martes, 23 de julio de 2019

Víctor Frankl (1905-1997) superviviente de los campos de concentración nazis y fundador de la Logoterapia

El hombre en busca de sentido

Luis Negro Marco

“El sentido de la vida” es el título de una buena y divertida película de los ingleses Monty Python (autores a su vez de “La vida de Bryan”) que se estrenó en el ya lejano 1983, y que sin embargo goza de una siempre jovial y renovada actualidad. Hecho que, seguramente, se debe a que “El sentido de la vida” se lanza al abordaje, con inteligentes dosis de humor, de la formulación de una pregunta a la que todas las personas –sin excepción– estamos obligadas a dar una respuesta: ¿cuál queremos que sea nuestra misión en la vida? La cuestión nos aboca a la gélida soledad (solos nacemos y solos morimos) de tener que elegir libre y racionalmente cuál queremos que sea nuestro destino y cuál el  fin (la meta que nos proponemos alcanzar) que dote de sentido a nuestra existencia.

Varios años antes de que los Python estrenaran su película sobre el sentido de la vida, un psiquiatra y
Dibujo de GREGOR, acompañando el presente artículo,
publicado el 16 de julio de 2019 en
 EL PERIÓDICO DE ARAGÓN
filósofo de origen judío, –nacido en Viena en 1905– además de llegar a ser un reconocido profesor universitario a escala mundial (en los campos de la neurología y de la psiquiatría), también fue entre 1942 y 1945 “superviviente de cuatro campos –de concentración nazis– se entiende [los de Theresiendstadt, Auschwitz, Kaufering y Türkheim, estos dos últimos dependientes del macrocampo de exterminio de Dachau, que los nazis levantaron a tan solo 13 kilómetros de la ciudad alemana de Munich]. Y como tal superviviente quiero testimoniar el incalculable poder del hombre para desafiar y luchar contra las peores circunstancias que quepa imaginar”. Las frases que van en el entrecomillado son del propio superviviente de aquellos campos de la muerte, el psiquiatra Víctor Frankl (fallecido en Viena el 2 de septiembre de 1997), cuya traumática experiencia de tres años vividos bajo la tortura, la degradación humana y el horror (sus padres y su mujer fueron asesinados en las cámaras de gas) le llevó al descubrimiento de la logoterapia. Sucintamente, vendría a ser un tipo de psicoterapia a partir del logos (palabra griega que equivale a
«sentido», «significado» o «propósito») centrada en el sentido de la existencia humana y  en la búsqueda, por parte de cada persona, de los valores que dan sentido a su propia vida. No se trata en la logoterapia de la freudiana búsqueda del placer, ni tampoco del poder, sino de la búsqueda de sentido. De ahí el título de su libro, publicado por vez primera en 1959, «El hombre en busca de sentido», declarado como uno de los diez libros de mayor influencia en América.

Y para ejemplificar cuál es el sentido de la logoterapia, nada mejor que la vida del propio Víctor Frankl, quien disponiendo de un visado de la Alemania nazi para viajar a los Estados Unidos, pudiendo así huir de las deportaciones, decidió quedarse junto a sus padres ya ancianos (a quienes los nazis les habían denegado la preceptiva documentación para viajar al exterior), y unas semanas después, por su condición de judíos, la familia fue deportada al completo al campo de Auschwitz.

La grandeza de la filosofía de Víctor Frankl es su fe infinita en las capacidades del ser humano, basada en el espíritu (personal, irrepetible y distintivo de cada cual) que nos permite cambiar nuestra actitud frente a lo inalterable, emanante de la libertad personal más profunda, alejada de toda resignación. Así, es en nuestra propia vida singular en donde reside la base de nuestra existencia, lo que equivale a decir que en todas las personas hay una fuerza interior que nos capacita para superar las adversidades.

Y no se trata de una teoría más sino de una realidad verificada por las investigaciones más actuales sobre los traumatismos (violación, duelos, catástrofes naturales…) que han hallado en las personas traumatizadas una fuerza de autosanación, llamada «recurso» o «resiliencia», que nace del propio sufrimiento, y que hace que la felicidad sea posible en cualquier momento, si vivimos desde el amor y afrontamos la realidad, pues con cada bocado de realidad, tomamos otro de eternidad, y más aún si lo aderezamos con un buen sentido del humor.

