viernes, 25 de diciembre de 2015

El espíritu de la Navidad, es el distintivo del ser humano, el ideal de la civilización


Luis Negro Marco / Santiago de Compostela

 La lengua, al igual que las palabras, son entes vivos y dinámicos, en constante evolución. De este modo, hace más de un siglo, la palabra «navideñas», venía a designar  al conjunto de frutas que se conservaban de manera especial (ciruelas, uvas, higos, melocotones) para ser degustadas durante las Navidades, porque además era aquella palabra, en plural, la que se usaba con preferencia a la de «Navidad».

 Asimismo, la palabra «turrón», tenía en el siglo XIX, el significado principal de piedra, de manera que «turronada», era el golpe que uno recibía propinado con una piedra. Y quizás porque un dulce típico español (hecho con almendras, piñones, avellanas y nueces, tostados y mezclado con miel y azúcar) era duro como una piedra, recibió también el nombre de «turrón», mientras que la costumbre de comerlo por Navidad no se generalizó hasta el siglo XX. Eso sí, como a nadie la amarga un dulce, la expresión «tener un buen turrón», hacía referencia a quien accedía al desempeño de un buen puesto en la administración pública,  lo que equivaldría ahora a aprobar una buena oposición. 

 Y ya que en dulces navideños andamos embolicados, sobre el mazapán habrá que decir que se trata de una pasta esencialmente hecha de almendras, y azúcar y que con este nombre, se designaba, hace más de un siglo, al pedazo de miga de pan con que los obispos se enjugaban los dedos untados del óleo que habían usado para administrar  el bautismo a los príncipes. Por lo regular, aquel mazapán de misa se presentaba revestido o envuelto en una tela de fino encaje, o en el interior de un bizcocho cilíndrico y perforado en el centro.

 Asimismo, la Navidad entrañaba un doble motivo de júbilo y alegría, ya que en muchos contratos se estipulaba que “los pagos extraordinarios se le harán por Navidades y por San Juan”. La Navidad se usaba también como cómputo de tiempo, y como decía el refrán: “No alabes ni desalabes hasta siete Navidades”, lo que venía a decir que era bueno suspender el juicio acerca de las personas o cosas, hasta que la experiencia permitiese conocerlas mejor.

Belén de terracota. Bamenda (Camerún). Composición: Luis Negro Marco
En cuanto al belén, se decía figuradamente que había uno en cualquier sitio en el que hubiera gentío y mucha confusión. Y cuando alguien andaba despistado se decía de él que  «estaba en Belén», o que estaba «bailando en Belén». Y en cuanto a la tradición de poner el belén en iglesias y hogares, fue el rey Carlos III quien la institucionalizó, en el siglo XVIII. Así, los belenes de la época –procedentes en sus orígenes de talleres napolitanos– recreaban no solo al Niño Jesús, la Virgen y los Magos, sino también a las clases populares (pastores, panaderos, alfareros, carpinteros, herreros…), insertando de este modo al pueblo en el centro de la representación artística y religiosa, cual estática obra de teatro. De manera que las Navidades, eran y son unas fiestas entrañablemente populares.

 Por ello es lógico que las composiciones musicales características de la Navidad fuesen entonces y sigan siendo, los villancicos (también llamados «villancejos», y «villancetes»), en cuya raíz se encuentra la palabra «villa», que eran el núcleo de población en donde vivía el estado llano, a diferencia de hidalgos y nobles que habitaban en las ciudades. 

 Y en cuanto a la lotería de Navidad, se trata de una tradición heredada de los romanos, pues ya se jugaba en Roma desde el siglo I antes de Cristo, durante las Saturnales –fiestas del solsticio de invierno–, las cuales tenían su punto álgido el 27 de diciembre. La lotería de los romanos consistía en el reparto de una cantidad de billetes entre los invitados a las celebraciones, quienes ganaban algo de importancia o de mérito en el caso de ser favorecidos por la suerte.

 Pero el precedente más inmediato a nuestra lotería de Navidad se remonta –al igual que la tradición belenista– al siglo XVIII, y habría sido introducida por el monje Celestino Galiano, hasta que en 1763 se estableció en Madrid la “Real Lotería Primitiva”, en beneficio de establecimientos benéficos. Consistía entonces el juego en una serie de sorteos –extracciones– en cada una de los cuales se agraciaban por suerte 5 números de un total de 90 que entraban en juego; el jugador proponía la suerte o suertes preferidas tanto en números como en premios –promesas– y pagaba su billete –cédula– de participación, con arreglo a las tarifas establecidas según un Real Decreto.

