jueves, 7 de agosto de 2014

Las peregrinaciones a Compostela, un camino de encuentro personal

Santiago, principio y fin del camino
La catedral de Santiago de Compostela, homenajeada por el arco iris en una plomiza, serena
y melancólica tarde de finales de septiembre de 2013. La fotografía está tomada desde el Parque de robles y bicentenarios eucaliptos de la Alameda santiaguesa
.- Foto: Luis Negro Marco 
Luis Negro Marco / San Andrés de Teixido

 Junto con san Pedro (primer cabeza de la Iglesia católica) y san Juan, el apóstol Santiago estuvo presente en los tres acontecimientos fundamentales en la vida de Jesús: el de la Transfiguración en el Monte Tabor; en la resurrección de la hija de Jairo, y en la oración en el huerto de Getsemaní, antes de su crucifixión.  Quizás por esta predilección de Jesús hacia Santiago, la Cristiandad ha dedicado al apóstol una gran veneración, sólidamente consolidada en los cinco continentes, como demuestran el numeroso conjunto de ciudades que llevan su nombre, comenzando –naturalmente–  por Santiago de Compostela.

 Considerado primer mártir de la Cristiandad, tras su martirio en Jerusalén –según la tradición ocurrido hacia el año 43– sus discípulos se hicieron cargo de su cuerpo… y de su cabeza, depositándolos en una barca de piedra, con la que se hicieron a la mar en la ciudad palestina de Jaffa. Milagrosamente, arrastrada por el viento y las olas, en tan solo siete días, la nave arribó a las costas de Galicia, en la actual localidad de Padrón. Ocurrió entonces que cuando la embarcación ya se aproximaba a la playa, un caballero que paseaba con su caballo a orillas del mar, fue engullido junto con su montura por la fuerza de un repentino y proceloso oleaje; sin embargo, en lugar de perecer ahogados, caballo y caballero emergieron refulgentes de entre las aguas, cubiertos de conchas. Desde entonces, la concha (en realidad una vieira) se convirtió en el símbolo del Apóstol Santiago, así como en la insignia de la capa de los peregrinos que desde hace siglos encaminan sus pasos hacia la tumba del apóstol, en Santiago de Compostela.

 Durante la Edad Media, fueron tres los lugares sagrados de peregrinación para los cristianos: Jerusalén (quienes allí iban recibían el nombre de “palmeros”); Roma (cuyos caminantes recibían el nombre de romeros, de donde proviene la palabra “romería”) y Santiago de Compostela –geográficamente, el “Finis Terrae” o “Finisterre” del imperio romano–, adonde se encaminan los peregrinos propiamente dichos. Y es que según la tradición cristiana, fue en Compostela (“Campo de estrellas”), en un lugar de Iria Flavia, donde quedó erigida pos sus apóstoles la tumba de Santiago el Mayor, el primer mártir de la Cristiandad.

 En la España medieval del siglo XII, entonces mayoritariamente en poder musulmán, Santiago se convirtió en un defensor celeste y en el símbolo en torno al que se pudo aglutinar la Reconquista cristiana. De ahí la proclama: “Santiago y cierra España” de invocación al Apóstol al comienzo de las batallas. Entendida la conjunción “y” como un adverbio locativo: “allí” (al modo de la lengua francesa). Por tanto el significado real de la expresión vendría a ser algo así como: “¡Santiago, allí, proclama la grandeza de España!”.  
Un atardecer a finales del verano en las playas del Vilar, próximas al puerto pesquero de Ribeira. Ocaso final de huellas que marcan un camino hacia el sol. Tierra y agua se funden en un único elemento, fundido por el fuego de la luz solar. Final y principio del camino, siempre hacia la luz.- Foto: Luis Negro Marco
La simbología en torno a la figura del apóstol Santiago, (la Cruz de la Orden militar que lleva su nombre, y su representación, bien como peregrino, bien como soldado de la Fe, a lomos de un blanco corcel), unida a su significación mariana (en Zaragoza, y a orillas del Ebro la Virgen María se le apareció de pie, sobre una columna) han hecho de Santiago el primero de los apóstoles, siendo por ello considerado como el profeta, protector y mediador milagroso con la Divinidad. Y de ahí la importancia de la devoción cristiana hacia su figura,  y el secular peregrinaje hacia su tumba, anunciada por la obra culmen de la escultura románica: “El Pórtico de la Gloria” de la catedral compostelana, embutida en esa monumental joya del barroco  que es la fachada del “Obradoiro”.