Una de las mejores frases de Víctor Frankl y su filosofía de la logoterapia es que “se puede retirar todo al hombre salvo una cosa: la última de las libertades humanas, la de su actitud personal frente a las circunstancias, a fin de elegir su propio camino”.



martes, 2 de julio de 2019

30 de junio, día de la Amistad Hispano-Filipina

Los irreductibles de Baler
En su memoria, el 30 de junio es el día de la Amistad Hispano-Filipina

Luis Negro Marco / Historiador y periodista

España mantuvo presencia en el archipiélago de las Filipinas (integrado por más de 7.000 islas) desde 1565 hasta 1898. Una huella aún visible en la lengua tagala               –mayoritariamente hablada en la nación– que incorpora cientos de palabras españolas y que contiene otras muchas de origen hispano. Y lo mismo ocurre con la mayoritaria religión católica del país, llevada a aquel puzle de islas esparcidas sobre el Pacífico, en el sudeste asiático, por misioneros españoles. De entre ellos destacó un aragonés: el sacerdote escolapio Basilio Sancho Hernando (1728-1787), natural de la localidad turolense de Villanueva del Rebollar, y que en 1766 –durante el reinado de Carlos III–  fue nombrado arzobispo de Manila, en donde falleció en el ejercicio de su apostolado. 

Pero como ocurriera en Cuba y Puerto Rico, durante el último decenio del siglo XIX,  también al
cartel anunciador de la exposición sobre los héroes de
 Baler que se puede ver en el Museo del Ejército de Toledo
 que se puede contemplar hasta el 30 de junio de 2019.
archipiélago de las Filipinas llegaron los vientos de la independencia. Estados Unidos, entonces bajo la presidencia de William McKinley, al igual que había hecho en Cuba, apoyó la insurrección filipina pensando en la expansión de su mercado y en la ruptura de aranceles que, para su comercio exterior, supondría la independencia de las posesiones españolas de ultramar. De este modo, España hubo de combatir a miles de kilómetros de la metrópoli y en dos frentes distintos e igualmente alejados uno del otro, ante una potencia muy superior en cuanto a medios, fuerzas y armamento. Llegó así el 10 de diciembre de 1898 en que se firmó el Tratado de París, por el que España perdía Cuba y Puerto Rico y cedía a los Estados Unidos el archipiélago filipino mediante el pago de la suma de 20 millones de dólares. Comenzaba el período histórico de “La España del Desastre”, que a su vez alumbró a una brillante generación de escritores conocida como “La generación del 98”.

De manera que, firmada la paz, España había rendido todas sus plazas en Filipinas ¿Todas? No. En la iglesia de San Luis de Tolosa, en el poblado de Baler (situado en la isla de Luzón), un grupo de 50 irreductibles soldados españoles (entre ellos, los aragoneses Santos González Roncal, de Mallén –Zaragoza– y Marcos Mateo Conesa, de Tronchón –Teruel–) pertenecientes al batallón de cazadores expedicionario nº2, resisten desde el 1 de julio de 1898 los ataques de las tropas filipinas del general Aguinaldo. Ignoran que este jefe había proclamado la independencia de Filipinas el 12 de junio anterior, y aún habrían de resistir el asedio durante 337 días, hasta el 2 de junio de 1899. Y si finalmente depusieron la defensa fue tan solo después de que el jefe de los soldados españoles, el teniente Martín Cerezo, comprobara fehacientemente que hacía ya más de cinco meses que España había aceptado la independencia de la colonia.

No fueron sin embargo los de Baler “los últimos de Filipinas” (título homónimo de la película dirigida en 1945 por Antonio Fernández-Román, con un notable remake de Salvador Calvo en 2016), porque tras su capitulación y repatriación a España, el 1 de septiembre de 1899, aún quedaron cientos
Dibujo de HYDE, ilustrando este artículo, publicado en EL PERIÓDICO
DE ARAGÓN
el 28 de junio de 2019
de prisioneros españoles en manos de las tropas tagalas. Fue este el caso de Mariano Mediano, natural de la localidad oscense de Peralta de la Sal, que no regresaría a España hasta el 22 de febrero de 1900. En su memoria y la de sus compañeros de cautiverio, su bisnieto, el escritor Lorenzo Mediano escribió en 2001 un magnífico libro con el sugerente título de “Los olvidados de Filipinas”. Porque, como sucedió en 1975 con los derrotados veteranos de Vietnam que se granjearon el rechazo de buena parte de la población estadounidense, del mismo modo, ni el Gobierno ni la sociedad española de comienzos del siglo XX supieron reconocer que los soldados españoles (la mayoría de ellos jóvenes de leva) habían dado su vida por el bien de toda la nación, por lo que no recibieron ni los honores ni las recompensas de las que fueron merecedores. Peor aún, se ganaron el desprecio de buena parte de la opinión pública que los responsabilizó de la derrota.

