatorio Astronómico de Madrid

Luis Negro Marco / Babilon

 El calendario de pared, de bolsillo o de sobremesa, es uno de los regalos más recurrentes y generalizados en estas fechas. La palabra «calendario» viene a designar al papel o libro que contiene la distribución del año por meses o por días. El término procede de la voz calendas con que los romanos designaban al primer día de cada mes. El calendario griego no tenía calendas, de manera que remitir algo a calendas griegas, equivalía a demorarlo indefinidamente.

 Cada primer día de mes en Roma, un pontífice procedía a convocar (calare) al pueblo a fin de que se reuniera en el foro para anunciarle cuáles serían los días feriados, así como los días fastos (aquellos en los que se podían celebrar juicios y desarrollar negocios) y nefastos (días en los que no se administraba justicia ni era lícito cerrar contratos) del mes. Asimismo, el calendario de los latinos era el libro de cuentas en que los acreedores anotaban los nombres de sus deudores y las cantidades que les adeudaban; se llamaba así porque el interés del dinero prestado se adeudaba en las calendas de cada mes.

Palabra semejante a la de calendario, es «almanaque»: tabla, registro o catálogo que comprende todos los días del año, ordenados por meses, con datos astronómicos, salidas y puestas de sol, su entrada en cada signo del zodíaco, fases de la luna, santos y festividades, ferias y otras noticias relativas a actos religiosos y civiles. La palabra almanaque podría derivar del copto (antiguo idioma de los egipcios): al –calcular– y men –memoria–. Asimismo, podría estar emparentada con la palabra griega mêné           –Luna– con el significado de descripción de las lunas, puesto que los antiguos griegos se rigieron de acuerdo al calendario lunar.

 El almanaque propiamente dicho, llamado también calendario, contenía y contiene vaticinios y predicciones sobre fenómenos astronómicos y meteorológicos. Bajo el punto de vista astronómico, fue célebre el Almanaque de Nostradamus, que dio origen a las famosas profecías del iluminado astrólogo francés Miguel de Nôtre-Dame (1503-1566). Como anécdota sobre las profecías de Nostradamus, cabe decir que, en vista del éxito alcanzado por su padre, uno de sus hijos decidió sucederle, mas viendo que la credibilidad de sus profecías disminuía, porque los acontecimientos no confirmaban sus vaticinios, profetizó la destrucción de una villa. Para ello decidió incendiarla él mismo, mas el infeliz Nostradamus junior fue incapaz de adivinar que sería sorprendido en el intento, y por tal criminal acto, ajusticiado en 1574.

 En España, uno de los más famosos almanaques fue el del sacerdote salmantino Torres de Villarroel (1694-1770), y ya desde mediados del XIX y hasta hoy, el más popular es el Almanaque del Zaragozano, del aragonés –natural de Villamayor– Mariano Castillo (1821-1875). Otros almanaques famosos han sido; El ermitaño de los Pirineos, El gaitero de Lugo, O mentireiro verdadeiro y el Parenòstic menorquí.

 Un dato curioso respecto a la venta de los almanaques en Europa tiene relación con  la Academia de Ciencias de Berlín, que en el siglo XVIII conseguía sus principales ingresos de la venta de un almanaque donde figuraban predicciones formuladas al tuntún.  Mas, en aras de la verdad científica, la institución decidió reemplazar aquéllas fabulaciones por informaciones veraces sobre asuntos que presumía de interés general. El resultado fue que  las ventas del almanaque descendieron de tal forma que, temiendo por su continuidad económica, la academia decidió volver a publicar aquellas predicciones en las que no creían ni sus propios autores, acrecentando  –no obstante– de nuevo sus ventas.

 Respecto a los calendarios propiamente dichos, en España, hasta la primera mitad del siglo XIX, la
formación, impresión y venta del calendario corría a cargo y beneficio del Observatorio Astronómico de Madrid, el cual tenía esta concesión desde 1797, constituyendo un privilegio que le fue confirmado por última vez el 27 de mayo de 1846, de manera que a partir de aquella fecha cualquier particular o empresa lo puede publicar. En el ámbito eclesiástico, el más popular en Aragón es el Calendario de San Antonio, santo portugués nacido a finales del siglo XI, conocido como el patrono de los pobres

 Nuestro actual calendario está basado en el primitivo calendario romano que en principio contó sólo con diez meses, de ahí que los meses de septiembre, octubre… hagan referencia al ordinal –séptimo, octavo…– que les correspondía.  En  el 46 antes de Cristo, Julio César instituyó el año de 365 días (calendario juliano) añadiéndole cada cuatro años un día suplementario, el cual se intercalaba en el mes de febrero, que tenía –como ahora– 28 días, y cada cuatro años, 29.   A dicho día se le denominaba  «bi sexto» calendas martii (dos veces el sexto día anterior al primer día de marzo –el 24 de febrero–) de donde ha quedado el nombre de bisiesto para designar al año en que su mes de febrero consta de 29 días.

 Ya en el siglo XVI, el papa Gregorio XIII reformó ligeramente el calendario juliano, con el objeto de corregir el error de cálculo de aquél, por el que los puntos solsticiales y equinocciales retrocedían en un día cada 133 años. De este modo, nuestro calendario gregoriano actual se basa en la  Bula que el papa Gregorio XIII decretó el 5 de octubre de 1582, según la cual se  determinó la supresión de 10 días en aquel año, y de 3 años bisiestos en el espacio de 400 años. Y a fin de dar alguna regularidad a esta supresión se determinó la eliminación de los bisiestos en todos los años seculares cuyo número no fuese divisible por 400. De este modo, el año 1600 fue bisiesto, pero no los años 1700, 1800 y 1900, aunque sí lo fue el año 2000. En cualquier caso, los nacidos en 29 de febrero están de suerte, pues en este año nuevo podrán celebrar su cumpleaños tras cuatro sin tener esa posibilidad. ¡Feliz, saludable y próspero 2016!

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