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domingo, 24 de agosto de 2014

La memorable y desconocida batalla de Villar de los Navarros

Villar de los Navarros, “la otra Cincomarzada”
Vista general de la localidad de Villar de los Navarros, perteneciente a la comarca de Daroca, en la provincia de Zaragoza. La iglesia de San Pedro, de estilo mudéjar, emerge sobre los tejados de las casas. Foto: Luis Negro Marco

El 24 de agosto de 1837, las tropas carlistas derrotaron a las de Isabel II en una tan memorable como desconocida batalla, que tuvo lugar en la zaragozana localidad de Villar de los Navarros. Una victoria que pudo otorgar la Corona de España a Carlos María Isidro,  el pretendiente carlista


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Apenas hace unos meses que fue publicada una obra del profesor de la Universidad de
Luis Negro Marco / Campo Lameiro
Zaragoza, Raúl Mayoral Trigo, titulado El cinco de marzo de 1838 en Zaragoza. Aquella memorable jornada: 1837-1844, editado por la “Institución Fernando el Católico”. Una obra que profundiza en la historia y significado de la fiesta con la que Zaragoza conmemora y celebra, cada cinco de marzo, su victoria sobre las fuerzas asaltantes del ejército carlista a la ciudad.

En la mayoría de las ocasiones pensamos que los grandes acontecimientos, aquellos que han decidido los destinos de la Historia, son completamente ajenos a nuestras vidas y nuestro entorno, lo que es una errónea interpretación. Así, por ejemplo, el  libro de Raúl Mayoral en torno a la Zaragoza de “La Cincomarzada”,  pone de manifiesto que Aragón  fue escenario muy activo en los grandes acontecimientos del tormentoso siglo XIX español; una centuria en la que se pueden encontrar las respuestas a muchas de las grandes preguntas que plantea la  actual Historia de España.
Una de las casas del conjunto histórico de Villar de
los Navarros. Más que bicentenarios, los muros y
balcón de este solar, fueron seguro escenario desde
el que los carlistas que participaron en la batalla de
Villar de los Navarros (24 de agosto de 1837) cele-
braron su trascendental victoria sobre las tropas
del brigadier Buerens.-
Foto: Luis Negro Marco
La muerte de Fernando VII, acaecida el 29 de septiembre de 1833,  habría de legar a nuestro país la trágica herencia de tres guerras civiles, las cuales se habrían de prolongar intermitentemente hasta el último cuarto del siglo XIX. Los partidarios de la legalidad sucesoria vigente en España a la muerte del “Deseado”  (la ley de sucesión de Felipe V, de 1713) consideraron legítimo rey de España a  su hermano mayor, Carlos María Isidro (Carlos V) y pronto emitieron una proclama de adhesión a él.

  Pero la suerte estaba echada, y a finales de 1833, se hizo público el testamento de Fernando VII, en el que explicitaba la creación de un Consejo de Regencia que presidiría su esposa, María Cristina, hasta que su hija Isabel II (reina de España) alcanzase su mayoría de edad. Todo el Ejército manifestó su lealtad al “Nuevo Gobierno” de la regente María Cristina, mientras que ni un solo regimiento en España proclamó ante sus banderas a Carlos María Isidro (Carlos V) como legítimo rey.

 No obstante, los carlistas consideraron que con la llegada de Isabel II al trono, se producía una clara violación del derecho de legitimidad sucesoria, iniciándose de este modo una cruenta guerra civil, conocida como la  “Guerra de los siete años” (1833-1840), en que las  tierras y gentes aragonesas, no iban a ser, ni mucho menos, ajenas.

 A los cuatro años de iniciada la guerra civil, Carlos María Isidro programó con sus generales la llamada históricamente “Expedición Real”, que iniciada en la localidad Navarra de Estella el 15 de mayo de 1837, tenía como objetivo recorrer  y conquistar con sus tropas el noreste español hasta la ocupación definitiva de Madrid.