Afortunadamente, el tiempo y la historia han restañado aquel olvido y honrado la memoria de aquellos soldados españoles a quienes la propia nación de Filipinas ha reconocido su valor y abnegación, declarando el 30 de junio como el Día de la Amistad Hispano-Filipina. La fecha no es casual, pues fue el día en que el presidente Aguinaldo emitió el decreto de Tarlac —en 1899—, en el que se ordenaba que los miembros del destacamento de Baler fueran considerados y tratados como amigos y no como prisioneros. Una lección de perdón y de reconciliación que es bueno recordar y tener presente de cara al futuro.

domingo, 30 de junio de 2019

Cogo, puerta del Estuario de Río Muni, en Guinea ECuatorial

http://www.lagacetadeguinea.com/
Portada de la revista "La Gaceta de Guinea
Ecuatorial
", correspondiente a los meses de
mayo y junio de 2019, en donde ha sido
publicado el presente artículo.
Cogo, la ciudad que también se llamó Puerto Iradier

Luis Negro Marco / Historiador y periodista

Situada en el sudoeste de Guinea Ecuatorial (provincia de Litoral), Cogo se asoma a la desembocadura del río Muni, y abarca en su amplio distrito a la hermosa y frondosa Reserva Natural del Estuario del Muni. Históricamente, antes de la llegada de los europeos, Cogo estuvo bajo de la administración de los Bonkoro, reyes de los Bengas, el último de los cuales, Bonkoro III, falleció en 1925.

Iglesia de Cogo, dedicada a Nuestra Señora del Carmen 
 Foto: Luis Negro
El río Muni es el cauce fluvial que marca la frontera con Gabón, siendo el punto de enlace entre ambas naciones la ciudad de Cocobeach (“Playa de los cocos”, en inglés), la cual –en virtud del acuerdo alcanzado por los gobiernos de Guinea Ecuatorial y de Gabón en 2006–  está considerada como una ciudad binacional de la que el español es su idioma oficial.

Respecto a la espectacular Reserva Natural del Río Muni (con una superficie de 460 kilómetros cuadrados) destaca el hecho de que es el único lugar en el que habita el manatí en toda Guinea Ecuatorial. Cuenta además la Reserva  con una extraordinaria diversidad de especies de mamíferos, reptiles, roedores y aves. La vegetación mayoritaria de la Reserva está integrada por extensas áreas de manglares, siendo así mismo abundantes las zonas de bosque, cuyos claros son aprovechados para la apertura de fincas.

Vista general de la iglesia de Cogo., cuya torre remata en una hermosa escultura de la Virgen del Carmen. Foto: Luis Negro
En cuanto a religiosidad, Cogo tiene por Patrona a la Virgen del Carmen, cuya festividad se celebra el 16 de julio. Patronazgo nada casual puesto que Nuestra Señora del Carmen es la patrona de los marineros, siendo precisamente la pesca, la principal actividad a la que se dedican los habitantes de Cogo. Por ello, los populosos y alegres festejos en su honor se celebran con una vistosa procesión marítima, cuya comitiva de naves preside una barca llevando a bordo una imagen de la Virgen.

detalle de una de las ventanas de la hermosa 
fachada de la iglesia de Cogo  Foto: Luis Negro
Así mismo, cabe también destacar que fue en Cogo donde nació Rafael María Nze Abuy, (1926-1991), primer obispo guineoecuatoriano consagrado en España quien fue  primero obispo de Bata y posteriormente arzobispo de Malabo. Misión pastoral que desempeñó hasta su muerte, acaecida en esa misma ciudad el 7 de julio de 1991.

Comunicaciones
Desde Bata se puede llegar hasta Cogo bordeando la hermosa costa atlántica de Guinea Ecuatorial, y una vez en el poblado de Bolondo, cruzando hasta Mbini a través del espectacular puente de 1.057 metros de longitud sobre el río Wele –inaugurado oficialmente el 3 de agosto de 2012– el cual está considerado como el más grande de su categoría en toda África central.