 Siempre se ha dicho que el 22 de diciembre es el día de la lotería de Navidad y el de la salud (ya que ricos no somos, salud que tengamos), y si que nos toque el gordo es una lotería, también lo es la alegría única e irrepetible de vivir. Y lo verdaderamente deseable es que el espíritu de paz y solidaridad que emana de estas fiestas, toque a todos los corazones. Un deseo: “Que el espíritu de la Navidad nos acompañe en cada instante de nuestra vida”.

miércoles, 23 de diciembre de 2015

Entre la tradición y la modernidad: El Justicia de Aragón

La tradicional institución aragonesa quedó reforzada por el moderno pensamiento humanista del Renacimiento

Luis Negro Marco / Santiago de Compostela

 La figura del Justicia Mayor de Aragón pudo haberse inspirado, a decir de algunos historiadores, en los Éforos griegos –magistrados, en número total de cinco–, que fueron establecidos en el siglo IX por Licurgo en Esparta, con la finalidad de equilibrar el poder de los reyes y servir de freno al Senado.

 El Magistrado supremo del reino (es decir el Justicia de Aragón)  contaba con el consejo de cinco lugartenientes togados, y sus atribuciones eran las de hacer justicia entre el rey y los vasallos, y entre los eclesiásticos y seculares. El Justicia hacía en nombre del rey sus provisiones e inhibiciones, cuidaba de la observancia de los fueros de Aragón, fallaba sobre los recursos que a él se presentaban, y a él se apelaban las sentencias de los jueces, tanto las de realengo, como las de señorío.

 Desde comienzos del siglo XVI, cuando los aragoneses pasaron a estar bajo el dominio de los reyes de Castilla, aquellos no podían tomar el título de reyes de Aragón hasta después de haber jurado solemnemente observar los fueros del reino. Tras lo cual, el Justicia lo ratificaba con estas palabras: «Nos, que cada uno vale tanto como vos, os hacemos rey bajo condición que respetaréis nuestros privilegios; si no, no».  De modo que la violación de los fueros por parte del rey, significaba a su vez la inmediata rebelión de los aragoneses, al grito de contra fuero. Y este grito, según dejó constancia el historiador de la época, Antonio de Herrera (1549-1625) “sublevaba hasta las piedras en Aragón”.

 Y así sucedió que, en tiempos del rey Felipe II, el secretario de estado del monarca   –el aragonés
El Justicia de Aragón, Juan de Lanuza, en
el cadalso.
Autor: Balasanz, foto: Pérez Casas
Antonio Pérez, (1539-1611) – perdió el favor del rey a causa de una una revelación de Escobedo –secretario de Juan de Austria– acerca de las relaciones amorosas de Pérez con la Princesa de Éboli, también querida del rey. Un enredo que se complicó tras el asesinato de Escobedo, que podría haber sido ordenado por el propio rey, y del que fue acusado Antonio Pérez, tanto por la viuda como por los hijos del muerto. Preso durante doce años en Madrid, acusado de malversación, Antonio Pérez logró fugarse de la cárcel y huyo a Aragón, para acogerse a sus fueros.  Sin embargo, fue apresado en Calatayud, y llevado a Zaragoza, donde solicitó la defensa del Justicia –Juan de Lanuza– e invocó el derecho de la Manifestación, en cuya cárcel fue encerrado. El rey esgrimió entonces la discrepancia de competencias entre el Justicia y la Inquisición, de manera que los ministros de ésta, sacaron contra fuero a Antonio Pérez de la cárcel, trasladándolo a la Aljafería. Hasta allí corrieron en tromba los aragoneses para trasladarle de nuevo a la cárcel de la Manifestación, cuando los arcabuceros dispararon contra el pueblo sublevado que, lanzándose contra los soldados, puso en libertad a Antonio Pérez, quien finalmente logró huir de España, y se refugió en Francia –donde murió– protegido por el rey Enrique IV. 

 Y fue en el transcurso de aquellos sucesos cuando se fraguó la figura de Juan de Lanuza, como símbolo de la firme defensa de Antonio Pérez –y por ende de los fueros de Aragón– frente a Felipe II. El monarca, sabedor de las alteraciones en el reino, y amparándose en ellas, decidió el envío a Zaragoza de un ejército de 10.000 infantes al mando de Alonso de Vargas. Un hecho insólito en la historia de Aragón, por cuanto las tropas extranjeras tenían prohibido cruzar las fronteras del reino. Pero apenas hubieron ocupado Zaragoza, las tropas de Vargas apresaron a Juan de Lanuza, quien por instrucciones del rey fue decapitado en la capital aragonesa el 20 de diciembre de 1591, siguiéndole a ésta muchas otras ejecuciones, y la supresión de muchos de los fueros de Aragón.

