Los irreductibles de Baler
En
su memoria, el 30 de junio es el día de la Amistad Hispano-Filipina
Luis Negro Marco
/ Historiador y periodista
España mantuvo presencia en el
archipiélago de las Filipinas (integrado por más de 7.000 islas) desde 1565 hasta
1898. Una huella aún visible en la lengua tagala –mayoritariamente
hablada en la nación– que incorpora cientos de palabras españolas y que
contiene otras muchas de origen hispano. Y lo mismo ocurre con la mayoritaria
religión católica del país, llevada a aquel puzle de islas esparcidas sobre el
Pacífico, en el sudeste asiático, por misioneros españoles. De entre ellos
destacó un aragonés: el sacerdote escolapio Basilio Sancho Hernando
(1728-1787), natural de la localidad turolense de Villanueva del Rebollar, y
que en 1766 –durante el reinado de Carlos III–
fue nombrado arzobispo de Manila, en donde falleció en el ejercicio de
su apostolado.
Pero como ocurriera en Cuba y Puerto
Rico, durante el último decenio del siglo XIX,
también al
archipiélago de las Filipinas llegaron los vientos de la
independencia. Estados Unidos, entonces bajo la presidencia de William
McKinley, al igual que había hecho en Cuba, apoyó la insurrección filipina
pensando en la expansión de su mercado y en la ruptura de aranceles que, para
su comercio exterior, supondría la independencia de las posesiones españolas de
ultramar. De este modo, España hubo de combatir a miles de kilómetros de la
metrópoli y en dos frentes distintos e igualmente alejados uno del otro, ante
una potencia muy superior en cuanto a medios, fuerzas y armamento. Llegó así el
10 de diciembre de 1898 en que se firmó el Tratado de París, por el que España
perdía Cuba y Puerto Rico y cedía a los Estados Unidos el archipiélago filipino
mediante el pago de la suma de 20 millones de dólares. Comenzaba el período
histórico de “La España del Desastre”, que a su vez alumbró a una brillante generación
de escritores conocida como “La generación del 98”.
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cartel anunciador de la exposición sobre los héroes de Baler que se puede ver en el Museo del Ejército de Toledo que se puede contemplar hasta el 30 de junio de 2019. |
De manera que, firmada la paz, España
había rendido todas sus plazas en Filipinas ¿Todas? No. En la iglesia de San
Luis de Tolosa, en el poblado de Baler (situado en la isla de Luzón), un grupo
de 50 irreductibles soldados españoles (entre ellos, los
aragoneses Santos González Roncal, de Mallén –Zaragoza– y Marcos Mateo Conesa,
de Tronchón –Teruel–) pertenecientes al
batallón de cazadores expedicionario nº2, resisten desde
el 1 de julio de 1898 los ataques de las tropas filipinas del general
Aguinaldo. Ignoran que este jefe había proclamado la independencia de Filipinas
el 12 de junio anterior, y aún habrían de resistir el asedio durante 337 días,
hasta el 2 de junio de 1899. Y si finalmente depusieron la
defensa fue tan solo después de que el jefe de los soldados españoles, el
teniente Martín Cerezo, comprobara fehacientemente que hacía ya más de cinco
meses que España había aceptado la independencia de la colonia.
No fueron sin embargo los de Baler “los
últimos de Filipinas” (título homónimo de la película dirigida en 1945 por
Antonio Fernández-Román, con un notable remake
de Salvador Calvo en 2016), porque tras su capitulación y repatriación a
España, el 1 de septiembre de 1899, aún quedaron cientos
de prisioneros
españoles en manos de las tropas tagalas. Fue este el caso de Mariano Mediano,
natural de la localidad oscense de Peralta de la Sal, que no regresaría a
España hasta el 22 de febrero de 1900. En su memoria y la de sus compañeros de
cautiverio, su bisnieto, el escritor Lorenzo Mediano escribió en 2001 un
magnífico libro con el sugerente título de “Los
olvidados de Filipinas”. Porque, como sucedió en 1975 con los derrotados
veteranos de Vietnam que se granjearon el rechazo de buena parte de la
población estadounidense, del mismo modo, ni el Gobierno ni la sociedad
española de comienzos del siglo XX supieron reconocer que los soldados
españoles (la mayoría de ellos jóvenes de leva) habían dado su vida por el bien
de toda la nación, por lo que no recibieron ni los honores ni las recompensas de
las que fueron merecedores. Peor aún, se ganaron el desprecio de buena parte de
la opinión pública que los responsabilizó de la derrota.
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Dibujo de HYDE, ilustrando este artículo, publicado en EL PERIÓDICO DE ARAGÓN el 28 de junio de 2019 |
Afortunadamente,
el tiempo y la historia han restañado aquel olvido y honrado la memoria de
aquellos soldados españoles a quienes la propia nación de Filipinas ha
reconocido su valor y abnegación, declarando el 30 de junio como el Día de
la Amistad Hispano-Filipina. La
fecha no es casual, pues fue el día en que el presidente Aguinaldo
emitió el decreto de Tarlac —en 1899—, en el que se ordenaba que los miembros
del destacamento de Baler fueran considerados y tratados como amigos y no como
prisioneros. Una lección de perdón y de reconciliación que es bueno recordar y
tener presente de cara al futuro.
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