 Desde el comienzo de las peregrinaciones, se consideró al Camino de Santiago como el eje fundamental en torno al que habría de aglutinarse la idea global de una Europa cristiana. De manera que con la finalidad de glorificar y propagar las magnificencias de tan importante ruta de santidad y redención, mediado el siglo XII, y seguramente en el monasterio francés de Cluny, una mano anónima concibió una obra extraordinaria para su tiempo: el “Liber Sancti Jacobi” o “Codex Calixtinus”, compuesto de cinco libros, conteniendo sermones sobre Santiago, cánticos y lecciones para sus fiestas, así como la relación de sus milagros  e historia de su vida. Un cuento épico sobre la venida de Santiago a España, y una “guía de viaje” para los peregrinos, rebosante de información sobre los caminos de peregrinación a través de Francia y España; y todo ello presentado con un extraordinario “suplemento” de música polifónica (que incluye la más antigua composición a tres voces que ha llegado hasta nuestros días, de absoluta vanguardia para su tiempo) compuesta con la idea de que fuese interpretada por los niños de la Escuela de música de la Abadía benedictina de Cluny.

 No se sabe aún con certeza cómo pudo llegar el Códice Calixtino (así denominado por contar con una breve introducción de Guido de Borgoña, el Papa que asumió el pontificado con el nombre de Calixto II, desde 1119 hasta su muerte, en 1124) a Santiago de Compostela. Y aunque su autor fuera con certeza un erudito, este Códice contiene innumerables errores gramaticales, retóricos y de dogma, a los que los especialistas tratan aún de dar una explicación, pero sin hallar una respuesta definitiva. Lo que sí parece probable es que los “errores” del Códice Calixtino (que incluye palabras en hebreo, latín y gallego) fueron incluidos a propósito, con la finalidad de que fuesen detectados y corregidos por los anteriormente citados alumnos, para su ejercitación en la lengua latina.
Caminar a Santiago. Encontrarse a sí mismo en la inmensa soledad interior del propio ser. Viajar hacia el infinito de la personalidad. El reencuentro con el cosmos a través de nuestra mente. Girar rítmicamente al igual que las órbitas de los planetas en rededor del sol. Fundirse con el ardiente lecho de lava sólida y petrificada que conforma la Tierra, esencia de cualquier forma de vida.- En la imagen, un atardecer de septiembre frente a las playas del Vilar, en Ribeira.-
Foto: Luis Negro Marco
Destacar además que también la milicia guarda relación con Santiago, y amén de su prodigiosa aparición en la batalla de Clavijo –La Rioja– (la cual habría tenido lugar entre los años 819 y 834, con victoria para las huestes cristianas), el rey Fernando II de León instituyó en  el año 1161 la Orden militar de “Santiago de la Espada”, con el objetivo de proteger a las personas que de toda Europa peregrinaban hasta Compostela. El maestrazgo de la Orden de Santiago, que  llegó a gozar de un gran poder, se unió a la Corona de España en tiempo de los Reyes Católicos, a su vez grandes benefactores de las peregrinaciones.
 
A día de hoy, Santiago de Compostela sigue siendo principio y fin de viaje espiritual para millones de peregrinos, que caminan por el también conocido como “Camino de la Vía Láctea”, por ser el reflejo en la Tierra del que las estrellas de nuestra Constelación dibujan en el Cielo.  

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