domingo, 29 de julio de 2018

Saint-Exupéry, 74 años de su muerte, cuando volaba sobre el Mediterráneo

El autor de El Principito murió el 31 de julio de 1944, día en que el avión que pilotaba fue abatido sobre el Mediterráneo por un caza alemán

Luis Negro Marco 

Antoine de Saint-Exupéry, delante del avión "L´Intransigéant", nombre del periódico francés que lo envió como corresponsal de guerra , en 1936, a España, en el transcurso de la Guerra Civil (1936-1939)
Si hubiera sabido que era él, no habría disparado”. Con estas palabras se expresaba en 2008 Horst Rippert, el ex piloto alemán de la Luftwaffe, gran admirador del autor ya en plena Segunda Guerra Mundial, quien –fallecido en la ciudad alemana de Wiesbaden a los 93 años de edad– declaró haber sido el autor del derribo del avión que en la mañana del 31 de julio de 1944 pilotaba el aviador, corresponsal de guerra y escritor francés universal, Antoine de Saint-Exupéry (1900-1944). Aquel día Saint-Ex estaba al mando de un caza da las Fuerzas Aéreas de los Estados Unidos, y de manera extraña, volaba a tan solo 2.000 metros de altitud (muy por debajo de los 10.000, que era el techo recomendable de seguridad para eludir el ataque de los cazas alemanes) sobre el mar Mediterráneo, no muy lejos de la ciudad de Marsella.

 Fuese o no cierta la afirmación de Rippert, lo cierto es que en 2004, el arqueólogo subacuático Luc Vanrell, descubrió en el Mediterráneo, junto a la isla de Riou –al sur de Marsella– y a 80 metros de profundidad, los restos del fuselaje de un Lockheed estadounidense de la Segunda Guerra Mundial, que Vanrell identificó como el avión de Saint-Exupéry. Asimismo, con anterioridad, en 1998, un pescador marsellés había sacado de sus redes una pesca milagrosa. Se trataba de una pulsera de plata, grabada con la inscripción: "Antoine de Saint-Exupéry (Consuelo) c/o Reynal and Hitchcock INC 386, 4th Ave, N. Y. C.", nombres que se correspondían con los del célebre escritor y su esposa, y el de la editorial de sus libros, indicando además su dirección en Nueva York.

Pulsera de plata, que sacó en sus redes un pescador de Marsella en 1998, que lleva grabada la inscripción: "Antoine de Saint-Exupéry (Consuelo) c/o Reynal and Hitchcock INC 386, 4th Ave, N. Y. C."
 Y es que Saint-Exupéry no solo escribió El Principito en la ciudad de los rascacielos, sino que también fue en Nueva York donde esta gran obra maestra de la literatura mundial de todos los tiempos (traducida hasta ahora a 300 idiomas) fue publicada por vez primera –en francés y en inglés– en la primavera de 1943.  Una publicación que, por otra parte, no habría sido posible sin el decidido apoyo y mecenazgo que Saint-Ex recibió de  Elizabeth Reynal y Peggy Hitchcock, esposas de los que fueron los primeros editores de El Princicipito.


"EL PRINCIPITO". Dibujo de
Fernando Negro Marco
Nueva York, junio de 2018
Con anterioridad, durante la guerra civil, Saint Exupéry había estado en dos ocasiones en España (en 1936 y 1937, y en Barcelona y Madrid, respectivamente) como corresponsal de los periódicos franceses L´ Intransigéant y Paris soir. Para el primero escribió una serie de artículos que fueron publicados conjuntamente bajo el título de L´Espagne ensangantée (España ensangrentada) y para el segundo, tres artículos; uno de los cuales –publicado el 26 de junio de 1937– apareció ilustrado con la que está considerada la fotografía más representativa de la guerra civil: “Muerte de un miliciano” tomada por el célebre fotoperiodista húngaro Robert Cappa.