 Sin embargo, la justicia distintiva continuó en el reino, en oposición en muchas ocasiones, a las disposiciones de la monarquía. Así, cuando en tiempos de Felipe IV se crearon nuevos impuestos para la construcción de las galeras de Génova y España, el obispo de Lérida se opuso con firmeza a ellos. Exponía el prelado que en su diócesis había parroquias aragonesas cuyos curas  se negaban a pagar el subsidio, y justificaban su postura sacando a colación las reglas del guardián de las libertades de ese reino, el Justicia Mayor. El obispo apoyó a sus sacerdotes, y las órdenes de Madrid no fueron efectivas, de manera que para 1664 debían ya los aragoneses los impuestos de 30 años. Pero la resistencia fue incluso más allá de la diócesis de Lérida, y todo el estamento eclesiástico de Aragón acabó reclamando la exención del subsidio, factor entre otros, que afectó seriamente al poderío naval español del XVII.

 Pero aquel momento de crisis también debe considerarse como una consecuencia del surgimiento del pensamiento humanista, enarbolado por Erasmo de Rotterdam (1467-1536) así como de la Reforma protestante de Lutero, y la consiguiente Contrarreforma católica, acontecidas ambas en el convulso siglo XVI. Felipe II, reprimió desde el comienzo de su reinado el pensamiento erasmista en España y Flandes, por considerarlo contrario a su proyecto de establecer una monarquía sólida y centralizadora. Eso dio lugar a un gran descontento en los distintos reinos hispanos, cuyos súbditos –como en el caso de Aragón, de acuerdo a sus fueros–  consideraban que el monarca se encontraba por debajo del derecho natural, hasta el punto de que podían deponerlo en el caso de que no cumpliera las normas del pacto que le unía a ellos, y dejase de garantizar sus libertades colectivas y personales.

De ese modo, los aragoneses se opusieron a Felipe II amparados en la tradición, y el pensamiento humanista, reivindicando así un novedoso sistema de garantías constitucionales, marcado por el equilibrio entre sus tradicionales derechos y obligaciones individuales, y las leyes, organismos de representación,  e  instituciones administrativas de la nueva monarquía.  

miércoles, 16 de diciembre de 2015

Mozambique, país del África subtropical y de la lusofonía

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África. Naciones y culturas
Mozambique, país de fusión entre las esencias africanas, asiáticas y portuguesas

La historia de Mozambique ha venido determinada a lo largo de siglos por su estratégica posición geográfica y el control que –por este motivo– intentaron ejercer sobre el país numerosas potencias europeas, para controlar desde allí las rutas comerciales marítimas entre Asia, África y Europa. Las líneas de costa de Mozambique se extienden a lo largo de 2.515 kilómetros, presentando abundantes playas de arena blanca, bahías, farallones de roca y archipiélagos. Las calientes aguas de su litoral, en el mar Índico, constituyen el hábitat ideal para diversas especies de delfines, rayas, tiburones-ballena y tortugas marinas. Además estas aguas constituyen el espacio ideal para la procreación  de las ballenas jorobadas, que dan a luz a sus crías entre los meses de julio y octubre. Durante sus primeros meses de vida, los ballenatos se alimentan del abundante plancton existente en torno a la Isla de Mozambique, y de los archipiélagos de las Quirimbas y de Bazaruto.

Luis Negro Marco / Santiago de Compostela

 Entre los siglos I y IV después de Cristo, los pueblos Bantúes llegaron hasta Mozambique procedentes del norte y oeste de África, a través del río Zambeze (el cuarto río más grande del continente, con una longitud de 2.574 kilómetros y que tiene 
Mozambique obtuvo su independencia de Portugal el 25 de junio de 1975. El país cuenta con una población de en torno a los 25 millones de habitantes y tiene una extensión de 801.590 Km. cuadrados. Su idioma oficial es el portugués; y se hablan también el macalomué, el maconde, el chona, el tonga y el chicheua. Su capital es la ciudad de Maputo, situada en una bahía, al sur del país, sobre el océano Índico. Sobre estas líneas, cuadro  que representa a Moisés Machel, el primer presidente de la República de Mozambique.- (Museo de la Revolución / Museo Nacional de Historia, en Maputo)

su desembocadura en aguas mozambiqueñas del Océano Índico) poblando el territorio, hasta llegar a las áreas de costas, estableciendo comunidades agrícolas y pastoriles. Pero además, los bantúes aportaron también su desarrollada tecnología en la fundición de hierro para la fabricación de armas, herramientas y adornos. 

 El comercio durante la Edad Media (entre los siglos XV y XVI) en Mozambique fue desarrollado en un primer momento por los Swahilis desde factorías de costa, intercambiando productos con la próxima isla de Madagascar, y también con el Extremo Oriente. Posteriormente se instalaron también en el país factorías Árabes y Persas.

