De mil amores
El amor y la verdad son los valores
supremos de la humanidad
Luis Negro Marco / Santiago de Compostela (texto)
Fernando Negro Marco / Puerto Rico (dibujos)
Fernando Negro Marco`16 |
Podríamos definir el amor –entre miles de
posibles acepciones– como la inclinación hacia lo que nos parece bello o digno
de cariño y atrae nuestro ánimo y voluntad. En la filosofía y mitología griega
había dos tipos de amor: Eros o Amor propiamente dicho, e Himeros (el deseo). Y lo mismo ocurría
en la antigua Roma, donde se distinguía el Amor, hijo de Júpiter y de Venus, y
Cupido (representado como un niño desnudo y alado, con los ojos vendados, arco
y carcaj, y a veces coronado de rosas), hijo de Marte y Venus, que ha llegado
hasta nosotros como uno de los grandes iconos del amor.
Pero creer que la humanidad de hace 2.000 años
tenía el mismo concepto de amor que la nuestra es una falacia. Fueron aquellas
sociedades esclavistas y fuertemente jerarquizadas, en las que el amor no era
sino la sensación inspiradora y creadora de las artes, el culto de lo bello en
las formas, así como el ornamento de las sociedades. Por tanto, ajeno al amor
moral, tal y como hoy en día lo entendemos, y exclusivo de artistas (para
quienes el amor era como una especie de adoración hacia las bellas formas, un
culto del bello ideal) y de las élites gobernantes. No obstante, el emperador
romano Marco Aurelio (121-180 d. C.),
ya distinguió en sus obras literarias entre el amor físico (“una débil
convulsión”) y el amor místico: el que nos eleva y nos inclina a la cultura.
Con el auge del cristianismo, a partir del
siglo IV, se consolidó la idea del amor
como culto de la
belleza moral, y ya en el siglo XIX, el escritor francés René de Chateaubriand (1768-1848) estableció la división entre el amor
pagano (formal, o puramente físico, exento de sentimiento) y el amor cristiano
(moral). También el ilustrado y enciclopedista Voltaire (1694-1778) abordó el tema del amor definiéndolo como
“tela de la naturaleza, bordada por la imaginación de las personas”. Rousseau (1712-1778) lo concibió como “un concierto del alma, del
espíritu, del corazón y de los sentidos, que exalta hasta el delirio todas las
facultades humanas”. El escritor alemán Goethe
(1749-1832) lo representó en su obra, Werther,
como un sentimiento alimentado de recuerdos, de ilusiones y de presentimientos;
un amor romántico, apasionado y ardiente, como “la luz pálida de la luna, a los
fecundantes rayos del sol”. Asimismo, la escritora suiza Madame de Staël (1766-1817) difundió la idea del
amor metafísico, comparándolo a un ramo de rosas marchitadas que conservan aún
su perfume.
"Amor de Dios" Fernando Negro Marco´2016 |
En nuestra cultura occidental el amor tiene
muchas y distintas categorías y acepciones. En plural, alude casi siempre a la
pasión (y así decimos, por ejemplo, que alguien sufre de «mal de amores»), y distinguimos entre amor materno y paterno, amor
filial, amor fraterno, amor conyugal…
Amor es también la atracción sexual, así como la expresión del
sentimiento entre amantes.
La palabra «amor» es una de las que mayor
fortaleza presentan en las lenguas de Europa, pues representa, junto con la
verdad, el que es su valor más preciado. Y esto es así, al menos desde la
segunda mitad del siglo XIX, gracias –fundamentalmente– a los escritores
románticos. Por ello, desde entonces hasta ahora, son numerosos los dichos y
refranes populares que tras siglos de uso, han llegado a nosotros prácticamente inmutables.
Así, decimos «amor de agua» (la
corriente que navega) con el sentido metafórico de contemporizar o dejar correr
en demasía las cosas que deberían corregirse o reprobarse. Acercarse «al amor de la lumbre», es necesario para
entrar en calor cuando se está tiritando de frío. Y «amor con amor se paga», es
un popular dicho con que se denota
–irónicamente en su acepción negativa– la mutua correspondencia en cualquier
asunto, ya sea favorable o contrario.
"Amor de Dios" -b- Fernando Negro Marco´2016 |
«Amor de
asno, coz y bocado» se dedica a quienes muestran su cariño haciendo mal o
incomodando. «Amor de niño, agua en
cestillo», es el amor que dura poco,
según de quién reciba el infante las carantoñas. «Amor de padres, que todo lo demás es aire», aserta que sólo el amor
de los padres es el seguro. Y apelamos a la compasión y a la caridad cristiana cuando pedimos «por amor de Dios», expresión que se usa
para pedir con encarecimiento o excusarse con humildad.
«Amor
loco, yo por vos y vos por otro», define la frecuente desdicha del amor
doblemente no correspondido. Y hablamos de «amor
platónico» para quien lo siente puro, sin mezcla alguna de interés o
sensualidad. El «amor propio» es el
garante de la dignidad personal, ya que proporciona felicidad al espíritu. Y hay
hombres a quienes les cuadra bien
el dicho de «amor trompero, cuantas veo
tantas quiero», por la facilidad que
tienen de colgarse de todas las mujeres que ven. Hacemos algo «de mil amores» cuando lo hacemos con
gusto, de buena gana, y de muy buena voluntad. Pero nos sentimos mal cuando se
nos da «como por amor de Dios»,
porque se nos concede como gracia lo que se nos debe por justicia. «De los amores y las cañas, las entradas»
es un dicho que alude a cómo el amor es más vehemente en los comienzos,
así como ocurría en las antiguas
“fiestas de las cañas” (cuadrillas de jinetes que se arrojaban cañas, a modo de
lanzas) en que era al principio cuando mayor ardor y gallardía demostraban los
jinetes. Y aunque siempre dulces, no son
pocas las ocasiones en que «vanse los
amores y quedan los dolores», dicho que da a entender que los amores
irreflexivos son amargos y tristes ordinariamente, porque las pasiones
vehementes pasan pronto y sus consecuencias son duraderas. Claro que «para el amor y la muerte, no hay cosa fuerte»,
refrán que pondera el poder definitivo e inescrutable del amor y la muerte.
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