 Finalmente, Saint-Exupéry murió como vivió, acariciando con sus alas el azul del cielo, dibujando el sueño de una humanidad reconciliada, y haciendo realidad los deseos de aquel inocente y real niño extraterrestre: “Por favor, dibújame un cordero”.

miércoles, 25 de julio de 2018

Revista "La Gaceta de Guinea Ecuatorial". Artículo sobre el Chenaninsaurus. Los fósiles del último dinosaurio que caminó sobre la Tierra, hallados sobre suelo africano, en Marruecos



El último dinosaurio del mundo habitó en África, hace 66 millones de años
Científicos de la Universidad británica de Bath, hallaron en 2017 restos fósiles de aquella especie en las minas de fosfatos de Sidi Chennane (Marruecos)

Portada de la revista "La Gaceta de Guinea Ecuatorial"
correspondiente al mes de julio de 2018, en donde ha
sido publicado este artículo. 
Luis Negro Marco 

Llamada «Chenaninsaurus barbaricus» por los científicos, esta rara especie de dinosaurio fue la última en extinguirse en el planeta, hace 66 millones de años, a causa del impacto de un enorme meteorito en la Península mejicana de Yucatán.  Un impacto de tal calibre que destruyó más del 70 por ciento de la vida entonces existente en la Tierra.
  El año pasado, un equipo de investigadores, dirigido por el paleontólogo Nich Longrich, profesor en la Universidad de Bath (Inglaterra), dio a conocer su estudio sobre una serie de huesos y dientes fósiles de aquella especie de dinosaurio, que fueron encontrados en Marruecos; concretamente en la mina de fosfatos de Sidi Chennane, en la provincia marroquí de Chaouia-Ouardigha. Sus conclusiones fueron que aquellos fósiles pudieron pertenecer a un ejemplar de la última de las especies de dinosaurios que poblaron la Tierra.
Lagartos terribles
Sobre estas líneas, el cuadro azul, indica el lugar y
y nombre de las minas de fosfatos, en Marruecos, 
de Sidi Chennane, donde, el año pasado, fueron 
hallados os fósiles. de dinosaurio de la especie 
«Chenaninsaurus barbaricus».
El nombre científico de esta especie de dinosaurio: «Chenaninsaurus barbaricus», fue elegido en honor al lugar en que sus restos fósiles fueron encontrados: en la mina de fosfatos de Sidi Chennane. De ahí el primero de sus dos epónimos: «Chenaninsaurus». Saurus, a su vez, es una denominación científica genérica, para denominar a los dinosaurios como “lagartos”, pues este es el significado de saurus en la clásica lengua griega. Por otro lado, el segundo de los nombres científicos de este dinosaurio: «barbaricus», hace referencia a Berbería, nombre con que, en el pasado, se conoció al actual territorio de Marruecos (país en el que se han encontrado sus fósiles) y al conjunto de tierras del noroeste de África.

 Y finalmente, dino, es una palabra de la antigua lengua griega que significa “terrible”. De ahí que “dinosaurio” sea sinónimo de la expresión “lagarto terrible”. Nombre y calificativo que en el siglo XIX dieron los paleontólogos a aquellos extraordinarios reptiles, de gran tamaño y ferocidad, cuando encontraron sus primeros fósiles. Antes de su extinción definitiva, los dinosaurios habían habitado la Tierra durante 300 millones de años.

Cómo era el dinosauro «Chenaninsaurus barbaricus»
 Los científicos han descubierto, a través del estudio de fósiles de esta especie hallada en Marruecos, que el «Chenaninsaurus barbaricus», fue un temible depredador que habitó principalmente en África, y en menor medida, en Sudamérica, India y Europa, a lo largo del Cretácico (período
geológico comprendido entre hace 145 y 66 millones de años). Fue asimismo aquel dinosaurio perteneciente y contemporáneo a la familia de los «Tiranosaurius», si bien estos últimos jamás vivieron en África. Otra diferencia entre ambos es que mientras los «Tiranosaurius», es muy posible que tuvieran partes de su cuerpo recubiertas de plumas (nada extraño si se tiene en cuenta que las aves son descendientes directas de los dinosaurios), el «Chenaninsaurus barbaricus» carecía de ellas, estando su cuerpo totalmente recubierto de escamas.
Recreación de la especie de dinosaurio «Chenaninsaurus
 barbaricus», hallada el pasado año en Marruecos. De la 
misma familia que losTiranosauriusfue de mucho menor 
tamaño que aquéllos. Asimismo, el Chenaninsaurus tenía
 todo el cuerpo recubierto de escamas, mientras que, muy 
probablemente,  el Tiranosaurius estuvo recubierto de 
escamas y plumas.