Todo cambiaría cuando en 1498 el navegante portugués Vasco de Gama llegó hasta el Cabo de Buena Esperanza, en África del Sur, y propició el desarrollo de nuevas rutas comerciales portuguesas, con base en Mozambique. Pero el asentamiento definitivo de Portugal en el país aconteció en el año 1507, cuando algunos de sus comerciantes establecieron una factoría en la Isla de Mozambique (al norte del país). Hasta que, ya en el siglo XIX, otras naciones europeas (principalmente Inglaterra, en África del Sur, y Francia, en Madagascar) intervinieron también en la economía de la “África Oriental Portuguesa” a través de sus compañías comerciales. Ya en el siglo XX, y durante trece años (entre 1961 y 1974), Mozambique (las otras colonias portuguesas en África fueron: Guinea Bissau, Angola, Cabo Verde y Sâo Tomé y Príncipe) fue escenario de la denominada “Guerra Colonial Portuguesa”, tras la cual el FRELIMO (Frente de Liberación de Mozambique) tomó el control de la nación, que proclamó su independencia el 25 de junio de 1975. El presidente actual de Mozambique es Filipe Nyussi.

Arte y artesanía de Mozambique

De izquierda a derecha:  collar en cuentas de cristal (Missanga) procedentes de antiguos barcos hundidos; característico estampado en tela en una Capulana; escultura en madera, del estilo Makonde.

 Una de las manifestaciones artísticas más importantes del país son las ancestrales tallas  en madera «Makonde», representando figuras humanas. El tema más repetido en estas esculturas es el de la madre con sus hijos, cuyo retrato se asemeja al primero de los antepasados de su tribu. Asimismo, destacan los collares «Missanga», realizados en cuentas de perlas de cristal (procedentes de Arabia, la India y China), recuperadas de barcos que naufragaron hace cientos de años en los arrecifes de coral de las costas mozambiqueñas. En cuanto al tejido, el más característico es la «Capulana», semejante al «Popó» guineoecuatoriano. Las mujeres utilizan esta tela como cunita para llevar a sus hijos; también como un chal de abrigo para las noches y como chubasquero para la lluvia. Los vivos colores de las «Capulanas», y sus llamativos estampados movió a los artesanos a utilizarlas también para hacer bolsos de moda, medias, fundas de almohada, tapetes,  e incluso zapatos. Destacada también es la alfarería de la aldea de Mutamba. Allí, la Asociación de Mujeres local se dedica a la fabricación de vasijas artesanales en barro, tal y como se hacía antiguamente. En cuanto a instrumentos musicales, destaca la «Timbila», que es un tipo de marimba o xilófono –similar a los usados en los coros religiosos «Ntondowe» de Guinea Ecuatorial– en el que sus cajas de resonancia son calabazas huecas de distintos tamaños. Y en el ámbito de la música moderna, hay que citar al rapero mozambiqueño «General D», muy conocido también en Portugal.

 Gastronomía de Mozambique
  Entre los platos de la cocina del país, destacan especialmente los de sus mariscos, ya que allí el mar ofrece excepcionales langostas, nécoras y camarones, ideales para hacerlos a  la plancha.
Por la alegría de las gentes de Mozambique, el cantante estadounidense Bob Dylan dedicó en 1975 una canción a esta nación, titulada «Mozambique», en la que canta: “Me encanta Mozambique, una tierra en la que el cielo soleado está teñido de  un azul tan intenso que  asemeja  aguamarina”.

Asimismo, la leche de coco y la salsa «Piri-piri», son muy utilizados en la condimentación de casi todas las comidas. Es característico también de Mozambique un acompañamiento o entrante para los almuerzos y cenas, llamado «Upshwa», hecho de harina de trigo o mandioca, que suele acompañar a un cocido especial cocinado con pescado, carne y legumbres. El «Upshwa», constituye una sugerente alternativa al arroz, también muy popular en todo el país, que junto con el pollo a la brasa acompañado de patatas fritas, es uno de los platos favoritos en toda la nación.

Maputo, la capital de Mozambique
 Emplazada en el extremo sudoriental del país, junto a la bahía de su nombre, la ciudad de Maputo está considerada como una de las más atractivas del continente africano. Sus grandes avenidas determinan la distribución de sus muchos barrios, con amplios espacios ajardinados, entre los que destaca el «Jardín Botánico de Tunduro», que data de 1885, y en el que se  encuentra la estatua del que fue primer presidente de  

Vissta aérea de Maputo, la capital de Mozambique

Mozambique, Samora Machel. Asimismo, sobresale en Maputo la catedral dedicada a la Inmaculada Concepción (al igual que la Basílica de Mongomo),  inaugurada en el año 1944. Destaca asimismo en la ciudad su «Museo Nacional de Moneda», que se remonta a 1860, y una antigua Fortaleza –situada en la Plaza 25 de junio–, que fue construida por los colonizadores portugueses a mediados del siglo XIX.

