Calasanz y la escuela de la era digital
Luis Negro Marco
El día del maestro, cuya celebración tiene raíces
netamente aragonesas, pues une al patrón de la profesión (así mismo fundador de
la Orden religiosa de las Escuelas Pías y precursor de la pedagogía moderna), el
oscense San José de Calasanz [Peralta de la Sal, 1557 – Roma, 1648] con uno de
los alumnos más ilustres de las Escuelas Pías: el zaragozano Francisco de Goya [Fuendetodos,
1746 – Burdeos, 1828] precursor a su vez del surrealismo y del arte moderno. El
genial pintor dejó testimonio de su admiración hacia la gran obra educativa
desarrollada por su paisano –Calasanz fue el creador, en 1597, de la primera escuela
popular y gratuita–, en “La última comunión de San José de Calasanz”; cuadro
que Goya pintó en 1819 –cumpliéndose ahora el segundo centenario de su
realización– el cual constituye una de las grandes obras maestras de la pintura
religiosa de todos los tiempos.
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Dibujo de POSTIGO, ilustrando este artículo, publicado en EL PERIÓDICO DE ARAGÓN en su edición del 27 de noviembre de 2019 |
Contrariamente a las teorías constructivistas, el
maestro se configura como agente principal e indispensable de la acción
educativa. Quizás por ello, “Los docentes primero: excelencia y prestigio en el
Área de Educación en Europa” ha sido el lema que ha presidido la Segunda Cumbre
Europea de Educación que, organizada por la Comisión Europea, se celebró en
Bruselas el pasado 26 de septiembre. Allí se debatieron cuestiones importantes,
tales como los vertiginosos cambios que se producen en la sociedad de nuestros
días y a los que tienen que ser sensibles los maestros en su labor docente;
pero también sobre el grado de reconocimiento social a su labor educativa;
sobre el apoyo que reciben los maestros por parte de las administraciones del
Estado de las que dependen; y también sobre su
función social, más alla de la escuela, como agentes dinamizadores y
orientadores de la juventud hacia el nuevo y constantemente cambiante mercado
laboral.
Y es que la profesión de maestro exige un contacto
permanente con la realidad, marcada en nuestros días por la aceleración
tecnológica, anunciadora a su vez de una próxima “robolución” sustentada en la
inteligencia artificial. Un futuro ya anticipado por el Foro Económico Mundial,
en cuya Cumbre de Davos (Suiza) del pasado año anunciaba que, posiblemente, más
de la mitad de los escolares de hoy desempeñarán en el día de mañana oficios
todavía no inventados. ¿Y cuál ha de ser el papel del maestro en tan complejo
escenario?
Quizás la respuesta se halle en el axioma de que si
todo cambia es porque la esencia de las cosas es siempre la misma, de manera
que bien podría afirmarse que existe también una esencia común en todo hecho
educativo independientemente del momento o de la época en que tiene lugar. Porque a partir de Calasanz, la escuela quedó
establecida como una institución universal (ut omnes salvos essent – “para
beneficio de todos”) universalmente reconocida y plenamente inmersa en la
realidad poliédrica que ha caracterizado a cada período de la Historia,
incluido nuestro tiempo actual. De manera que, ante la paradoja de un mundo
digitalmente evolucionado y humanamente estancado, la escuela y los maestros se
configuran como baluarte de la armonización social, a través de la educación, de
la promoción de valores democráticamente solidarios y de la creación de puentes
de comunicación entre personas pertenecientes a culturas diferentes.
Exactamente lo mismo que fueron las escuelas creadas
por Calasanz, abiertas para todos los niños, sin distinción, y en consonancia
con los avances de la razón y de las ciencias de su tiempo. Y en reconocimiento
a su obra pedagógica universal, Pío XII declaró
a Calasanz patrón de las escuelas cristianas en 1948, y como patrón lo celebran
también a día de hoy los maestros de numerosas naciones del mundo. Un
reconocimiento que sus paisanos todavía le debemos, pues Zaragoza sigue sin
contar con un monumento al aragonés que fundó la escuela popular.
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