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domingo, 20 de septiembre de 2015

A qué llamamos España

El Periódico de Aragón. Noticias de Zaragoza, Huesca y Teruel

Cuando la Historia se manipula deja de ser ciencia para convertirse en doctrina

Luis Negro Marco / A Golada

¿Puede afirmarse hoy que sea europeamente satisfactorio la cantidad de horas que un obrero no cualificado necesita entre nosotros para comprar un kilo de carne o un par de zapatos? Sobre el radical igualitario hispánico de la sentencia «Nadie es más que nadie» –habitualmente incumplida por muchos de los que se regodean alabándola- perdura entre nosotros una situación socioeconómica injusta y conflictiva.

 Aunque podrían ser perfectamente aplicables a nuestros días, las anteriores frases  fueron escritas en 1971, y pertenecen al libro A qué llamamos España, publicado en 1971 por el médico y ensayista aragonés –turolense por más señas, nacido en Urrea de Gaén– Pedro Laín Entralgo (1908-2001). Un libro que goza de total vigencia y cuya lectura puede ayudarnos a comprender mejor la actualidad de nuestro país.

 Otros muchos historiadores, ensayistas y filósofos se habían formulado, tiempo antes, la misma pregunta. Algunos de manera fatalista, como el escritor romántico Mariano José de Larra (1809-1837) quien  en el epitafio de El día de Difuntos escribió: «Aquí yace media España, murió de la otra media». Un tema, el de las dos Españas, que, no obstante desarrolló un historiador portugués, Fidelino de Figueirido (1889-1967) quien, a los dos años de proclamada la II República, en 1933, publicó un libro con ese título, en el que indicaba que dicha dualidad habría existido en España, y sin solución de continuidad, desde 1815 con la restauración de Fernando VII en el trono de España, tras la expulsión de José Bonaparte. Bien es cierto que con anterioridad, en 1912, nuestro poeta Antonio Machado (1875-1939) ya había escrito, en Campos de Castilla, un poema titulado Españolito que vienes (aún muy popular por la excelente versión musical que de él hizo en 1969, el catalán Joan Manuel Serrat), en el que aludía a las dos Españas.

 Otro poeta, en esta ocasión catalán, Joan Maragall (1860-1911) fue el autor de Oda a España,
Moneda española, acuñada en 1869, durante el
"Sexenio liberal" (1868-1874).-
Foto: Luis Negro
pieza que concibió con motivo del Desastre de 1898, año en el que, tras su derrota frente a los Estados Unidos,  España perdió dos de sus últimas joyas coloniales: la caribeña Cuba y las  islas Filipinas, “las perlas españolas del Pacífico”. Maragall, al igual que los escritores de la Generación del 98, demuestra en esa obra su honda preocupación por España, a la que vuelve a recordar en su Himne Ibéric, de 1906, en el que propone a las tierras litorales de España que hablen a Castilla del mar: “Parleu-li del mar, germans”. 

 El Romanticismo ­–la respuesta al desarrollo de las ciencias de la Ilustración, que había comenzado a finales del siglo XVII–  propició el auge de los nacionalismos  a lo largo del siglo XIX, y junto a ellos, el de los estereotipos identitarios. Así ocurrió con el arqueólogo y escritor francés Prosper Mérimée (1803-1870) y su novela Carmen, publicada en 1847, y ambientada en Andalucía. Una visión de lo hispano que tendría su contestación en 1952, cuando los creadores Quintero, León y Quiroga compusieron la copla Carmen de España «manola, valiente, y no la de Mérimée». Crítico también respecto a los nacionalismos se había mostrado el escritor Ángel Ganivet (1865-1898), quien en sus Cartas finlandeses dedica un capítulo: «Donde se refiere al Gran Ducado de Finlandia, las diversas teorías inventadas acerca de la constitución de las nacionalidades».

 En el caso peninsular, ninguno de los reinos hispanos antes, durante y después de la Reconquista, creció de manera independiente y aislada. Bien al contrario, y el ejemplo más palpable lo constituye la Corona de Aragón, cuyos reyes ostentaron este nombre, cuando avanzaron hacia Italia y el Mediterráneo hasta  la conquista de Constantinopla. Hechos bien relatados por el general e historiador Francisco de Moncada (1586-1635) en su libro Expedición de los catalanes y aragoneses contra turcos y griegos, iniciada en 1303 por Roger de Flor y sus legendarios almogávares.  Y ya a finales del siglo XV, los Reyes Católicos  pusieron en marcha su innovador intento por crear el primer Estado nacional. A partir de entonces, la política empezará a predominar sobre la guerra, como bien supo ver el jesuita aragonés Baltasar Gracián, cuando en 1640 escribió El Político, inspirado en la figura de Fernando II de Aragón.

«Discutido y discutible» el concepto de España como nación fue el origen de España invertebrada, el libro que en 1921 escribió el ensayista y filósofo José Ortega y Gasset (1883-1955), en el que hace esta reflexión: «España se va deshaciendo y hoy ya es más bien que un pueblo, la polvareda que de él queda». Una obra no exenta de controversia y debate, al que después de la Guerra Civil, seguirían otras. Como la que en 1948 publicó Américo Castro  (1885-1972) titulada España en su Historia, la cual tuvo una réplica inmediata a través de la obra de otro gran historiador: Claudio Sánchez Albornoz (1893-1984), autor de España, un enigma histórico. Mientras el primero defendía la teoría de lo hispánico como resultante de una convivencia de pueblos «cristianos, moros y judíos», el segundo hacía hincapié en lo genuinamente español como resultado de un aporte fundamental castellano.

 Cuestiones interesantes, sin duda, para debatir desde la Historia. Pero el problema estriba en que durante los últimos cuarenta años, esta ciencia ha sufrido el mayor de los desprecios en los distintos planes de estudios de las distintas –y hasta contradictorias– leyes de educación que han estado vigentes durante este tiempo. Nunca es tarde.

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