Del mismo modo, para unir los núcleos de Cogo y Akalayong, en 2011 se comenzó un gran plan de infraestructuras destinado a consolidar la carretera que los une –una vía de 12 kilómetros de longitud– trazando a su vez el eje viario interior entre  las ciudades de Bata, Cogo y Akalayong. Un plan del que destaca el  proyecto de construcción de un puente sobre el río Congüe (de casi 700 metros de longitud), entre Cogo y el poblado de Akoga.  
Puerta del estuario del Río Muni, Cogo  fue el puerto más importante de Guinea durante la colonización española.    Foto: Luis Negro

Las fiestas de Cogo tienen lugar el 16 de 
julio, con motivo de la festividad de Nuestra 
Señora del Carmen, su Patrona. Foto: Luis Negro
Punto de partida para las islas de Elobey (Grande y Chico) y Corisco, Cogo fue el puerto más importante de la Guinea Española.  Puerto, por otro lado que durante la inhumana época de la Trata (hasta el año de su abolición, en 1833, liderada por Inglaterra) fue punto de embarque de esclavos, que eran llevados primeramente hasta la isla de Corisco, para desde allí ser conducidos en barcos negreros hasta América, destinados a trabajar sin descanso en las plantaciones de algodón y caña de azúcar.

Puerto Iradier
Cogo recibió el nombre de Puerto Iradier, en tiempos de la colonia, en memoria del explorador español Manuel
Manuel Iradier (1854-1911), explorador
español en cuya memoria, las autorida-
des españolas dieron el nombre de Puerto
Iradier a la ciudad de Cogo. 

Iradier, nacido en 1854 y fallecido en 1911 en la ciudad española de Valsaín a los 57 años de edad. Iradier realizó dos campañas de exploración a la región guineana del Muni. El primer viaje lo inició en 1875, recalando primeramente en las Elobeyes, pasando luego al continente, hasta el poblado de Aye, y .posteriormente remontar el río Utongo a través del estuario del Muni. El segundo viaje a Guinea lo hizo Iradier en 1884, durante el cual estuvo en Cogo, si bien tuvo que regresar a los pocos meses de iniciada la expedición a España por causa de su precaria salud. En recuerdo de Manuel Iradier fue erigido en Cogo un monolito que conserva su memoria.  Destacar así mismo que el explorador español había nacido en Vitora, hecho por el que ambas ciudades (Cogo y Vitoria) se hallan hermanadas. Al igual que Guinea Ecuatorial y España por su compartido pasado histórico y anhelos de seguir caminando juntos en el futuro.


lunes, 24 de junio de 2019

Noche de San Juan, en la antípoda de la Navidad

Noche de San Juan
"Por San Juan, moja la sardina el pan"

