Luis
Negro Marco / As Fragas do Eume
Sin embargo, el debate dentro de la Iglesia respecto a tan
trascendental asunto, venía de muy lejos, y ya en el tercer Concilio ecuménico
de Éfeso, celebrado en el año 431, la Virgen
María fue proclamada “Madre de Dios” por los Padres de la Iglesia. Asimismo ,
tres siglos más tarde, en las Leyes (Capitulares) establecidas por el emperador
Carlomagno (742-814) sobre la reforma del Clero, aparecía de nuevo constatada
la celebración de la fiesta de La
Asunción.
Posteriormente, la celebración de la
festividad habría sido también considerada por la Iglesia durante el Concilio
de Maguncia, celebrado en el año 813. Dicha ciudad alemana, arrasada por el rey
de los Hunos (Atila, muerto en el año 453), había sido precisamente
reconstruida por el emperador Germánico
de Occidente, Carlomagno, quien
instituyó allí una gran sede metropolitana. Poco más tarde, durante el
papado de San León IV, (muerto en el año
855) la Iglesia
instituyó la Octava –espacio de ocho días durante los cuales la Iglesia celebra una fiesta
solemne– dedicada a La Asunción de la Virgen María.
En cuanto a la Iglesia de Oriente, dicha
celebración se habría establecido, según algunas fuentes, bajo el emperador Justiniano
(483-565), quien mandó edificar la
imponente iglesia de “Santa Sofía”,
en la actual ciudad de Estambul. No
obstante, y según otras fuentes,
No obstante, y tras interminables titubeos, no
sería hasta el siglo XII cuando se habría de consolidar la celebración de La Asunción de María en las
respectivas iglesias del Imperio romano de Oriente, y el Germánico de Occidente. Hecho que se constata, por
ejemplo, en las Cartas de San Bernardo de Clairvaux (1091-1153) a los canónigos
de León: “Dad a María las alabanzas que
la pertenecen, pues después de Dios y de Jesus-Christo, es nuestra esperanza,
nuestro consuelo y nuestra vida”. Asimismo
una posterior ley del emperador de Oriente, Manuel Comneno (1143-1180),
oficializaría su celebración.
Un año de especial relevancia en cuanto a la
institucionalización de la festividad de La Asunción de la Virgen , fue el de 1159 (año 5 del emperador Federico I y 17 del
emperador Manuel Comneno) en que Alejandro
III fue consagrado con la corona pontifical. Con el nuevo papa, la festividad
de La Asunción ,
iba a adquirir un nuevo y especial significado debido a un hecho de armas: Fue
así que, una vez manifestadas las aspiraciones del emperador Federico I por ostentar su soberanía sobre
los Estados de la Iglesia ,
el papa Alejandro III se opuso a sus deseos, liderando contra él al ejército de
la Liga Lombarda.
La batalla decisiva para la victoria del papa, tuvo lugar el 15 de agosto
(festividad de La Asunción )
de 1176 en la ciudad italiana de Legnano, en la que el emperador quedó
plenamente derrotado por el ejército papal.
Surgió entonces la leyenda de que Barbarroja,
vencido y despojado de su dignidad imperial, se arrodilló ante el papa,
Alejandro III, en la iglesia de San Marcos de Venecia. Según esta misma
leyenda, el papa habría puesto su pie sobre la cabeza del emperador Barbarroja
al tiempo que pronunciaba las palabras del Salmo: “Andarás sobre el áspid y el basilisco y hollarás con tus pies el león y
el dragón”, a lo que el emperador contestó: “No tú, sino Pedro”, replicando a su vez Alejandro: “Pedro y yo”.
El caso, es que, victorioso, y en
conmemoración del día de La
Asunción , en el que había obtenido su victoria, el papa
Alejandro III decretó que quienes “contritos
y confesos” llegasen a la
Iglesia en tal día, conseguirían plenísima redención de sus
pecados, y dentro de la Octava ,
el perdón de la séptima parte de los mismos.
A día de hoy, la celebración de “la Virgen de agosto”, es
fiesta en miles de pueblos de España y en varias
de las Comunidades Autónomas. Una festividad que llega mediado el mes de
agosto, tradicionalmente el mes de la recolección y por tanto de la alegría por
la cosecha obtenida. De este modo, la Asunción se adorna, como cada año, con gentes enfundadas
en vestidos de gala, procesiones que huelen a rosas y albahaca, y manifestaciones
que, de hondo sentimiento religioso, no celebran sino la inmensa alegría de
vivir.
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