Superviviente al gran impacto
 La principal peculiaridad de los fósiles que fueron hallados el año pasado en Marruecos, es que pertenecieron a un ejemplar de la última de las especies de dinosaurios que poblaron la Tierra antes de su extinción.
El porqué de la desaparición de aquellos enormes reptiles sobre la faz de la Tierra, lo encontramos en una catástrofe que llegó del espacio exterior.
 Y es que hace 66 millones de años, un enorme meteorito de 10 kilómetros de longitud y 5 de diámetro, impactó sobre nuetsro planeta, seguramente en lo que es ahora el Golfo de Méjico, a una velocidad superior a los 36.000 kilómetros por hora, provocando la aniquilación de la mayor parte de especies vegetales y animales que entonces poblaban el Globo. Entre ellas, todas las de dinosaurios, que desaparecieron por completo.
Recreación de cómo pudo haber sido el impacto sobre la Tierra del meteorito
 de 10 kilómetros de longitud que hace 66 millones de años cayó a más de
36.000 kilómetros por hora en el Golfo de Méjico. La explosión, equivalente
 a la de 400 bombas atómicas, provocó  la extinción de los dinosaurios
y de la mayor parte de formas de vida entonces existentes en la Tierra.

Sin embargo, los «Chenaninsaurus barbaricus», dinosaurios alejados geográficamente de la zona del gran impacto, lograron prolongar su vida (como los científicos creen que ocurrió con el ejemplar de «Chenaninsaurus barbaricus», cuyos restos fósiles fueron encontrados en Marruecos) durante un muy breve período de tiempo, hasta el final del Maastrichense. Nombre con el que se conoce al período geológico inmediatamente anterior, y siguiente, al del gran impacto de hace 66 millones de años. Poco  tiempo después de tan catastrófico acontecimiento, aquel ejemplar de  «Chenaninsaurus barbaricus», caminó agónicamente sobre suelo africano, hoy perteneciente al reino de Marruecos, hasta que murió  y quedó fosilizado sobre un lecho de arcilla.  Había sido el último dinosaurio en habitar sobre la Tierra.


viernes, 13 de julio de 2018

Los toros, esencia de la españolidad

España, piel de toro
Luis Negro Marco 

  Como una piel de toro extendida. Así definió –a finales del siglo I a. C.– el geógrafo griego Estrabón, la forma que tiene la Península Ibérica plasmada en un mapa. De hecho, una de las metáforas más recurrentes de los españoles durante décadas, fue la de referirse al país como nuestra piel de toro.

 Y el toro también como símbolo de la nación; toros de madera con hechuras de hierro, indultados y últimos supervivientes de los anuncios en las carreteras españolas, cuyas negras siluetas se recortan contra el azul del cielo y se alzan, digna y esporádicamente, sobre los tendidos del ruedo ibérico.

 España y la fiesta de los toros, siempre en medio de controversias entre los propios españoles, y no sólo en los mentideros y conversas de ahora entre los que están a favor o en contra de la fiesta, sino también en las ideas y las leyes de siglos ha.  Así, el rey Carlos III, a través de una Real Pragmática, expedida el 9 de noviembre de 1785, ya prohibía “las fiestas de toros de muerte en todos los pueblos del Reino”.

