Luis Negro Marco / Historiador y periodista
El poeta español Pedro Espinosa (1582-1650)
fue el autor de Arte de buen morir. Una
obra en formato de cuento en el que un mercader extraviado en el monte se
encuentra con un ermitaño al que pide que le enseñe el arte del bien morir. La
narración se divide en siete textos básicos, uno para cada día de la semana, a
los que siguen otros sobre el infierno, la gloria, el propósito de enmienda y
el acto de contrición. Esta obra se aconsejaba como lectura para los niños en
las escuelas hasta finales de la
España decimonónica, y
se tenía como libro escolar una vez superado “el Catón”.
Que se instruyese a los niños españoles sobre
el arte del buen morir y no sobre el del
bien vivir, así como el hecho de que el rey Fernando VII restableciese mediante
decreto el Santo Oficio (la
Inquisición ) en 1814, no pasaron inadvertidos a la afilada
pluma de los historiadores extranjeros que, una vez derribados los cimientos
ideológicos que sustentaban el Antiguo Régimen –tras la Revolución francesa de
1789– se lanzaron a acrecentar la Leyenda negra que, desde dos siglos atrás, las
monarquías europeas habían proyectado sobre España.
Así, el escritor y político francés Edgard
Quinet (1803-1875), consideró a Felipe II como
«el monarca inflexible de una sociedad muerta, aislado en su Escorial,
sepulcro húmedo y tenebroso», añadiendo: «Todo el esplendor de Tiziano y Rubens
nada pudieron hacer por que la vida circulara a través de la mirada de Felipe
II». Y Por si la anterior oración fúnebre
hacia el Austria español no hubiese sido lo suficientemente elocuente,
apuntillaba Quinet en Mes vacances en
Espagne: «Desgraciadamente la monarquía española se ha acostumbrado desde
hace tres siglos a considerar la muerte como estado normal y oficial de la Península ».
Monasterio del Escorial, mandado construir por Felipe II, se comenzó a edificar en el año 1563. Las obras concluyeron en 1584.- Foto: Luis Negro |
Pero es que hasta el propio literato y
político español Ángel Ramírez de Saavedra (Duque de Rivas –1791-1865–), en sus
Romances Históricos escribió: «Cuando
el Ser Supremo llamó a su presencia a Felipe II, éste se encontró allí junto a
su secretario, Antonio Pérez». Y es que el aragonés (por lo demás, un destacado
escritor), en su huida de la cólera del rey, buscó primero el amparo de la
corona inglesa y posteriormente la de Francia, país en el que murió en 1611. Y
las revelaciones de importantes secretos de Estado, que hizo Antonio Pérez a
sus monarcas anfitriones, a buen seguro que constituyeron el andamiaje
necesario sobre el que aquéllos construyeron la
Leyenda negra
sobre la monarquía española y su actuación en la América hispana.
Pero fue sobretodo en el siglo XVIII (el de
“las luces” y el de la
Ilustración ) en el que mayor esfuerzo apologético hicieron
los Estados europeos para su difusión, ejemplificado este esfuerzo en el escritor
francés Nicole Masson de Morvilliers (1740-1789) y el feroz artículo que
publicó en 1782 (en la Encyclopedie Méthodique )
contra España y su monarquía. Artículo que sin embargo consiguió el insólito
hecho de que los sectores conservadores y progresistas españoles se unieran
(tan solo por una vez) para hacer frente común a tan infundadas denuncias.
Incluso el escritor francés René de
Chateaubriand (1768-1848), destacado católico, escribió en
sus Memorias de ultratumba respecto a Los
Sitios de Zaragoza: «No se esperaban [los soldados franceses] encontrarse
con esas sotanas a caballo, como dragones de fuego, sobre las vigas ardiendo de
los edificios de Zaragoza, cargando las escopetas entre las llamas, acompañados
por mandolinas, boleros y el réquiem de la misa de difuntos».
Dependencias, jardines y sierra de El Escorial.- Foto: Luis Negro |
Una vez más la muerte apocalíptica como
identitaria de lo hispano, cuyo mejor y genial narrador en crónica pictórica
fue Goya en su cuadro “Los fusilamientos del 3 de mayo”. El horror de la
muerte, en los rostros de miedo de personas inocentes, cuyas vidas han sido o
están a punto de ser fríamente arrebatadas por las balas. Corazones convertidos
en sepulcros, en cuyos epitafios, según vislumbró Larra en 1836 en la Noche de Difuntos se podría leer: “Aquí yace
la esperanza”.
Pero lo más insólito, sin duda, ha sido la
interiorización, teniéndolo como real,
que los propios españoles han hecho de la invención del mito de la Leyenda negra –o de la España en negro–, considerado en muchos
sectores de la vida intelectual y política de nuestro país como un rasgo
típicamente definitorio de lo español. Así se cuenta la Historia.
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