 Tras sucesivos hechos de armas, más o menos equilibrados, un caluroso 22 de agosto de 1837 los batallones carlistas llegaban a la zaragozana localidad de Villar de los Navarros, donde habrían de descansar de su larga marcha. En aquel momento operaban  en Aragón, contra la Expedición Real carlista, las columnas del general Espartero que estaba en Calatayud; así como las de los brigadieres Oraa –que estaba colocado en Daroca– y Buerens, quien, recién salido de Zaragoza, se situó en Cariñena.

 El día 23 de agosto, las fuerzas de Buerens entraban en Herrera de los Navarros esperando  a que allí se le unieran las de Oraa para, conjuntamente, proceder a atacar a los carlistas que se encontraban en Villar de los Navarros, a apenas ocho kilómetros de distancia. No obstante, alertado por sus exploradores del plan, en el amanecer del 24 de agosto, el Infante Don Sebastián Gabriel de Borbón (sobrino en segundo grado del pretendiente Carlos V), ordenó el despliegue de sus tropas que pronto ocuparon posiciones de combate sobre todo el valle de “La Cañada de la Cruz”, en el término de Villar de los Navarros, hacia la localidad de Herrera.

  A mediodía avanzó a su vez desde Herrera de los Navarros la columna gubernamental de Buerens,
Los trenes de aprovisionamiento de la Expedición Real carlista que llegó a
Villar de los Navarros el 22 de agosto de 1837, estaban compuestos de carros
y galeras amartillados en los que se transportaban municiones, víveres, y
herramientas para la construcción de campamentos e improvisados puestos
de combate
.- Foto: Luis Negro Marco
y una hora después quedaba alineada en orden de batalla frente a las posiciones carlistas. La lucha comenzó con el tiroteo de las guerrillas que duró más de una hora, como si ambos combatientes esperaran que el enemigo comenzara el ataque; hasta que finalmente, a las tres de la tarde, las tropas de Buerens avanzaron en un movimiento táctico que habría de ser fatal para sus soldados. El ejército carlista obtuvo una victoria total y absoluta gracias al ataque de su caballería, que dividió en dos las columnas oponentes. El brigadier Quílez (natural de Samper de Calanda), que dirigió la famosa carga carlista, fue gravemente herido en el combate y moriría pocos días después, en la localidad turolense de Muniesa, a causa de las heridas recibidas.

  Tras seis horas de lucha, a las siete de la tarde del 24 de agosto de 1837, la victoria  de los carlistas en Villar de los Navarros, había sido  tan arrolladora y completa que docenas de botellas de Veuve Clicquot  fueron descorchadas entre la oficialidad carlista para celebrar el éxito. Mientras, derrotados sus batallones, Buerens (perseguido al galope por un Escuadrón de la Caballería carlista) huía  en dirección a Belchite, al frente de los únicos 20 jinetes que pudieron escapar de su columna inicial, integrada por 6.000 soldados.
Los escenarios de la batalla de Villar de los Navarros tuvieron como testigos a las cercanas sierras de Oriche y Cucalón. Sus entonces esplendorosas iglesias, campos florecientes y pueblos
llenos de vida, han ido dejando paso, con el devenir de los años a un territorio hermoso pero abandonado, en el que los santuarios no son hoy en día sino meros testigos de un modo de vida
ya finiquitado. En la imagen, iglesia de Piedrahita
.- Foto: Luis Negro Marco 
La batalla de Villar de los Navarros, acaecida el 24 de agosto de 1837, fue uno de esos raros y trascendentales acontecimientos de la Historia que, en este caso, bien pudieron haber determinado la suerte de la Monarquía de España.  Sin embargo, apenas siete meses después, los acontecimientos iban a ser bien distintos: El 5 de marzo de 1838, Zaragoza era objeto de un asalto por parte del ejército carlista capitaneado por el brigadier Cabañero (turolense, de Urrea de Gaén). Pero la que iba a ser gran hazaña carlista, terminó en estrepitosa derrota y humillación para su causa.

Uno y otro acontecimiento (la batalla de Villar de los Navarros y ”La Cincomarzada”), fueron trágicos episodios de una calamitosa guerra civil en los que la casi totalidad de sus víctimas no llegaron siquiera a alcanzar el mérito de ser recordadas en la memoria,  y mucho menos la gloria de tener sus nombres impresos en las páginas de la Historia.

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