domingo, 20 de abril de 2014

Domingo de Resurrección, un motivo para la alegría y la esperanza, no sólo de los Cristianos, sino para toda la Humanidad.

La crucifixión de Jesús, el más cruel de los suplicios

El Periódico de Aragón. Noticias de Zaragoza, Huesca y Teruel
http://www.elperiodicodearagon.com/noticias/opinion/mas-cruel-suplicios_935958.html


Luis Negro Marco / Santiago de Compostela

La Semana Santa, última de la Cuaresma –desde el Domingo  de Ramos hasta el de Resurrección– conmemora la pasión, muerte y resurrección de Cristo. Una celebración que guarda paralelismos (incluso en el mismo ciclo estacional de su celebración) con otras de civilizaciones más antiguas que el cristianismo. De este modo en distintos relatos mitológicos, diosas como la sumeria Inanna, la griega Afrodita, la egipcia Isis o la escandinava Freyja, también pierden  a sus hijos (Dumuzi, Adonis, Osiris y Baldur, respectivamente) de manera violenta. Tras su muerte, también tiene lugar un período de duelo que se caracteriza por la devastación de la Tierra (el suelo también tembló tras el último suspiro de Jesús en el Calvario) hasta que, coincidiendo con el ciclo primaveral llega la resurrección del hijo, presidida por su madre (también fue una mujer, María Magdalena, quien tuvo la primera noticia de la resurrección de Cristo). Pero quizás la relación más directa se encuentre en el panteón de la antigua Roma, con la diosa Cibeles, la “Madre de todos los dioses”, y su hijo Atis. El primer emperador romano, Augusto (63 a.C.-14 d.C.) concedió a Cibeles el privilegio de ser la deidad suprema del Imperio, y a su esposa, Livia, el de la encarnación terrenal de la divinidad, mientras él mismo se otorgaba el título de “divino”, u “hombre-Dios”. La importancia de la diosa Cibeles en el Imperio de Roma llegó a ser tal, que a finales del siglo II, Montano (un autodenominado profeta enviado por Dios para perfeccionar la religión cristiana) creó una secta basada en la identificación de Jesús con Atis, el hijo de Cibeles. No obstante, en el siglo IV los “montanistas” fueron considerados herejes en el Concilio  de obispos que tuvo lugar en la ciudad siria de Hierápolis.

  Mas la pasión y crucifixión de Cristo fue un hecho real, constatado incluso por la Arqueología, en el que Jesús, Dios y hombre, dio su vida por la redención de la Humanidad. Aquellos acontecimientos comenzaron en Jerusalén, con la triunfal entrada de Jesús en la ciudad, aclamado al grito de “hosanna”
Reproducción fotográfica del cuadro de "Jesús
crucificado" de Velázquez.- Foto: Luis Negro
(danos la bendición). Es posible que aquel día fuese el anterior al de la Pascua judía, celebración que duraba siete días (al igual que la Semana Santa  cristiana) desde el 14 de marzo –fecha en que los hebreos salieron de Egipto hacia la Tierra prometida– hasta el 21 del mismo mes, en que pasaron el Mar Rojo. El cristianismo consagró el domingo a la Resurrección de Cristo y como día de reposo, del mismo modo que para los judíos lo es el sábado  (yom ejad).

 Llegada la noche del día anterior a la Pascua judía, y una vez Jesús fue prendido y llevado ante Caifás (era tarea de los dirigentes judíos, Caifás y su Consejo, mantener el orden en Judea), el tribunal resolvió entregarlo a los romanos, acusado de rebelión. La pena romana por sedición en tiempos de Cristo, era la crucifixión, un castigo terrible que Cicerón describe como “crudelissimum teterrimunque supplicium”, el tipo de pena de muerte más cruel y abominable. Pero la crucifixión –a la que siempre precedía la flagelación– no sólo fue practicada por los romanos, sino también por los cartagineses, griegos, sirios, persas, y egipcios. Y en todas estas civilizaciones era considerada como la pena capital más dura e ignominiosa, reservada a los esclavos, ladrones, asesinos y responsables de sedición.