 Y ello a pesar de que el  célebre dramaturgo Nicolás Fernández de Moratín, había escrito en 1777, a
Imagen de una corrida, en una plaza de toros de
España, a comienzos del siglo XX
instancias del príncipe Pignatelli (quizás el propio Ramón Pignatelli, el ilustrado aragonés que en 1764 había mandado construir el zaragozano coso taurino de “La Misericordia”) una defensa de la lidia, titulada “Carta histórica sobre las fiestas de toros en España”. En ella, Moratín dejó escrito que “aunque algunos reclaman contra esta función llamándola barbaridad, hoy [año de 1777] ha llegado a tanto la delicadeza, que parece que se va a hacer una sangría a una dama, y no a matar de una estocada una fiera tan espantosa”.

 Pero a pesar de tan teatralizada defensa de Moratín por el sí de las lidias, Carlos IV publicaba años después, el 10 de febrero de 1805, una Real Cédula por la que, de nuevo, mandaba prohibir “absolutamente en todo el Reino, sin excepción, las fiestas de toros y novillos de muerte”. Esgrimía el monarca que [los toros] eran “poco conformes a la humanidad que caracteriza a los españoles, causan un perjuicio al fomento de la ganadería vacuna y caballar y suponen un atraso de la industria por el desperdicio de tiempo que ocasionan en dias que deben ocupar los artesanos en sus labores”.

 Y, paradojas, de la vida, hubo de ser un rey extranjero, francés por más señas, el rey José I (hermano de Napoleón Bonaparte) quien, gran aficionado a la fiesta, restaurase en España el arte del toreo. Y aun cuando fuera una estudiada medida, para atraerse el favor del pueblo español, durante la trágica Guerra de la Independencia, el monarca intruso ordenó que el 25 de julio de 1808 –día de su proclamación en Madrid– quedase solemnizado con la celebración de dos corridas de toros.

 Y ya, en un tiempo mucho más próximo a nuestros días, en 1923, el artista aragonés Ramón Acín (1888-1936) publicó un extraordinario libro antitaurino de caricaturas –en pre-orwelliana clave futurista– bajo el título de “Las corridas de toros en 1970 (estudios para una película cómica)”. Quizás hubiera podido ser esta obra de Ramón Acín, un buen guión para su buen amigo, el cineasta calandino Luis Buñuel, o para el mismísimo Orson Wells, gran amante de España y de los Sanfermines.

jueves, 5 de julio de 2018

Libro de Andrea Pitzer -"Una larga noche"-: Historia global de los campos de concentración


Los gritos del silencio

En “Una larga noche”, la periodista y escritora estadounidense Andrea Pitzer, profundiza en la inhumana historia de los campos de concentración
Portada del libro de Andrea Pitzer:
Historia global de los campos de concentración
editado por "La Esfera de los Libros", 2018
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Andrea Pitzer
Una larga noche; 501 pp.
Edita: La Esfera de los Libros
Madrid, 2018
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 Jamás podré olvidar aquella noche, la primera noche en el campo, en la que asesinaron a mi Dios y mi alma, convirtiendo mi vida en una noche eterna…. Con estas palabras –que han servido de título para la obra de Andrea Pitzer, daba comienzo La Noche, libro escrito en 1958 por el que fuera Premio Nobel de la Paz en 1986: el escritor y filósofo rumano de origen judío Ellie Weisel (1928-2016). Una narración en la que relataba su terrible experiencia como niño recluido en varios campos de exterminio de la Alemania nazi, hasta su liberación en abril de 1945.

 Esta obra, que se postula como libro de lectura recomendada a incluir en los planes de enseñanza para la asignatura de Historia, aporta un dato aterrador: la práctica totalidad de las naciones del mundo han erigido campos de concentración en algún momento de su existencia.

 Comenzando por España, que entre 1896 y 1898, y por iniciativa del general Valeriano Weyler instauró en Cuba decenas de campos de reconcentración de la población, como medio de combatir a los guerrilleros mambises, que luchaban por la independencia de la isla. Miles de personas murieron a causa del hambre y el hacinamiento en aquellos campos. Pero tildados por los estadounidenses (y con razón absoluta)  de inhumanos, no tardaron  los Estados Unidos en levantar  los suyos propios en las islas Filipinas. Fue a partir de 1901, bajo la dirección del general Smith, arguyendo que “una guerra civilizada no podía llevarse a cabo con ideas humanitarias”. 

