Carnaval, expresión
de humano humor
Luis Negro Marco
A partir del jueves
lardero (del latín lardum –tocino– y por lo tanto, todo lo que tiene que ver
con la gastronomía del mondongo) retorna el alegre carnaval, embutido en multitud
de personajes diferentes: en Luco de Jiloca, en forma de zarrapastrosos zarragones;
en Bielsa, transfigurado en onso que
acaba de despertar de su letargo invernal, acompañado de amontatos, trangas y madamas con sus joviales y vistosos
vestidos blancos, adornados de cintas de color. Tiempo de chirigotas, metamorfosis,
tránsito, disfraces, tiznados, caretos y mascaradas, a Épila llegan las mascarutas, como a San Juan de Plan el peirot y, al festivo son de las
dulzainas, los galantes enmascarados gigantes a Zaragoza.
De manera que al
igual que Isis (la de los mil nombres, diosa de la fertilidad para griegos y
romanos)
ocultando su rostro bajo un velo, el carnaval emboza su acreditada
fama burlona bajo diferentes denominaciones:
carnestolendas o carnevale, adiós
a la carne, porque tras su finalización –el martes de carnaval, que antecede al
miércoles de ceniza– llegan el ayuno y la abstinencia propios de la Cuaresma.
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Tranga y Madama, del Carnaval de Bielsa Fot- Luis Negro |
Así mismo, el
carnaval es denominado entrudo en
Portugal y entroido en Galicia,
porque es la fiesta que da entrada a la Cuaresma; pero también podría ser el carnaval
el carrrus navalis (la fascinante y
majestuosa carroza en que los emperadores romanos celebraban con júbilo sus
triunfos, al igual que los comandantes de la flota griega sus victorias
navales) asociado a las gozosas celebraciones del Navigium Isides, en honor de Isis, y que en la antigua Grecia se
celebraba el 5 de marzo coincidiendo con el inminente resurgir de la primavera
y el comienzo de la navegación.
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Carnaval de San Juan de Plan, 1990 Foto: Luis Negro |
Y ya en tiempos más
próximos destacan de entre las figuras del carnaval los zanni (de la palabra latina sannio,
con el significado de bufón, burlón y escarnecedor) personajes de la carnavalesca comedia italiana, entre los que se
encuentran Arlequín, Colombina, y el viejo avaro comerciante Pantalón, quien haciéndose
a la mar carnavalera, llegó también a la burlesca pantomima anglosajona con el
nombre de Pantaloon.
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Máscara de Mekuyo Mamarracho, Carnaval de la etnia Combe de Guinea Ecuatorial. Foto: Luis Negro |
En cualquier caso,
parece evidente que (al igual que ahora el carnaval es sinónimo de sátira, buen
humor, alegría y diversión) en los pueblos de la antigüedad los ritos asociados
a la fecundidad, invocando a la vida que renace, estuvieron marcados por un
tono de alegría (hilaritudo
–hilaridad–, como lo definieron los autores clásicos) en sus manifestaciones
religiosas, las cuales –a partir de la risa, el baile y el amor– constituían un
armónico encuentro entre el medio ambiente y la naturaleza humana.
Así, a la luz de lo anterior, nos
resulta más fácil comprender el hecho de que durante la Edad Media, llegado el
domingo de Resurrección, fuera costumbre que los sacerdotes hicieran bromas (risus paschalis –risa de Pascua–)
durante sus homilías, recordando de este modo que Jesús, burlándose del
demonio, había resucitado. Y que, en definitiva, al igual que la inocente y
pura de un niño que acaba de nacer, es la sonrisa de Dios la que nos otorga la
vida y con ella el buen humor, la felicidad y la alegría de vivir.