Recreación fotográfica de Jesús en el sepulcro, sobre cuyo cuepor inerte se habría colocado
la sábana santa que se conserva en Turín, y sobre su rostro el Santo Sudario que se conserva
en la catedral del Oviedo.-  Exposición "LA SÁBANA SANTA" que se ha podido
contemplar en el Palacio Arzobispal de Zaragoza hasta hor, 20 de abril, Domingo de
Resurrección, último de la Semana Santa
.- Foto: Luis Negro Marco


La Sábana Santa de Turín  (que pudo envolver el cuerpo de Jesús tras su muerte) y el Santo Sudario de Oviedo, que según la tradición cristiana pudo cubrir su rostro, demuestran que estas telas, envolvieron a un hombre que sufrió  horribles torturas (acordes a las que se narran en los Evangelios sobre Jesús) antes de morir crucificado. Respecto a los reclutas de la guarnición responsables de la tortura y crucifixión de Cristo, fueron con gran probabilidad, legionarios de origen sirio cuyos idiomas eran el arameo y el griego.

 Sin embargo, los cuatro Evangelios no concuerdan entre sí respecto al relato de la Pasión, porque fueron escritos entre 40  y 80 años después de ocurridos los acontecimientos, y recopilados después del 70, cuando la ciudad de Jerusalén fue destruida por el emperador Tito.

  En cuanto a la condena de Jesús, ninguna ley judía habría podido castigar a alguien sólo por autodenominarse “El Mesías”; sin embargo es muy posible que Caifás considerara la llegada de Jesús a Jerusalén como una amenaza para la paz. La ciudad, llena de peregrinos a causa de la Pascua, era un polvorín desde que, pocos días antes, Jesús hubiera causado  una gran conmoción en el barrio de los mercaderes del templo al censurar a los cambistas (“habéis convertido la Casa de mi Padre en una cueva
Recreación escultórica en escayola del esqueleto de Jesús, de acuerdo a
la impresión que ha quedado en la Sábana Santa de Turín. Su estudio ha
permitido desvelar que ese cuerpo sufrió más de 400 lesiones, incluida una
herida de lanza en el corazón (la que dio el legionario Longinos a Jesús una vez
que éste ya había muerto), con una dirección de abajo a a
rriba, tal y
como se observa en la recreación de la imagen. 
 Exposición "LA
SÁBANA
SANTA" que se ha podido contemplar en el Palacio Arzobispal de
Zaragoza hasta el 20 de abril, Domingo de 
Resurrección.-  Foto: Luis Negro Marco
de ladrones”, les había espetado Jesús). Podía volver a hacerlo. De manera que, en interés de toda la nación, y con objeto de evitar una venganza romana masiva, Caifás habría decidido que debía ocuparse de él. Sin embargo, se quitó de encima la responsabilidad y lo entregó a los romanos.  Un hecho este, atestiguado por los cuatro Evangelios y confirmado por Josefo, historiador romano del siglo I.  Del mismo modo, Tácito (53-132 d.C.) autor también romano, asevera igualmente que Jesús fue crucificado por el procurador Poncio Pilatos. De manera que teniendo en cuenta todos estos datos, la responsabilidad de la crucifixión de Jesús recayó sobre Pilatos (bien que se lavara las manos) y en última instancia, sobre el Imperio Romano, al cual representaba.

La tradición cristiana siempre ha identificado con “el mal” a quienes  crucificaron a Cristo. De este modo, son abundantes los retablos de iglesias  españolas del siglo XIX en que son mamelucos (soldados del Ejército de Napoleón) quienes flagelan y crucifican a Jesús, o incluso, soldados napoleónicos en  quienes el casco romano ha sido sustituido por anacrónicos morriones.

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