 La ciudad de Maputo acoge a lo largo del año numerosos eventos culturales, como la «Maputo Fashion Week» (MFW); el «Festival de Música Umoja», y varios festivales de cine. Y por último destacar que otra de las urbes que merece la pena ser visitada en Mozambique es la ciudad de Inhambane, también en la costa y a 400 kilómetros al norte de Maputo. Una ciudad en cuyo casco urbano es fácilmente observable el contraste entre los antiguos monumentos coloniales, y  los de estilo árabe y oriental, conformando un espacio de gran belleza que habla del cosmopolitismo de la ciudad y de la nación de Mozambique.




martes, 15 de diciembre de 2015

El sistema constitucional español

A lo largo de su historia, España ha tenido 7 Actas fundamentales, incluida la Constitución de 1978

La primera de las constituciones que han existido en nuestro país, fue la de Bayona, nombre con el que se conoce a la otorgada en dicha ciudad francesa por el rey intruso José Bonaparte el 6 de julio de 1808. Sin embargo, el verdadero origen del constitucionalismo español lo marcó la Constitución de 1812, sancionada el 19 de marzo de dicho año (festividad de San José –de ahí su apodo de «La Pepa» –), por las Cortes Constituyentes de Cádiz. Fueron
    Luis Negro Marco
redactadas aquellas durante el cautiverio del rey Fernando  VII, quien no la quiso aceptar una vez repuesto en el trono de España.  De modo que el texto fue abolido el 4 de marzo de 1814. Sin embargo, muy de acuerdo al devenir histórico de España, fue restablecida de nuevo tras el golpe de estado del general Riego, en Cabezas de San Juan, el 1 de enero de 1820. La Constitución de 1812 volvió así a estar vigente  hasta el 29 de septiembre de 1823, y fue “resucitada” de nuevo en 1836 –durante la Primera Guerra Carlista–. Poco duró no obstante aquella restauración, pues el 18 de julio de 1837 fue sancionada una nueva Carta por las Cortes convocadas a tal efecto, y aceptada después por la regente María Cristina, en nombre de su hija –entonces menor de edad– la reina Isabel II.  Esta Constitución, reformada en 1845, robustecía el poder real y centralizaba la administración, convirtiéndose en la bandera del «Partido Moderado».

 Con pequeñas modificaciones e intervalos, se prolongó la vigencia del texto anterior hasta
1868. En aquel año, el acuerdo alcanzado entre diversos partidos, propicio que el 6 de junio de 1869 se promulgase una nueva Constitución para España. Un Acta en la que dominaban los principios democráticos, y se identificaba a la monarquía hereditaria como la forma de gobierno, apoyada por un Senado de carácter electivo. Sin embargo esta Constitución quedó derogada en estos dos puntos, con motivo del advenimiento de la I República (proclamada el 11 de febrero de 1873), en virtud de la cual, España se convertía en una República democrática federal. Forma de gobierno que duró menos de un año, a causa del golpe de estado protagonizado por el general Pavía el 3 de enero de 1874.

 Dos años, después –conclusa la tercera guerra carlista y proclamado Alfonso XII como nuevo rey de España–, el político Cánovas del Castillo asumió la responsabilidad de elaborar una nueva Constitución para España, cuyo texto fue producto del acuerdo entre el Partido Conservador  y las fracciones afines, redactado por una «Junta de Notables», y aprobado finalmente por las Cortes –con ligeras modificaciones– el 30 de junio de 1876. La nueva Carta establecía la monarquía legítima de Alfonso XII, la tolerancia religiosa, y la creación de un Senado mixto. Este Acta fundamental se mantuvo en vigor durante 47 años, siendo la Constitución más longeva que hasta ahora ha tenido nuestro país.  

Su vigencia finalizó en septiembre de 1923, bajo el reinado de Alfonso XIII,  a causa del golpe de Estado del general Primo de Rivera, que estableció una Dictadura militar en virtud de la cual dejaba en suspenso (pero no cancelaba) la Constitución de 1876. Pero dado que la Dictadura no conseguía, aunar las voluntades y aspiraciones ciudadanas de las distintas regiones de España, Primo de Rivera ordenó a la Asamblea Nacional (en realidad una imitación del «Gran Consejo fascista» de Mussolini) la redacción de una Constitución, que en realidad fue una “Carta Otorgada”, es decir, no  emanada de la soberanía popular. Eso aceleró la caída de la Dictadura, que culminó con la dimisión de Primo de Rivera el 29 de enero de 1930.

 Un fin de la dictadura que anunciaba asimismo el de la monarquía, cuyo desencadenante fue el arrollador triunfo obtenido por las candidaturas republicanas en las elecciones municipales del 12 de abril de 1931; dos días después, Alcalá Zamora anunciaba el advenimiento de la II República, y con ella una nueva Constitución para España, que se promulgó el 9 de diciembre de 1931. Un texto que acometía grandes reformas en terrenos tan importantes como el de la agricultura, la iglesia, la  educación, el ejército, la justicia, y el desarrollo de los Estatutos de Autonomía para Cataluña, País Vasco y Galicia.

