Día de Todos los Santos
Ya en la
Antigüedad clásica fue una costumbre muy arraigada la de hacer ofrendas a las
almas de los difuntos en fechas especiales
Luis Negro Marco / Historiador y
periodista
El antiguo pueblo de los celtas, celebraba
anualmente la festividad de “Samhaim”
(etimológicamente, “el final del verano”) en unas fechas
coincidentes con la celebración cristiana del día de Todos los Santos. De
hecho, la palabra “Halloween”, con que popularmente se conoce a la antesala de esta
festividad, proviene de la expresión inglesa “All hallow´s eve”: “Víspera
de Todos los Santos”. Asimismo,
sería de tradición irlandesa y escocesa la costumbre de vaciar calabazas,
darles terrorífico aspecto de rostro humano y colocar dentro de ellas una vela.
El historiador estadounidense Washington Baird (1828-1887) en una de sus obras,
refiere la leyenda de una casa encantada con presencia de extrañas luces
durante la noche, a las que denomina “Will
o´the wisp” (fuegos fatuos), o “Jack
o´ Lanterns” (Jack el de la Linterna).
Y precisamente este último nombre es el que en los países anglosajones se da a
la calabaza iluminada, tan popular en estas fechas.
La leyenda del irlandés Jack de la linterna (condenado
por el diablo a no poder entrar en el infierno, y a vagar eternamente errante
entre tinieblas, iluminado por un tizón
que Lucifer le regala, y que Jack coloca
dentro de un nabo ahuecado, a modo de linterna) guarda muchas
similitudes con el relato romántico de terror del jinete sin cabeza, obra del
escritor estadounidense Washington Irving (1783-1859): “Sleepy Hollow” (literalmente hueco soñoliento), cuya adaptación fue
llevada con gran éxito al cine en 1999 por el director norteamericano Tim
Burton.
Volviendo al mundo celta, lo más inquietante
del Samhaim era que su celebración
tenía lugar en un momento de transición (fin y comienzo de un nuevo ciclo
agrícola) en que las leyes que regían la vida cotidiana quedaban en suspenso. Y
este vacío de poder era el que provocaba que la frontera entre el mundo de los
vivos y el de los muertos se desvaneciera, momento que aprovechaban los
espíritus de los muertos para volver del inframundo. En el Pirineo aragonés,
los llamados “Espanta bruxas”, tallas
de rostros humanos en piedra que se colocaban sobre las chimeneas de las casas,
tenían precisamente la función de impedir que las almas errantes se colasen por
ellas dentro de los hogares.
Asimismo, en el tiempo de Samhaim se hacían ofrendas, fuera de las casas, a los difuntos, para agasarjeles en su visita y evitar de este modo su enojo, al tiempo que en el campo se encendían hogueras, con la finalidad de que su luz les ayudara a encontrar el camino de vuelta hacia el más allá. La tradicional fiesta gastronómica y nocturna del magosto (en que la castaña asada es la protagonista), que se celebra en las tierras del noroeste español, a partir del 1 de noviembre y hasta mediados del mismo mes, muy posiblemente tiene su origen en aquellas costumbres.
Por otro lado, el “truco
o trato”, con el que los niños disfrazados saludan y piden golosinas cuando
llaman por las casas de los barrios, no
es sino un lejano recuerdo de aquella creencia, según la cual, si no se
obsequiaba convenientemente a las almas durante su visita, éstas podrían
manifestar su desagrado, bien optando por quedarse en las casas que no habían
actuado con el debido respeto, bien provocando alguna serie de indeseados
infortunios.
Pero del mismo modo que las puertas podían ser
franqueadas por los desaparecidos, también podían serlo por los vivos (aún a
riesgo de no poder regresar jamás) hacia el inframundo. Así, el folklore
irlandés recoge la leyenda de Nera, personaje que a través de un sídh (túmulo funerario) logra entrar en el más allá, y como prueba
de su estancia entre los muertos trae consigo unas flores que estaban fuera de
estación.
Siguiendo con el folklore nórdico, uno de los
espectros principales que hacían su aparición en la noche de difuntos era la
llamada “White Lady” (“Dama blanca”),
quizás una antigua diosa pagana, cuyo fantasma –según la tradición– se aparecía
en las casas la noche anterior en que alguno de los familiares de la casa iba a
morir.
Y finalmente, no hay que olvidar que desde
finales del siglo XIX, y aún a día de hoy en algunos lugares de España, fue y
sigue siendo costumbre representar, el día de la víspera del día de Difuntos,
la obra Don Juan Tenorio, del
dramaturgo vallisoletano José Zorrilla (1817-1893). Y a pesar de que en vida,
Don Juan de él mismo dice: “Por donde
quiera que fui la razón atropellé, la
virtud escarnecí, y a la justicia burlé”, en el momento final de su vida,
tumbado entre las tumbas del cementerio, el amor de Doña Inés le hace
arrepentirse de todos sus males, librándolo así de las llamas del infierno en
el instante mismo en el que exhala su
último aliento.
Porque al fin y al cabo, como Francisco de
Quevedo (1580-1645) dejó bellamente plasmado en su hermoso poema “Amor constante más allá de la muerte”: Alma
a quien todo un dios prisión ha dado / será
ceniza más tendrá sentido / polvo
será, más polvo enamorado.
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