Los muchachos de zinc
Las traumáticas vivencias de los jóvenes soldados rusos
durante la guerra de Afganistán, narradas por la premio Nóbel de Literatura Svetlana
Alexiévich
Svetlana Alexiévich
Los muchachos de zinc
Editorial Debate, 329 páginas.-
Barcelona, 2016
En 1979, a comienzos de la que habría de ser la última década de la Guerra Fría , el gobierno
soviético, entonces bajo el mando de un decrépito Brezhnev, decidió la invasión
militar de Afganistán con el fin de afianzar un gobierno comunista en el
estratégico país asiático, favorable a su economía y estrategias políticas.
La guerra soviética en Afganistán dio comienzo
en diciembre de 1979 y se prolongó por espacio de poco más de nueve años, hasta
su finalización, en febrero de 1989. En aquel transcurso de tiempo la entonces
Unión Soviética desplazó un millón de soldados, llegando a haber hasta medio
millón en un mismo momento. El total de pérdidas humanas por parte del ejército
ruso ascendió a la cifra oficial de 15.051 muertos, además de otros 417
soldados que desaparecieron en combate o fueron hechos prisioneros. Por otro
lado, el número de heridos y los que quedaron con secuelas psíquicas de por
vida, fue muy superior al de muertos.
Al poco de finalizada aquella guerra, la
periodista y escritora bielorrusa Svetlana Alexiévich (1948)
entrevistó a un
nutrido grupo de oficiales y jóvenes soldados rusos (hombres y mujeres) que
intervinieron en ella, así como a sus madres. Su testimonio resulta un relato
estremecedor de vidas rotas por la violencia, el sufrimiento y la muerte de
seres queridos. Decenas de miles de madres que jamás volvieron a ver a sus
hijos sino un pesado sarcófago sellado de madera recubierto por otro de zinc. Y miles de
madres que vieron cómo sus hijos de poco más de veinte años, regresaban
mutilados, o convertidos en la sombra de lo que un día fueron, con
rostros inundados de tristeza y almas destrozadas.
Portada del libro Los muchahos de zinc, publicado
en españa por EDITORIAL DEBATE; de la escritora
bielorrusa Svetlana Alexiévich, Premio Nobel de de Literatura en 2015. |
No es la primera vez que la premio Nóbel de
Literatura en 2015, Svetlana Alexiévich, se adentra en las tenebrosas
profundidades de la guerra; y ahí está su libro: La guerra no tiene rostro de mujer, ni en la destrucción que,
conscientemente en el universo conocido,
sólo el ser humano es capaz de llevar a cabo, como bien mostró en Voces de Chernobil. Svetlana Alexiévich
es una más que digna discípula de los grandes reporteros de guerra, como el
ruso Vassili Grossmann, durante la
Segunda guerra mundial, o la italiana Oriana Fallaci, en la
guerra de Vietnam. Reporteros que no fueron meros cronistas de batallas, sino
magistrales narradores del horror y del embrutecimiento de la personalidad que
provocan todas las guerras.
En 1988, durante el último año de la guerra
soviética en Afganistán, la propaganda rusa insistía en que los soldados rusos
eran “soldados internacionalistas” de la Perestroika de Gorbachov, pero lo cierto es que
en el país asiático se estaba viviendo una inhumana y encarnizada lucha por
ambas partes enfrentadas. Así, mientras los Estados Unidos del presidente
Reagan proporcionaban un sofisticado armamento a la muyahidines afganos,
estaban creando al mismo tiempo –y sin ser conscientes de ello–una radicalizada
élite militar y religiosa en el país (amparada por los señores de la guerra),
de las que se han nutrido en última instancia las organizaciones terroristas
(los Talibán, y Al Qaeda) que siguen asolando el país.
Luis Negro Marco
En Los muchachos de zinc, la valentía de la autora estriba en que fue publicado el mismo año (1989) en el que se produjo la definitiva salida de las tropas soviéticas de Afganistán. Inmediatamente a la edición, algunos de los soldados y madres que habían aportado su testimonio, quizás presionados por las autoridades rusas, se detractaron de las afirmaciones que en su día habían hecho a la autora, e iniciaron procesos judiciales contra Svetlana Alexiévich. Todas las resoluciones resultaron favorables a la autora. Que la historia es cíclica queda ejemplificado en que lo mismo le ocurrió a George Orwell en Inglaterra, cuando publicó 1984, acusado de difamar la estructura del Estado, o a Salman Rushdie, condenado a muerte en Irán al ser acusado de burlarse del Islam en uno de sus libros.
En Los muchachos de zinc, la valentía de la autora estriba en que fue publicado el mismo año (1989) en el que se produjo la definitiva salida de las tropas soviéticas de Afganistán. Inmediatamente a la edición, algunos de los soldados y madres que habían aportado su testimonio, quizás presionados por las autoridades rusas, se detractaron de las afirmaciones que en su día habían hecho a la autora, e iniciaron procesos judiciales contra Svetlana Alexiévich. Todas las resoluciones resultaron favorables a la autora. Que la historia es cíclica queda ejemplificado en que lo mismo le ocurrió a George Orwell en Inglaterra, cuando publicó 1984, acusado de difamar la estructura del Estado, o a Salman Rushdie, condenado a muerte en Irán al ser acusado de burlarse del Islam en uno de sus libros.
Los
muchachos de zinc no sólo es el relato de la guerra soviética en
Afganistán, sino el paradigma del irreparable trauma que causan todas las guerras. Este libro
desentraña la terrible realidad de la guerra, que no finaliza con la firma de
un tratado de paz por ambas partes en la mesa de un frío despacho, sino que continúa, con más dureza si cabe que
en el fragor de los combates, en la cotidiana vida diaria de quienes fueron
actores del horror, de los mutilados y
de sus humildes familias. Aquellas que perdieron a sus hijos, y las que
los reencontraron por completo ajenos a su vida anterior, ahora sentados
–aparentemente de manera plácida ante el televisor– pero escuchando el
constante y aterrador silencio de las explosiones en sus oídos, así como la
imagen de la muerte revolviéndose para siempre entre sus pensamientos.
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