Luis Negro Marco 

Para San Juan, un ramo de hierbas y flores de saúco, artemisa, hinojo, verbena, trébol y rosa silvestre; es preciso recogerlas a medianoche y después ponerlas en un jarro de agua fría, para que no caiga como tal, y guardarlas en tal estado durante toda la noche ¿Y para qué este néctar de flores mil? Pues para que llegada el alba del día de San Juan, la piel del rostro con este agua aromática se pueda lavar, de manera que de hermosa juventud se pueda gozar, al menos, durante un año más. Noche de moragas en  que las sardinas y las longanizas (según la tierra –de costa o interior– en donde se celebre la fiesta) vuelven al calor de las brasas, dotando de agradable olor gustativo a los populares banquetes al aire libre, salpimentados de fiesta, lifara y alegría. Noche de vigilia ante la inminente «sanjuanada» o baño ritual al amanecer del día de San Juan en que la magia se licúa con el agua haciendo reverdecer la vida. Noche de balneario  que hace de bálsamo revitalizador de Fierabrás, enfebrecidas las almas al calor de los fuegos fatuos de las hogueras que pintan de rojo el negro encerado de la noche. Cantos que Invocan a la fuerza del fuego, que alumbra la vida, para que nunca muera su llama encendida. Noche del arquetípico renacer de las runas, de la mitología celta, y de los hijos de Dana (Tuatha Dé Dannan), el mítico pueblo de guerreros divinos aliados de Luco (la luz), a quienes por sus proezas en sus combates contra la oscuridad, una juventud eterna graciosamente les fue concedida. Noche sanadora para los herniados si pletóricos de fe se ponían en manos de San Pedro y de San Juan para de manos de uno a otro, pasar ritualmente bajo la foradada de un roble en un toma y daca de este cariz: “Tómalo Pedro, dámelo Juan; herniado te lo doy, sano te lo devuelvo”. Noche de San Juan en que las saladas aguas del mar de Galilea se convierten en mantos de brasas incandescentes hollados fuertemente por, desafiantes al fuego, pies desnudos mágicamente inmunes al calor abrasador. Noche de saltos circenses sobre las crepitantes llamas de las hogueras que hacen brotar las purnas de los tizones que suben hacia el cielo y se desvanecen como ánimas en busca de un cielo protector. Lumbres de espesa humareda rezumantes de miera bajo cuyo sahumerio a las reses se hace pasar, para que les cure de todo mal en su trashumante vagar hacia los verdes pastos de las praderas. Noche de San Juan en que se lanzan señales de humo, mensajes de náufrago en una botella, con el arado labrando y a los dioses rogando para que las tormentas ahuyenten y que la lluvia fina haga una buena y bien abundante cosecha. Noche de sortilegios, de meigas y de brujas nada espantadas, en compañía de gatos danzando de la chaminera al tejado cual cuentecico contado. Noche de la felicidad más larga de las que en el año se pueden dar. Nocturno de claro de luna, de ráfagas de luz entre un bosque de robles, iluminando a la becqueriana y mítica corza blanca abatida por el certero dardo del desamor. Noche de noctámbulos peregrinos de Santa Compaña vagando sin rumbo en la oscuridad. De supersticiosas iluminarias ensoberbecidas, erguidas como históricas torres de Babel, rivalizando por ser la más alta en rasgar los cielos ocultos en las tinieblas. Faros de un mar de estrellas cuyo universo es la Tierra. Celebración en la antípoda de la Navidad, romana que pesa, con delicado equilibrio de solsticio de verano, el ecuador del año en su ronda anual –y lo que te rondaré, morena– al astro solar.


miércoles, 19 de junio de 2019

La expedición "Balmis" de la vacuna (1803-1806): España, impulsora de la primera misión sanitaria internacional


Balmis, Zendal y los niños de la vacuna
Francisco Xavier Balmis y Berenguer (Alicante, 1753
 – Madrid, 1819), cirujano militar, organizador de la
Expedición de la vacuna contra la viruela (1803-1806)
en los territorios españoles de ultramar. Primera misión
sanitaria internacional.
Como si de la lectura de un electrocardiograma se tratara, la Historia nos muestra que la evolución de las sociedades no es lineal, sino que está marcada por continuos altibajos; y que tampoco avanza siempre hacia el futuro, sino que está teñida de periódicas tendencias de retorno al pasado. Y como ejemplo de ello, los grupos antivacunas, cuya negativa a curarse en salud, ellos y sus hijos, puede ser el germen de futuras alarmas sanitarias. Razón por la que en Galicia, el Gobierno de la Comunidad se ha planteado prohibir la matriculación en las guarderías infantiles de la Xunta a los niños que no estén al día del calendario oficial de vacunación.



Litografía que representa la despedida al navío "María
Pita", que zarpó desde el puerto de A Coruña el 30 de
noviembre de 1803, llevando a bordo a los integrantes
de la "Real y filantrópica expedición de la vacua". 
E históricamente ha sido también Galicia pionera en las campañas de vacunación, por cuanto fue de A Coruña desde donde el 30 de noviembre de 1803 –durante el reinado de Carlos IV– partió la Real expedición filantrópica de la vacuna, primeramente a las Canarias, para desde allí poner rumbo a América, Filipinas, Cantón y Macao (la expedición de vacunación antivariólica se prolongó hasta mediados de 1806) constituyendo la primera campaña de salud pública, a nivel mundial, para la erradicación de una enfermedad mediante el uso preventivo de una vacuna; en este caso contra la viruela, por aquel entonces la más mortífera enfermedad del planeta, de la cual morían, solo en Europa, más de medio millón de personas al año.