 La Constitución republicana de 1931 permaneció vigente  hasta el 1 de abril de 1939, fecha en que terminó la guerra civil (1936-1939) y fue abolida por Franco. Durante el franquismo el Estado se rigió de acuerdo al «Fuero de los Españoles», formulado en 1945 como una Carta de Derechos para dar apariencia democrática ante los aliados victoriosos de la  II Guerra Mundial; sin embargo este Fuero no proporcionaba ninguna salvaguarda legal a la ciudadanía, de manera que según alguno de ellos declaró: “con Franco los ministros eran como “reyes” dentro de su propio ministerio pero verdaderos “sacristanes” en relación con el Caudillo”.

 El 22 de noviembre de 1975, dos días después de la muerte de Franco, Juan Carlos I era coronado rey de España, iniciándose la Transición, que abría las puertas a nuestro actual Estado democrático. En diciembre de 1976 quedaba aprobada mediante referéndum la Ley para la Reforma Política de España, y el 6 de diciembre de 1978 los españoles aprobaron –nuevamente por referéndum– la actual Constitución española. 


 Nuestra actual Carta Magna contempla a España como una Monarquía constitucional, de la que es rey Felipe VI, y un Estado autonómico, cristalizado en un régimen democrático estable y plural, que debe seguir avanzando por la senda de la legalidad constitucional, es decir, de la democracia.

sábado, 12 de diciembre de 2015

Libro de la editorial Crítica: "El final del Sahara español", de J. L. Rodríguez Jiménez

El Periódico de Aragón. Noticias de Zaragoza, Huesca y Teruel
Sahara español, un pasado aún por resolver
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José Luis Rodríguez Jiménez
Agonía, traición, huida: El final del Sahara español
Editorial Crítica; 675 páginas
Barcelona, 2015
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Perdidas las posesiones de España en América, tras el desastre de 1898 en Cuba, la élite militar española puso sus ojos en África como continente en el que levantar un nuevo imperio. El Protectorado de Marruecos dio a los “africanistas” la oportunidad que ansiaban, y Franco llegó incluso a soñar con una gran África española desde Ceuta hasta Guinea Ecuatorial. El antiguo Sahara español comprendía un territorio de 300.000 kilómetros cuadrados de extensión –aproximadamente el sesenta por ciento del territorio peninsular español– situado frente a la costa atlántica de África, entre el Cabo de Juby (a 55 millas náuticas de Fuerteventura) y el Cabo Blanco, donde se encuentra uno de los bancos pesqueros más importantes de toda África.  

 Y fue justamente en el último día de la agonía de Franco (fallecido  el 20 de  noviembre de 1975) cuando aquel delirio de grandeza se esfumó, materializándose en el precipitado abandono por parte de España, del Sahara occidental, que desde 1958 había sido una más de las provincias españolas.

 Sobre este delicado asunto –aún pendiente de  resolución– trata este libro del historiador José Luis Rodríguez Jiménez (profesor de la Universidad Rey Juan Carlos), que a modo de crónica, narra el fin de aquel “imperio” africano español, pues aunque el libro se centra en la presencia española en el Sahara, el autor dedica también un capítulo de su obra al “lamentable” abandono español de Guinea Ecuatorial, que alcanzó su independencia en 1968.

 Y al igual que la descolonización de Guinea, el abandono español del Sahara occidental se produjo                                                                                                                             Luis Negro Marco
de manera precipitada y a contratiempo de la descolonización internacional de África, la mayoría de cuyos países había logrado su independencia durante la década de los cincuenta. Pero el régimen de Franco, aislado del resto de las naciones democráticas, creyó firmemente en la posibilidad de que “aquel gran desierto” africano, no concitaría la atención internacional respecto a su independencia.

 Asimismo, el Sahara español se había revelado como un territorio estratégico para la economía de la última etapa del franquismo, cuando en 1963 fueron descubiertas las grandes minas de fosfatos de Bu Craa, al sureste de El Aaiún –a 107 kilómetros de la entonces capital del Sahara– y a 100 kilómetros del litoral atlántico. Se trataba de unas reservas seguras de 1.715 millones de toneladas de mineral de fosfatos de alta calidad, y fáciles de extraer, pues el mineral se encontraba a escasa profundidad del manto del desierto. Para la explotación de las minas de Bu Craa, España realizó una fuerte inversión de dinero y recursos, llegando a construir –para la distribución del mineral– una larga cinta transportadora de 90 kilómetros de longitud, a través del desierto de arena y piedras, hasta el puerto de embarque hacia la Península, construido también a tal efecto, en las proximidades del El Aaiún.


