martes, 15 de enero de 2019

Haciendo buenas migas: el mondongo y el filandón


Filandones y mondongos

Luis Negro Marco 

  Hasta hace no muchos años fue costumbre en los pueblos de Aragón, así como en los del resto de España, hacer la matacía del cerdo en el corral, y el mondongo, dentro de las casas, al calor de la cadiera. Esta actividad (que tenía sus puntos álgidos en San Martín –día de su inicio–, Navidad, y se prolongaba hasta  el final de enero) supuso un hito en el  renacimiento doméstico durante toda la Edad Media, y especialmente en los momentos de consolidación de las monarquías europeas (con “fueros y huevos”) pues el consumo de carne de cerdo y sus derivados de manteca y grasa, ricos en calorías, fueron –durante siglos–  parte fundamental de la dieta de los habitantes de Europa.  De ahí el conocido refrán: “Del cerdo, hasta los andares”.

 Matar el tocino y hacer el mondongo era además una actividad que promovía la unidad de las familias de los pueblos, porque todas las de la misma calle o barrio ayudaban en las distintas faenas; al tiempo que la casa propietaria del animal sacrificado correspondía con un banquete a sus vecinos, a base de migas de pan, tajadas de lomo y jamón, chichorretas, y panceta churrascada en las brasas; bocados todos ellos regados con vino tinto y aguardiente, y acompañados de buen pan de leña, pastas y tortas de trigo saín,  recién salidas del horno.
En Aragón, el sacrificio del cerdo y la elaboración del mondongo (chorizos, güeñas, longanizas, morcillas, fardeles, lomos, salchichas, costillas y jamones) recibe el nombre de "matacía", a diferencia de la mayoría de regiones de España. donde recibe el nombre de "matanza". La imagen recoge el momento en que, una vez degollado, el animal es "afeitado" sobre el banco de madera (en muchas ocasiones con ayuda de una piedra pómez) y "calzado", es decir se le extraen las pezuñas de las patas con la ayuda de un cuchillo. La faena doméstica de la matacía, prácticamente desaparecida, fue habitual en la mayoría de pueblos de España, hasta finales de la década de los años ochenta del pasado siglo. 
 Fue así como, en el pasado, algunos de los mejores banquetes se componían de productos elaborados a partir de la carne del cerdo: güeñas, morcillas, longanizas, chorizos, carrilleras, fardeles de hígado adobado con piñones, sal, ajos, aceite y perejil, y por supuesto, jamón, producto al que, ya desde la Edad Media, se le dedicaron ferias específicas a finales de Semana Santa, para celebrar el fin de las privaciones de comer carne, propias de la Cuaresma.  

 Los banquetes sólo a base de gastronomía porcina, fueron muy populares en Francia hasta finales del siglo XIX, donde recibieron el nombre de Baconiques, palabra derivada de bacon, nombre que hace siglos se le dio en Francia al cochino, y que ahora usamos como sinónimo de panceta. Aquellos festines tenían el mismo significado que en Aragón el jueves lardero (del latín lardum, manteca de cerdo, término derivado a su vez del griego larós: apetitoso) en el que ha de haber “longaniza en el puchero”.

 Pero la matacía y la actividad doméstica de hacer el mondongo era también un motivo de celebración (en el que incluso los más pequeños de la casa estaban aquel día exentos de ir a la escuela) y de confraternización vecinal. Así, llegada la noche, en torno al calor del hogar, los anfitriones solían ofrecer a sus vecinos una bota con vino joven de la última cosecha, y una buena sartenada de magra y tocino blanco, hechas sobre las traudes al calor de las brasas de cepas de viña. Llegaba entonces el momento del filandón: el tiempo lúdico dedicado a contar cuentos, historias y leyendas, que se iban hilando, hilvanando –como los puntos en las labores de ganchillo– junto a viejas canciones que, en algunos casos, solo los más viejos recordaban. Tradiciones con olor a conserva de longaniza, lomo y costillas, adobadas en aceite crudo de oliva, en el interior de una tinaja; de artesas conteniendo barras de pan, envueltas en telas de lino, tejidas en los batanes; memoria de un tiempo que se fue y que ya no ha de volver.