Portada del libro: Os nenos da variola,
escrito en gallego en 2003 por la
escritora y periodista María Solar
(publicado por editorial Galaxia),
en el que narra las vicisitudes de la
expedición, a través de las vivencias
noveladas de los 22 niños que la
protagonizaron. 
Al frente de aquella humanitaria expedición estuvo el médico y cirujano militar Francisco Xavier Balmis y Berenguer (Alicante, 1753 – Madrid, 1819), apoyado por un reducido equipo de médicos y enfermeros españoles, entre ellos, la presencia insólita en aquellos tiempos, de una mujer: Isabel Zendal, la rectora del orfanato de A Coruña. Y también formando parte de la expedición, 22 niños huérfanos, con edades comprendidas entre los 3 y los 9 años, procedentes de los orfanatos de Madrid, A Coruña y Santiago de Compostela. El motivo de su presencia se debió a que Balmis consideró que la forma más segura para conservar y hacer valer la eficacia de la vacuna, manteniendo el suero activo en el momento de su aplicación, era llevarlo inoculado en brazos de niños, quienes acabaron por convertirse en los ángeles y verdaderos héroes de la expedición.

Tuvo además aquella primera campaña sanitaria universal nombre de mujer, pues el navío en el que se realizó el viaje al Nuevo Mundo fue el María Pita, nombre de la heroica defensora (la Agustina de Aragón gallega) de A Coruña, durante el ataque que el 14 de mayo de 1589 lanzó contra la ciudad la Armada inglesa, bajo el mando del corsario Francis Drake. Y así mismo, el gran soporte humano de la expedición de la vacuna lo constituyó la anteriormente mencionada Isabel Zendal Gómez. Nacida en la
Portada de la Revista de Historia Nava, donde
aparece un amplio artículo dedicado a la Real
y filantrópica expedición de la vacuna.

http://www.armada.mde.es/archivo/mardigitalrevistas/rhn
/2018/2018n140.pdf

localidad coruñesa de Órdenes, en 1771, y fallecida en Puebla de los Ángeles (Méjico) en una fecha desconocida, fue ella quien se encargó de cuidar, enseñar y dar cariño de
madre a los 22 niños (entre ellos su propio hijo) durante la travesía a América y en los posteriores viajes a través del continente. Labor por la que la Organización Mundial de la Salud (OMS) considera a Isabel Zendal como la primera enfermera de la historia en una misión internacional.

Balmis, Zendal y aquellos 22 niños huérfanos españoles constituyeron el cimiento de posteriores campañas de vacunación a escala mundial (contra la polio, el sarampión…), por lo que son merecedores de imperecedera gratitud universal. En 1980 la viruela fue declarada oficialmente erradicada del planeta.




martes, 18 de junio de 2019

Revista de Historia Contemporánea "Aportes". Reseña del libro "La cámara en el macuto"

Encabezado de página
Fotografías de requetés en la guerra civil
(Reseña publicada en la Revista de Historia Contemporánea APORTES, en su número 99; año 2019)

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Pablo Larraz Andía y Víctor Sierra-Sesúmaga
La cámara en el macuto
La Esfera de los Libros / Fundación Larramendi; 524 pp.
Madrid, 2018
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El acrecentamiento  de la campaña antirreligiosa de la República fue un factor decisivo para que el Carlismo decidiera su participación en el golpe de estado –dado en Marruecos el 17 de julio de 1936– al lado del ejército, contra el radicalizado gobierno del Frente Popular. Previamente, y siguiendo consignas del rey don Alfonso Carlos de Borbón y Austria Este, el Príncipe Don Javier de Borbón había tenido una destacada actuación en la preparación del levantamiento, planificado desde Pamplona por Mola en conversación directa con el general Sanjurjo, exiliado en Portugal.

La Guerra Civil española habría de ser la primera en que las imágenes y las grabaciones fílmicas desempeñaron un papel tan o más importante que las batallas y el armamento militar. Cada uno de los ejércitos combatientes se esforzó por hacer llegar su mensaje a la comunidad internacional, en busca del apoyo a su causa. Y si bien han llegado hasta nuestros días los nombres de Robert Capa, o el de su compañera Gerda Taro, el de otros fotógrafos que cubrieron la contienda han caído injustamente en el olvido.

Por ello “La cámara en el macuto”, de Pablo Larraz, y Víctor Serra, (con prólogo del célebre
APORTES Vol. 34, núm. 99 (2019)
Director: ALFONSO BULLÓN DE MENDOZA
hispanista estadounidense Stanley G. Payne y prefacio de Luis Hernando de Larramendi, presidente de la Fundación Ignacio Larramendi) viene a  hacer justicia a un grupo de aquellos jóvenes olvidados –combatientes y fotógrafos aficionados– carlistas que grabaron parte de aquella trágica historia en sus cámaras, constituyendo ahora su obra un imprescindible legado a través del cual podemos comprender mejor las costumbres, ideas, sentimiento religioso, así como el modo de ser, vivir y pensar de una gran parte  de la sociedad española de aquel entonces, plenamente identificada con el secular ideario carlista.  

