San Valentín, baila y enamora
Luis Negro Marco
Las fuentes
históricas de la antigüedad revelan que no hubo un solo San Valentín sino
varios. Dos de ellos ejecutados en torno al año 269 en tiempos del emperador
romano Claudio II, quien recrudeció la persecución contra los cristianos; y aún
hubo, al menos, un tercero que habría muerto en África.
Pero del San
Valentín enamorador que nos interesa
(que habría nacido en la ciudad italiana de Terni, de la que llegó a ser
obispo) se asegura que su cráneo es el que se venera en la iglesia de Santa
María en Cosmedin, en Roma; sin embargo también hay otro -–junto con otras
reliquias del santo-– en la iglesia de San Antón de Madrid, que perteneció a
los escolapios; unos restos que habrían sido entregados a la Escuela Pía
matritense, para su custodia, por el rey Carlos IV.
Así mismo,
importantes ciudades europeas como Dublín, Praga, Malta o Glasgow, por citar
tan solo algunas de ellas, también aseguran conservar en sus iglesias veros
restos de San Valentín. Y lo mismo ocurre en Aragón, ya que Calatayud (en la
colegiata del Santo Sepulcro) también los conserva, al igual que la localidad
zaragozana de Tobed, en la que el 14 de febrero es festivo, por ser el día de
su patrón.
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Dibujo realizado por POSTIGO ilustrando este artículo en El Periódico de Aragón, en su edición del 14 de febrero de 2020 |
En cualquier caso, tampoco sería ajeno el día de San Valentín al tiempo
de Cuaresma (este año desde el 26 de febrero hasta el 9 de abril) a cuyo inicio
generalmente precede. Y nuevamente aquí encontramos una confluencia etimológica
entre Valentín y el nombre teutón de la Cuaresma (Lent). De este modo en algunos países de Europa, y ya desde
el siglo XIV, fue costumbre generalizada el que en el primer día de Cuaresma,
las jóvenes (valentinas) eligieran a sus chicos (valentines) para el resto del
año. Y al siguiente domingo (llamado en Francia de Bures –de encuentro festivo, o bureo–) las jóvenes desdeñadas por
sus valentines se reunían en un prado donde bailaban alrededor de una hoguera, sobre
cuyas llamas lanzaban muñecos de tela y paja, simbolizando a los jóvenes que las
habían rechazado.
Tradición con cierta
semejanza a la de “Partir la Vieja” que se celebra en ciertas localidades de
Andalucía, Valencia y Mallorca (aquí con el nombre de Jaia Corema) la cual comienza en San Valentín, pero también en el
primer día de Cuaresma. Consiste esta centenaria costumbre en colocar en una
estancia de la casa un muñeco que representa a una vieja con siete piernas, y a
lo largo de las siete semanas de Cuaresma, cada domingo le cortaban una, hasta
dejarla sin ninguna, lo que venía a significar que el período de ayuno y
abstinencia, propios de la Cuaresma, había terminado.
Así mismo, como fiesta
asociada a ritos solsticiales, en el 14 de febrero era costumbre encender
hogueras y comer, cantar y bailar alrededor de ellas, así como el que los
enamorados intercambiasen regalos y cartas de amor, que recibían el nombre de
valentinas. Además, las parejas se coronaban mutuamente de una corona vegetal
que se comprometían a guardar en casa durante el resto del año. De otro modo,
sería señal de que la relación entre ellos habría terminado.
Y como símbolo de
amor, es a la moralista, escritora y poetisa Christine de Pizan (1364-1430) a
quien –contenidos en su obra Le dit de la
rose– se deben estos versos referidos al 14 de febrero: “Desde el alba de
su mañana San Valentín enlaza amores coronados de flores, entre el amado y su
dama”.
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