El aragonés San José de Calasanz,
patrón de los maestros
Luis Negro Marco
Hoy, 27 de noviembre, se celebra en España
–así como en otros países de habla
hispana– el día del maestro. Una fecha que recuerda a su patrón, el pedagogo
aragonés San José de Calasanz (Peralta de la Sal, 1557 – Roma, 1648), fundador
de la Orden religiosa de las Escuelas Pías. En realidad la festividad de quien
puso en marcha la primera escuela pública y gratuita en Europa (en el lejano
año de 1597, en Roma) es el 25 de agosto, pero al caer en plenas vacaciones
estivales, en el año 1948 se decidió trasladar el día del maestro al 27 de
noviembre, fecha en que los alumnos ya se encuentran en las aulas.
La obra pedagógica que el universal santo
español llevó a cabo, nos permite afirmar que los orígenes de la educación
primaria universal, obligatoria y gratuita fueron posibles gracias al
pensamiento cristiano que surgió durante la Contrarreforma, período de un siglo cuyo final se suele situar
históricamente hacia 1648 (año, precisamente, de la muerte de San José de
Calasanz), coincidiendo con la firma de la Paz de Westfalia con la que terminó
la “Guerra de los Treinta Años” en
Europa.
Tradicionalmente se ha venido asignando a los
filósofos de la Revolución francesa de 1789 el mérito de haber generalizado la
enseñanza de la educación a todos los estamentos sociales, incluidos los niños
de las clases más bajas y pobres. Nada más alejado de la realidad. De hecho, el
ilustrado francés e ideólogo revolucionario Voltaire (1694-1778) mostró en no
pocas ocasiones su indignación por el hecho de que los maestros de las órdenes
religiosas escolarizaran y enseñaran a leer y escribir a los niños pobres, en
vez de enviarlos a aprender un oficio, que era para lo que habían nacido. Y
para cuando el prerrevolucionario
Dumarchais escribió su artículo sobre la
educación para la “Encyclopédie” (uno
de los pilares de la Revolución francesa), habían transcurrido ya más de dos
siglos desde que el aragonés José de Calasanz hubiera desarrollado un plan
educativo para la primera enseñanza, tan completo e integral, que es
prácticamente el mismo que sigue aplicándose en nuestros días en la mayoría de
países del mundo.
Así, fue el santo pedagogo de Peralta de la
Sal el que introdujo por vez primera la noción de “escuela moderna”, a través de la progresión en el aprendizaje, el
currículo escolar, la incorporación, junto a las letras, del dibujo, las matemáticas
y nociones de contabilidad –ya en la enseñanza primaria–, el diseño estandarizado de escuelas –fijando incluso el mobiliario
que habrían de tener las aulas para facilitar el aprendizaje, dotar a los
alumnos del material necesario para sus estudios (plumas, tinta, libros y
cuadernos), y la creación de escuelas normales para la formación de los
maestros que habrían de enseñar a los más pequeños. Nada que ver con el
programa educativo que pusieron en marcha ¡más de dos siglos después! Los
revolucionarios franceses (a través de la llamada Ley Danou de Instrucción Pública, de 1795) que difícilmente podría
haber sido más reducido, ya que se limitaba a nociones de lectura, escritura,
cálculo y moral republicana.
Y algo parecido se puede decir del meritorio
trabajo del pedagogo suizo Johann Pestalozzi (1746-1827), quien sin duda (aunque
en sus escritos no aparezca tal reconocimiento), conoció la obra pedagógica que
San José de Calasanz había realizado más de dos siglos atrás, y trató de
llevarla a la práctica creando un modelo propio, de carácter laico, para que los niños pobres y huérfanos
pudieran también salir de la ignorancia y aspirar a la felicidad, a través de
la educación. Y aunque en la España
ilustrada de Carlos IV y de su valido Godoy las ideas educativas de Pestalozzi
fueron bien acogidas (llegándose incluso a crear en Madrid, en el año 1805, el
“Instituto Militar de Enseñanza Pestalozziana”), sus
proyectos educativos apenas tuvieron recorrido, ni en nuestro país ni en el
resto de Europa.
Asimismo hay que resaltar el hecho de que
España ha sido históricamente la cuna de grandes maestros, como lo fue, en el
siglo I de nuestra era, el calagurritano Quintiliano, maestro de emperadores y
director de la que fue primera cátedra de elocuencia del Imperio romano. Sin
olvidar al misionero mallorquín Raimundo Llull (1232-1316), apelado “el pedagogo de la cristiandad”, quien
impregnado de un sentido universal de la educación (hoy tan deseable como
necesario) fue el inventor del Arte
Universal o Gran Arte, consistente
en identificar, a través de métodos mecánicos, las ideas más generales y
abstractas aceptadas por el común de las personas. Por ello, a día de hoy
Raimundo Llull está considerado como el precursor de la informática.
Asimismo, destacó también como maestro
universal de nuestro país el valenciano Juan Luis Vives (1492-1540), de quien
sabemos José de Calasanz fue gran admirador, especialmente en lo relativo a su
pensamiento sobre la necesidad de educar a los niños, con especial atención
hacia los más pobres, así como su idea de que hombres y mujeres, habían de
tener los mismos derechos y oportunidades para acceder a la educación.
Por todo ello resulta muy desalentador que,
siendo España la cuna de pedagogos tan destacados a nivel mundial, muy
especialmente San José de Calasanz, que con méritos sobrados es el patrón de
los maestros, sus figuras se hallen en la actualidad tan diluidas a nivel
social en nuestro país. Y al mismo tiempo es muy preocupante el hecho de que,
tras cuarenta años de democracia, nuestro país no haya sido capaz de consensuar
una ley de educación. De manera que, al igual que ocurrió en la Francia de la
Revolución de 1789, los intensos debates políticos que en España ha habido, y
siguen abiertos, en torno a la educación, semejan a los de aquellos ilustrados
revolucionarios, que habiendo soñado un ideal de fraternidad universal basado
en la educación, llegada la hora de la verdad, renegaron de sus ideales
(libertad, igualdad y fraternidad) y se mostraron infieles a todas las
aspiraciones de su vida, anteponiendo
sus bienes personales e intereses partidistas, a los del del conjunto de la
sociedad. Afortunadamente, no fue el caso del maestro José de Calasanz.
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