A través de las impactantes y extraordinarias imágenes que se muestran en este lujoso libro nos adentramos en algunas de las más relevantes batallas y frentes de la guerra civil, tales como el de Somosierra y Navafría, el avance de los rebeldes hacia San Sebastián, la toma por las tropas sublevadas de Sigüenza, la batalla de Guadalajara, y también la disputada y helada batalla de Teruel, que propició el avance de las tropas de Franco hacia el Mediterráneo. No es sin embargo tan solo la vida en las trincheras  hacia donde dirigieron los objetivos de sus cámaras este grupo de jóvenes soldados y reporteros gráficos carlistas, sino también hacia los vecinos de las poblaciones a las que llegaban en su avance las tropas y tercios de voluntarios requetés, en cuyas filas estuvieron integrados alrededor de 80.000 jóvenes provenientes de toda España.

La primera de las agradables sorpresas de esta obra es que uno de los fotógrafos cuyas imágenes muestra –más de 900 fotografías, la mayoría de ellas hasta ahora inéditas– es una mujer: Lola Baleztena (Pamplona, 1895 – 1989) de quien bien podría decirse que fue la “Gerda Taro” del Carlismo durante la guerra civil. Autora de fotografías entrañables que, en sí mismas constituyen un relato apasionante de la sociedad española de aquellos tiempos. Ella, con su cámara, contribuyó al bienestar de los soldados carlistas combatientes y el de sus familias, al igual que las decenas de miles de mujeres carlistas que trabajaron como enfermeras en los hospitales, recogiendo ayuda humanitaria, o realizando labores de apoyo logístico en la retaguardia para los soldados requetés que combatían en las trincheras. Tras la guerra, Lola Baleztena fue la impulsora del “Museo de Recuerdos Carlistas”, embrión de futuros proyectos que culminaron en 2010 con la creación del Museo de Historia del Carlismo, ubicado en la localidad navarra de Estella. 

Y también navarro fue Nicolás Ardanaz –“Ceneque”–  (Pamplona, 1910 – 1982), formado primeramente como pintor bajo el magisterio del célebre pintor navarro Javier Ciga Etxandi, desde cuyo arte pasó al de la fotografía. Alistado en los tercios de requetés, realizó sus primeras fotografías de la guerra en el frente de Somosierra, en donde fue el primero de los voluntarios requetés en dejarse patillas a lo Zumalacárregui, tal y como muestran algunos de sus curiosos autorretratos. Su apodo, “Ceneque”, que significa pan o panecillo, data de aquel tiempo debido, al parecer, a los problemas que tenía en su dentadura y las consecuentes dificultades para comer los duros corruscos de pan que consistían el fundamento de la ración diaria de comida que recibían en el frente los soldados.

Otro de los fotógrafos cuyas históricas imágenes se muestran en este libro fue Sebastián Taberna (Pamplona, 1907 – 1986), conocido como “el otro Capa de la Guerra Civil”, en su calidad de autor de más de 5.000 imágenes realizadas con su cámara Leica durante los tres años de guerra. De entre sus instantáneas destacan los numerosos momentos de convivencia entre soldados y población en pequeñas localidades rurales castellanas. Y también –concebidos como reportajes– momentos del ejército dedicado a las emergencias y al socorro de la población civil en la localidad de Jadraque, lo que constituye un enfoque muy novedoso en el contexto bélico mundial de entonces.

Por otro lado la mirada de José González de Heredia, conocido como “El Cojo de Hermua” (Hermua, 1898 – 1990)  también tiene un lugar de honor en esta obra. Los autores del libro destacan de él que tuvo la virtud de recoger en sus imágenes, de primera mano, y con honestidad, la realidad de un frente y un voluntariado tan cargado de tópicos como, en ocasiones, de errores e imprecisiones. Dejó testimonio en sus rollos de película de los combates en la sierra de Espadán y en el gélido asedio a la ciudad de Teruel, clasificando meticulosamente, al final de la contienda, su magnífico y testimonial fondo fotográfico sobre la Guerra Civil.