Fue no obstante en 1975, al filo de la larga enfermedad de Franco, cuando el rey de Marruecos –Hassam II– promovió la denominada “Marcha Verde”, con el propósito de hacerse con el control de la provincia española del Sahara Occidental. Como resultado de todo ello, el 20 de noviembre  de aquel año se suscribieron los acuerdos tripartitos de Madrid para la descolonización del Sahara, cuyo territorio quedaba repartido entre Marruecos y Mauritania, país este último que, posteriormente, renunciaría a su posesión. Tres  meses más tarde, el 26 de febrero de 1976, la Yemáa (Asamblea de notables saharauis) se reunió en El Aaiún y ratificó el tratado.  

 Sin embargo, tan solo un día después, en el oasis de Bir Lahlu (cercano a la frontera del Sahara español con Mauritania), el Polisario (Frente popular para la liberación de Saguía el Hamra y Río de Oro) proclamó el nacimiento de la RASD –República Árabe Saharaui Democrática–, que en 1984 se integró en la actual UA (Unión Africana). Y por su parte, el entonces Secretario general de la ONU, el alemán Kurt Waldheim (1918-2007) dejaba constancia de que se seguía considerando a España potencia administradora del Sahara Occidental, ya que no había hecho transferencia de su soberanía. 

 Actualmente la RASD está reconocida por algo más de 80 estados, entre los que no figura ni Marruecos ni España, y se sigue a la espera de la celebración de un referéndum definitivo sobre la autodeterminación del antiguo Sáhara español, o de una resolución de la ONU que satisfaga a todas las partes implicadas. Algo que, a día de hoy, aún parece lejano

viernes, 27 de noviembre de 2015

San José de Calasanz, pedagogo de la modernidad

El Periódico de Aragón. Noticias de Zaragoza, Huesca y Teruel
San José de Calasanz, o la emancipación del pueblo a través de la educación

Sus primeras escuelas gratuitas para niños pobres fueron abiertas en Roma, en el año 1597, y pronto se extendieron por toda Europa

Luis Negro Marco / Santiago de Compostela

 En el día de hoy, son muchas las Escuelas universitarias de Magisterio,  así como miles de escuelas cristianas de primera enseñanza de todo el mundo, que celebran la festividad de su patrón: San José de Calasanz (1556-1648). Al igual que otras muchas personas de proyección internacional, José de Calasanz nació en un pueblo aragonés, en este caso de la provincia de Huesca, y de nombre compuesto: Peralta de la Sal.

 Además de fundador de la Orden de las Escuelas Pías  –la primera congregación religiosa dedicada por completo a la educación de los  niños pobres–, Calasanz fue asimismo el creador de la escuela popular contemporánea. Y si bien no fue el primero en ocuparse de la formación del pueblo (Lutero, en 1524 ya había expresado sus quejas por el olvido de la instrucción pública, fundamental para la justicia social, por cuanto  “la educación del pueblo es a la vez la consecuencia de todo aquello en cuanto cree y la fuente de todo en lo que será”) sí fue el primero en abrir en Roma –en el año 1597– las primeras escuelas gratuitas de enseñanza primaria para niños pobres. Escuelas que pronto se extendieron por toda Europa, desarrollando una revolucionaria labor de formación elemental, basadas en el nuevo modelo de relación entre ciencia y fe, en consonancia con la crítica de la enseñanza humanística de aquel tiempo, expresada por el filósofo francés René Descartes (1596-1650) en su «Discurso del Método», con el propósito de “Bien dirigir la Razón y buscar la Verdad en las Ciencias”.

  Pero para comprender todavía mejor la revolución educativa que supusieron las escuelas
calasancias, habrá que tener en cuenta que en la época de su creación (a finales del siglo XVI) se tenía como dogma el hecho de que ninguna de las personas que desempeñasen oficios por cuenta de la sociedad, deberían saber leer ni escribir, o si ya sabían, de ningún modo habrían de aprender algo más, pues a estas gentes les bastaba servir con sencillez y humildad. Y  aún más: la ignorancia del pueblo se contemplaba como la mejor salvaguarda para su fe. De manera que la cultura intelectual quedaba reservaba para los estratos sociales más elevados (nobleza, alto clero y clase adinerada). Y en este contexto de ideas imperantes, tan ajeno al de nuestro tiempo,  es donde nació la pedagogía de San José de Calasanz, quien supo ver que la educación era el único medio posible para redimir a los niños pobres de la esclavitud segura a la que les conducía el analfabetismo, la ignorancia, y su abandono social.

