MARÍA PAZ GARCÍA RUBIO (CATEDRÁTICA DE DERECHO CIVIL EN LA USC)
COMO es fácil comprobar en párrafos escritos y tertulias varias, en estos tiempos cenagosos e inseguros el futuro de nuestro nefasto sistema educativo no es precisamente uno de los que más preocupa a los viejos y nuevos políticos, empeñados en interminables discusiones sobre quien ha de detentar el poder y de paso la capacidad de control social que de aquél deriva. Ni les preocupa a ellos ni, lo que es mucho peor, parece preocupar demasiado a los hombres y mujeres a quienes aquellos aspiran a gobernar, la mayoría de los cuales piensan, con aparentes buenas razones, que al fin y al cabo la educación, siendo importante, no es ni mucho menos tan trascendental como el desempleo, la amenaza terrorista de las fuerzas oscuras del mal o la desmembración de una estructura de Estado que, como sucede con esas edificaciones fantasmas que tan bien reflejan el feísmo paisajístico gallego, nadie sabe cómo va a terminar.

Corremos un verdadero riesgo de perder lo que nos define como sociedad avanzada, que cree en la libertad del ser humano y en su capacidad para modificar su destino y respetar el de los seres igualmente libres que le rodean. La educación, entendida como lo contrario de la manipulación y de la sesgada información y como mucho más que la preparación y el entrenamiento para una profesión que, con probabilidad, va a ser demasiado efímera, es la única esperanza real; cuanto más tarde nos percatemos de ello, más difícil será salir del atolladero.
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