Más escasas son las fotografías que nos han llegado de Julio Guelbenzu (Cascante –Navarra–, 1909), conocido cariñosamente por sus compañeros como “Julico el abogado” por haber estudiado Derecho en Zaragoza. Fue alférez del tercio de Montejurra y tomó parte en la toma de las ciudades de Elorrio y Durango, el 24 y el 28 de abril de 1937. En la segunda de estas ciudades realizó Guelbenzu algunas de sus más impactantes fotografías, las cuales constituyen a día de hoy, uno de los mejores documentos históricos de aquella acción militar.

El libro incluye también fotografías de Germán Raguán (Tolosa, 1916 – 1981), conocido como
Enfermeras en el Hospital Alfonso Carlos, de Pamplona.
“Germantxo”. Formó parte de la Compañía de Tolosa del Tercio de San Miguel, de la que dejó numerosas imágenes en su periplo por tierras guipuzcoanas. Realizó los cursillos de alférez provisional, siendo destinado a una bandera de la Legión, participando en el cerco a Madrid desde la Ciudad Universitaria, en donde fue herido el 1 de abril de 1937. Aunque fue autor de pocas fotografías todas destacan por su crudeza y realismo, como testimonian las tomadas en el frente de Guipúzcoa durante los primeros días de la guerra.

Asimismo el libro contiene instantáneas del tudelano Pascual Marín (1893 – 1959) quien trabajó como redactor gráfico en el periódico “La Crónica de Zaragoza”, siendo testigo –en julio de 1936– del fracaso de la sublevación militar en San Sebastián. Herido en el brazo derecho cerca de Durango, continuó su labor gráfica en la retaguardia, fotografiando desfiles, hospitales de guerra y la vida cotidiana en ciudades y pueblos de la España en guerra.

Y algo similar ocurre con José Galle (Valladolid, 1898 – Pamplona, 1983) quien, aunque realizó visitas puntuales a los frentes de Guipúzcoa, Vizcaya y Madrid, centró el grueso de su obra fotográfica como reportero de los acontecimientos en la retaguardia. A su muerte dejó un amplio legado fotográfico mediante el que se puede vislumbrar el devenir de la sociedad navarra a lo largo de medio siglo de historia.

Finalmente, el libro recoge también imágenes de Ceferino Yanguas (Fitero –Navarra–, 1889 – Vitoria, 1970) quien, a diferencia de los anteriores autores mencionados sí se habia dedicado profesionalmente a la fotografía antes de la guerra, habiendo colaborado como reportero gráfico para los periódicos “El Pensamiento Alavés” y “El Correo Español”. Destacan  de su obra las fotografías que realizó  de la llegada de la expedición alavesa al frente de Somosierra, y las que tomó en el frente de Guipúzcoa.

En el prólogo del libro, el insigne hispanista Stanley G. Payne (miembro en anteriores ediciones del Jurado del Premio Internacional de Historia del Carlismo Luis Hernando de Larramendi) resalta que las fotografías de este magnífico volumen no fueron creaciones de la propaganda oficial, sino tomadas en el curso de las campañas por una serie de fotógrafos carlistas que, aun no siendo –la mayoría de ellos– profesionales, tenían una calidad fotográfica notable. Asimismo, el historiador estadounidense aporta una interesante reflexión en torno a las fotografías que realizó este grupo de
Rusos blancos, alistados en los requetés, durante la celebración de una misa
por el rito ortodoxo en las proximidades de Quinto de Ebro (Zaragoza)
soldados carlistas, en medio de condiciones de guerra durísimas y en absoluto fáciles para la realización de un trabajo fílmico que requiere de pericia, técnica y sensibilidad.  Un hecho, según él, que es muestra del “espíritu de entusiasmo y sacrificio de aquellos jóvenes, lo que es fruto de otra época, y no de la España del siglo XXI, tan pusilánime y conformista”.

Firma el prefacio del libro Luis Hernando de Larramendi, Presidente de la Fundación Ignacio Larramendi, quien constata que el solo hecho de que el conocido y prestigioso historiador hispanista Stanley G, Payne sea el autor del prólogo de la obra, fue una razón más que suficiente para que la Fundación que preside, apoyara la publicación. Más aun cuando recoge cerca de un millar de fotografías, también dibujos, que fueron realizados durante la Guerra Civil por un grupo de jóvenes carlistas de corazón y convicción. Jóvenes requetés que –apunta Luis Hernando de Larramendi– en sus jornadas de combate llevaban, a más de su impedimenta militar, sus cámaras fotográficas al hombro, y en el corazón el lema del devocionario del requeté: “Ante Dios nunca serás héroe anónimo”.

Luis Negro Marco