 Fue así como surgieron aquellas primeras escuelas católicas, populares y gratuitas de San José de Calasanz, bien atendidas y organizadas por maestros capacitados (y formados específicamente para la docencia) cuyas enseñanzas habrían de servir para hacer –también de los niños pobres y abandonados– personas dignas, responsables y libres, ciudadanos en suma, y no solo “plebeya” mano de obra desprovista de cualquier tipo de derechos.
 Y para dar mayor alcance  y continuidad a su obra, San José de Calasanz fundó la congregación religiosa de las Escuelas Pías, señalando en el proemio de sus Constituciones –redactadas en 1610– como lema de su trabajo: «Piedad y Letras», entendiendo la «piedad» al modo de cómo la había comprendido la antigua civilización de Roma: religentia, religio o pietas, es decir responsabilidad de actuar de acuerdo a los preceptos, códigos, leyes y normas sociales, y de la religión.

Numerosos aportes educativos de la pedagogía de San José de Calasanz continúan a día de hoy plenamente vigentes, entre ellos el de la distribución graduada de las clases  también para la escuela primaria. Sabedor de la pobreza extrema de los niños, Calasanz creó roperos escolares y cantinas, adscritos a sus centros de enseñanza. Otro gran aporte de la pedagogía calasancia fue la distinción educativa que acertó a introducir entre los niños que querían aprender y  colocarse pronto en algún empleo y aquellos que querían “continuar las letras”. Y así como antes, para trabajar, a los jóvenes se les había “exigido” testimonio de ignorancia, las escuelas escolapias  empezaron a otorgar títulos de capacitación, constitutivos de mérito para desempeñar los distintas artes y oficios, exigiendo además certificado de pobreza –hasta entonces inédito– para los alumnos que querían estudiar en aquellas escuelas. Ser niño pobre dejaba de ser un destino divino, para convertirse en una efímera realidad que podía cambiarse a través de la educación.

 Pensemos respecto a lo anterior en el niño Francisco de Goya (1746-1828). Las Escuelas Pías habían abierto un colegio en Zaragoza en el año 1733, donde el pintor de Fuendetodos tuvo como maestro al sacerdote escolapio Joaquín Ibáñez. Goya recuerda con cariño aquella escuela y  a su entrañable maestro en una carta que envía desde Madrid a su amigo Martín Zapater, el 28 de noviembre de 1787. Quizás de no haber existido aquel colegio y aquel maestro turolense, Goya jamás habría pintado en 1819 la que está considerado como una de las mejores pinturas religiosas de la historia del arte: «La última comunión de San José de Calasanz». Y aún más: pensemos hasta qué punto, aquel tipo de escuela popular, gratuita, destinada principalmente a las clases populares, pudo influir en el Goya de los caprichos, majas, toreros, jaques y desastres de la guerra, que magistralmente reflejó el pintor aragonés a través de todas las formas de expresión artísticas posibles. También Goya fue un docente y precursor de nuevos estilos pictóricos, acordes con la sociedad cambiante del siglo XIX. Francisco de Goya, y su paisano San José de Calasanz, tuvieron mucho en común: ambos participaron de la sabiduría por la que fueron sensibles y supieron interpretar los signos nuevos que anunciaban la llegada de una nueva era. Como ahora acontece.


miércoles, 11 de noviembre de 2015

Poesia de Otoño. Padre Ignacio de Nicolás, escolapio

Firmas invitadas

Poesía del P. Ignacio de Nicolás, escolapio

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Hojitas de Otoño 
                                                                                                  Foto: Luis Negro Marco
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Hojitas amarillas/ Del otoño, viejas páginas
 / Del libro azul de los Cielos / 
Péndulas entre las ramas / Hojitas gualdas 
que fuisteis / De hermoso verde esmeralda 
/ Como el cáliz del  capullo / Que encierra                                                                                                                                     la 
flor rosada: / Ya sois solo en ese libro / Del 
cielo azul, unas páginas / Que deben al 
tiempo el oro /Que en sus nervios se 
entrelaza. / -¿Lo habéis dicho todo ya?
¿No hay nadie que os robe el ansia / Con 
que esperáis el adiós
Que el viento trae en las ramas? / ¡Qué pronto os vais!....Parecéis
Corazones de gualda / Que la furia de la vida / Locamente desbarata
Una, dos, cien…¿Quién os cuenta / Mientras el viento os arrastra
Como plumas desprendidas, / Confusas, entre sus alas?
Hojitas amarillentas, / viejos folios de las ramas /
¡Cuánta ilusión he perdido / En vuestras páginas gualdas!
¡Oh, no, no erais para mí / Folio viejo, fútil página 
Del libro azul del os cielos / Péndula de entre las ramas!
Me hablabais tan callandito / Que solo os noté calladas.
Hojitas amarillentas / ¿No seréis mis viejas páginas
Que aguardan el viento suave
Para huir de entre mis ramas? / Y esta página de ahora
¿no será también mañana / La que oirá la voz del viento
Y será tras de sus alas / El cariño, también fútil / De una hojita
arrinconada?