 Mientras tanto, el imperio Otomano llevaba años perpetrando una planificada operación de exterminio contra el pueblo armenio, a través de internamientos masivos de la población en campos de concentración levantados por los turcos en las actuales naciones de Siria e Irak, en donde más de un millón de personas encontraron la muerte, a causa del hambre y la enfermedad.  

Luis Negro Marco
 Y África, el continente que a lo largo de siglos padeció el negocio de la Trata de esclavos (hasta 16 millones de personas africanas fueron esclavizadas y deportadas) tampoco fue ajeno al horror de los campos de concentración. Así, Inglaterra los abrió entre 1899 y 1902 en su guerra contra los bóeres (colonos de origen holandés) en Sudáfrica. Decenas de miles de personas, incluidas mujeres y niños, murieron en ellos. Y lo mismo ocurrió en los campos de concentración que Alemania puso en marcha en su entonces colonia de Sudáfrica Occidental contra las etnias Herero y Nama, a las que los alemanes pretendieron aniquilar.

 Posteriormente, el comunismo implantado en la URSS por Lenin y Stalin estuvo basado en el terror de los campos de concentración.  Fueron ellos los impulsores de los tristemente célebres gulags (acrónimo de “Administración General de los Campos Glavnoe Upravlenie Lagerei), concebidos como campos de reeducación y habilitación de los disidentes a través del trabajo esclavo.

 Las políticas de exterminio llevadas a cabo por Hitler durante la Alemania nazi comenzaron en 1933, primero contra los opositores comunistas, finalizando con el holocausto de casi seis millones de personas judías, más de medio millón de personas gitanas, y cientos de miles de personas por el simple hecho de ser homosexuales, o –como ocurrió con miles de españoles que murieron en los campos de concentración alemanes tras la Guerra Civil, por sus ideas políticas. Un genocidio al que no le faltó la colaboración de la Francia ocupada por Alemania y el Gobierno de Vichy del mariscal Pétain.

 Asimismo, la Segunda Guerra Mundial fue el escenario en el que el Japón del emperador Hirohito creó campos de concentración para más de cien mil mujeres de China y de Corea, a las que convirtió en esclavas sexuales para sus soldados. A la vez que los Estados Unidos del presidente Roosevelt, tras el ataque japonés a Pearl Harbor, creó en 1942 campos de internamiento en los que recluyó a más de 120.000  de sus ciudadanos americanos japoneses.

 La China comunista de Mao Tse-Tung y su llamada “Revolución Cultural” también se basó, a partir de 1949, en la implantación del terror a través de los campos de concentración, bajo la premisa de que “para que sean productivas, es necesario aterrorizar un poco todas las áreas rurales”. Millones de personas chinas murieron en aquellos campos de la muerte.

 El libro de Pitzer incluye además los hechos terribles que siguieron al golpe de Estado protagonizado en Chile por el general Pinochet en septiembre de 1973, así como las torturas y vuelos de la muerte durante la dictadura militar argentina (1976-1983);  el drama que desde hace décadas lleva viviendo el pueblo rohingya en Birmania (ahora Myanmar); pero también las terribles condiciones a las que están sometidos los presos en la prisión estadounidense de Guantánamo, abierta por los Estados Unidos tras los atentados del 11-S.

 Y a pesar de todo el horror vivido, lejos de haber terminado, esta terrible historia continúa.  Razón por la que es preciso que las nuevas generaciones tomen conciencia de que no es posible avanzar hacia el futuro si se toleran tales manifestaciones de desprecio por la vida y la dignidad de las personas. La filósofa alemana de origen judío (que sufrió  en carne propia el internamiento en un campo de concentración –en Francia, durante la Segunda Guerra Mundial–) dejó escrito: “El verdadero horror de los campos de concentración reside en que los internos, incluso si siguen con vida, están más apartados y separados del mundo de los vivos que si hubieran muerto”.