El mes de Augusto
Luis
Negro Marco
También popularmente
conocido en España como el de “cerrado por vacaciones”, nuestro mes de agosto,
el octavo del año (palabra que proviene de la latina «annulus» –anillo– aludiendo así al perpetuo y circular
ciclo del tiempo) fue el sexto del cómputo
anual romano, que comenzaba en el mes de marzo; de ahí que recibiera el nombre
de «mensis
sextilis» –sexto mes– hasta que,
en el año 8 antes de Cristo, el emperador Augusto (63 a.C. – 14 d.C.) le dio su
propio nombre (del mismo modo que en el año 44 a.C. «Quintilis» recibió el
nombre de «Julius» –nuestro mes de julio– en honor de Julio César, padre de
Augusto), a fin de que sirviera de recordatorio de los numerosos y felices
acontecimientos que, bajo el reinado del emperador César Augusto (de cuyo
nombre proviene el de Zaragoza) sucedieron en aquel más que bimilenario e histórico
mes de verano.
Y si el
imparable cambio climático, que de un tiempo a esta parte nos afecta, está
elevando
las temperaturas, alargando las calores más allá del estío, hasta hace tan solo unas décadas no fue así, y si no, ahí está el cada vez más desfasado refrán: “En agosto, frío en el rostro”. También fue el mes de las cosechas (que ahora se adelantan incluso hasta finales de junio), y por tanto tiempo de bonanza, hasta el punto de que la expresión “hacer el agosto” o “el agostillo” equivalía a hacer un buen negocio o lograr buenos ingresos económicos debido a unas favorables circunstancias.
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-Augusto de Prima Porta.-
Museo Vaticano-
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las temperaturas, alargando las calores más allá del estío, hasta hace tan solo unas décadas no fue así, y si no, ahí está el cada vez más desfasado refrán: “En agosto, frío en el rostro”. También fue el mes de las cosechas (que ahora se adelantan incluso hasta finales de junio), y por tanto tiempo de bonanza, hasta el punto de que la expresión “hacer el agosto” o “el agostillo” equivalía a hacer un buen negocio o lograr buenos ingresos económicos debido a unas favorables circunstancias.
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-Augusto de Prima Porta.-
Museo Vaticano-
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Era
también el mes de los «agosteros», los mozos que se desplazaban desde otros
pueblos o regiones (por ejemplo, los que iban desde Galicia –donde no hay
apenas cereal– a Castilla) en busca de un jornal, ayudando a los segadores,
tirando de hoz, dalla y zoqueta de madera para proteger los dedos de la mano de
indeseables cortes. Pero también había
otro tipo de «agosteros»: eran los frailes que enviaban las Órdenes religiosas
durante el mes de agosto para recoger por los pueblo las limosnas del trigo y
otros granos.
Y de
agosto, deriva la polisémica palabra «agostar», aplicada al campo, cuando el
excesivo calor hacía que secaran o abrasaran los sembrados y se marchitaran las
flores. Y por derivación, el verbo «agostarse» hacía referencia a la actitud
que tomaba una persona cuando veía desvanecida su dicha o sus esperanzas. Pero
también se producía la acción de «agostar» cuando los pastores llevaban a los
ganados a pastar en los rastrojos que quedaban en las piezas una vez cosechada
la mies; y allí pasaban el día, hasta que por la noche las ovejas eran
conducidas a los «agostaderos», es decir, a los apriscos de verano, muy
próximos a los campos de rastrojeras. Y
por último también era “agostar” el labrar la tierra durante el mes de agosto.
Y como
en la fábula de Esopo sobre la cigarra y la hormiga, quien solo disfrutaba del calor,
rehuía de trabajar de sol a sol y vivir de la agostera siega ajena, recibía el
nada ennoblecedor nombre de «agostador», es decir la persona que disipaba los
bienes ajenos, despilfarraba o malgastaba la hacienda de otros.
Y
finalmente, también es agosto el que precede a septiembre, el tradicional mes
de la vendimia (si bien las calores tan altas de este año ya han provocado que
en algunos lugares de Andalucía la vendimia se haya adelantado a agosto), y así
ambos meses van hermanados en este didáctico refrán: “Agosto y vendimia no es
cada día y sí cada año; unos con ganancia, y otros con daño”. Y como prueba,
las temibles y agostadoras tormentas con granizo tan habituales en verano, para
cuya prevención se encendían estufas en los cabezos alimentadas con carbón
vegetal, en la esperanza de que el humo disipara las amenazadoras nubes negras.
Y también se lanzaban contra ellas grandes cohetes, pues se creía que la
explosión podría disolver sus cristales de nieve.
Así
mismo es agosto el mes más festivo del año. Y por cierto también en la antigua
Roma existieron unas importantes fiestas llamadas «Augustales», creadas en el
año 19 a.C. para celebrar el victorioso regreso de Oriente del emperador Cesar
Augusto, las cuales se celebraban entre el 5 y el 12 de octubre. Finalizaban,
pues, el día del Pilar; y es que hasta en eso se nota a día de hoy que Zaragoza
es una maravillosa y hermosa ciudad Augusta.
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