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lunes, 12 de octubre de 2015

El templo y la imagen de la Virgen del Pilar

Las dimensiones de la basílica guardan semejanza con las del Arca de Noé
Luis Negro Marco / Griébal

De acuerdo a la tradición pilarista, la Virgen María, cuando todavía vivía en Jerusalén, vino a Zaragoza para consolar y animar al Apóstol Santiago, abatido por los escasos frutos de su evangelización en Hispania. Continúa la tradición argumentando que María trajo consigo la columna o pilar, sobre la que habría pedido al Apóstol que edificase el que habría de ser primer templo mariano de la Cristiandad. Unos hechos que, según dejó escrito en 1680 el canónigo Félix Amada en su «Compendio de los milagros de Nuestra Señora del Pilar»  habría tenido lugar en Zaragoza, y a orillas del Ebro, el 2 de enero del año 40 de nuestra Era, día en que a partir de entonces se celebra  la fiesta de la Venida de la Virgen.

 La primera capilla del Pilar habría sido erigida por el Apóstol Santiago  con la ayuda de ángeles y de sus siete primeros discípulos hispanos. Asimismo, la devoción mariana manifiesta que el pilar (la columna de jaspe) que se venera en la Basílica del Pilar, marca el lugar exacto del encuentro de María con Santiago a orillas del Ebro.

 Ya para el siglo IX, está también acreditada la existencia en Zaragoza de una iglesia bajo la advocación de “Santa María”, la cual (tras la conquista de la ciudad musulmana por Alfonso I el Batallador en 1118) fue sustituida por otra, erigida en estilo románico. Las posteriores reformas acometidas posteriormente, a comienzos del siglo XVI, confirieron al templo un nuevo aspecto que es el que plasmó Juan Bautista del Mazo, en 1647,  en el cuadro «Vista de Zaragoza».

 El templo actual del Pilar empezó a erigirse en 1681 bajo la dirección del arquitecto Felipe Sánchez y Herrera. En 1718 se terminaron las naves y se colocó el retablo mayor y el coro. Posteriormente, bajo el reinado de Fernando VI (1713-1759) se designó como arquitecto del Pilar a Ventura Rodríguez (1717-1785) quien modificó los proyectos diseñados por su antecesor. A él se debe la construcción de la Santa Capilla y la remodelación de la estructura exterior, con cúpulas añadidas a la central, que según los primeros planos proyectados iba a ser la única. En cuanto a las cuatro torres exteriores, no se terminaron hasta mediados del siglo XX.

La Basílica del Pilar asemeja a un gran arca de la fe que navega en las quietas aguas del Ebro.
- Foto: Luis Negro Marco / 2015
Otra curiosidad del santuario del Pilar, y que destacaron ya algunos historiados a lo largo del siglo XIX, es la similitud existente entre las dimensiones bíblicas del Arca de Noé (124 metros de largo, por 20 metros de ancho y 12, 5 metros de alto) y las del Pilar de Zaragoza, descontada naturalmente la altura de sus torres. Un hecho que tampoco debería sorprender por cuanto quizás se hubiese pretendido con ello, ejemplificar al Pilar (edificado a orillas del Ebro) con una nave de salvación (como lo fue el Arca) para las almas que aceptaran el mensaje de Cristo, invocando la intercesión de la Virgen María.

 Ya en junio de 1948, durante la prelatura del arzobispo Rigoberto Domenech, el papa Pío XII concedió al Pilar el título de «Basílica», con rango de «Hermana Menor»  de la de San Pedro, en Roma. Siguiendo al que fuera canónigo y archivero metropolitano del Arzobispado de Zaragoza, Tomás Domingo Pérez (1928-2012), las basílicas fueron edificios civiles muy comunes durante la Roma Imperial, sirviendo conjuntamente de tribunal, bolsa y mercado. De la fusión de algunos de sus elementos con otros propios de las «Domus ecclesiae» cristianas (casas privadas romanas adaptadas al culto), surgieron –en tiempos del emperador Constantino (272-337 d. C.)– las basílicas cristianas insignes («Mirae pulchritudines»). A ellas se les añadió un carácter jurídico, que tenía cono objetivo último el de vincular con Roma a los cuatro Patriarcados de la Iglesia: el de Occidente, Constantinopla, Alejandría y Antioquía.

 En cuanto a la imagen de la Virgen, fijada a la «Santa Columna», se trata de una talla en madera, de una sola pieza, y de 36 centímetros de altura, realizada de acuerdo a los cánones artísticos característicos del siglo XV. La anterior imagen de la Virgen que hubiera podido existir, habría desaparecido a causa del incendio que sufrió el templo en el año 1435.

 Fue en 1990 cuando el Cabildo metropolitano, en calidad de custodio de la escultura, decidió su restauración, encomendando el trabajo al Instituto de Patrimonio Histórico Español (IPHE), bajo la dirección de la doctora Ana Carrassón López de Letona. Algunas de las conclusiones a las que llegó la investigadora, una vez finalizado su estudio, fueron que la imagen estuvo exenta de policromía, excepto en el rostro y manos de la Virgen y el cuerpo del Niño; y que el resto de la imagen estaba por completo recubierto de oro de 24 quilates. La Virgen aparece representada como Reina y Madre, coronada, y con vestido real. El Niño Jesús se representa sentado sobre la mano derecha de su madre, y rodeado por su brazo izquierdo, sosteniendo un ave- quizás una paloma- que simbolizaría  bien su divinidad, bien el alma humana, terrenal y divina a la vez. De hecho la palabra columbario es idéntica a la empleada durante el Imperio de Roma, derivada del latín: “columbus” –paloma–, simbolizando al alma que, tras la muerte terrenal, vuela hacia el cielo.

 La tradición de vestir a la Virgen con mantos pudo tener su origen ya a finales del siglo XVII, coincidiendo con la construcción de una balaustrada de plata que delimitaba el espacio de la columna con la Virgen. En un primer momento, se cree que los mantos cubrieron la imagen desde el pecho, y más tarde, se instituyó la tradición ahora vigente, de ornamentar a la Virgen con  mantos que cubren solo la parte alta de la columna, pudiendo contemplar los fieles la imagen de María en su totalidad.

 Por último, la vinculación de la tradición pilarista con la tradición jacobea, constituyó, durante siglos, el eje fundamental en torno al que se artículo la Monarquía hispana, y en buena medida, nació el concepto de Europa. Patrona de España –y por tanto el de su celebración, 12 de octubre, día de la fiesta nacional–, la Virgen del Pilar recibió el título de «Reina de la Hispanidad», por el papa Juan Pablo II, y su imagen, y nombre “maño”: «La Pilarica», asociados con  Zaragoza y Aragón, dotan de identidad y proyección internacional a la tierra aragonesa.


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