jueves, 10 de enero de 2019

Entrevista a Fernando García de Cortázar, a propósito de su libro: "Católicos en tiempos de confusión"



Portada del último libro del historiador, escritor
y filósofo, Fernando García de Cortázar,
publicado en diciembre de 2018 por
EDICIONES ENCUENTRO
En cada uno de los principios de la Declaración de los Derechos Humanos, resuena un mensaje cristiano

Fernando García de Cortázar (Bilbao, 1942), es uno de los más prestigiosos y reconocidos historiadores de España, galardonado con el Premio Nacional de Historia en 2008. Con más de setenta libros y cientos de artículos publicados, acaba de presentar un nuevo e interesante  trabajo: “Católicos en tiempos de confusión” (Ediciones Encuentro), en el que García de Cortázar reivindica el humanismo de la tradición cristiana para el fortalecimiento de las ideas de libertad, justicia social, progreso colectivo y conciencia histórica, propios de la civilización occidental.

Luis Negro Marco

¿Tiene nuestra sociedad actual un carácter lo suficientemente humanista como para que se vislumbre un futuro de esperanza?
Fernando García de Cortázar. Uno de los
grandes historiadores y pensadores españoles
contemporáneos
 El cristianismo es, para muchos de nosotros, una creencia religiosa. Pero, para muchos agnósticos que desean revertir la abdicación moral de nuestra época y llenar el inmenso vacío intelectual en que nos encontramos, el cristianismo es un orden de valores en los que se ha ido asentando el carácter de nuestra civilización. Nuestra actual crisis ha tenido como consecuencia  la  renuncia a una tradición que nos da significado y   la pérdida del  largo aliento espiritual, sobre el que se han construido los derechos de todos, la dignidad inviolable de cada persona, la integridad de cada vida humana. Urge recuperar el humanismo cristiano que permita alimentar la esperanza en un futuro más igualitario y fraterno.

¿Cree que la actitud hasta ahora manifestada por la Conferencia Episcopal Española trasluce un compromiso firme en la defensa del Estado de Derecho y el ordenamiento constitucional?
Las declaraciones, en general de la Iglesia  y también de la Conferencia Episcopal Española suelen tener una gran  dosis de ambigüedad cuando se trata de la defensa de un Estado y una Constitución que algunos eclesiásticos impugnan. El nacionalismo catalán ha venido aplaudiendo toda manifestación del clero a favor no sólo de la defensa de la apreciable identidad de un pueblo sino incluso de que esa identidad solamente pueda realizarse  mediante la liquidación de España. Pero cuando la Conferencia Episcopal Española ha defendido el bien común de la unidad de los españoles  ante el grave riesgo de su fragmentación, los independentistas catalanes han puesto el grito en el cielo. Entonces es cuando le han exigido silencio a la Iglesia.

Iglesias en Cataluña lucen lazos amarillos en sus fachadas y en muchas plazas se han colocado cruces (símbolo de los cristianos), en solidaridad con los políticos presos. Y la Iglesia ha guardado silencio ¿Qué reflexión le merecen estos hechos?
El nacionalismo como hijo del carlismo, prendió con fuerza en las zonas donde se atrincheraron las fuerzas  contrarias a la España constitucional. Donde hubo carlistas, se dice, hubo curas y hay independentistas. Y la imagen del cura trabucaire, fanático,  antiliberal y  asilvestrado está muy presente en la literatura española. Y se repite en  zonas del interior de Cataluña. Algunos pensamos que  la Iglesia debería abandonar su vieja teoría que atribuye una misteriosa importancia espiritual a eso que llamamos “naciones o nacionalidades” y la que propone que el derecho de autodeterminación de los pueblos es una exigencia ético-política y religiosa evidente. La Iglesia en Cataluña es muy nacionalista y por ello la jerarquía ha guardado silencio ante los desmanes independentistas  de su pueblo.
"La Iglesia como agente social y, en España, con una
larga trayectoria educativa, más que la del propio Estado,
 puede 
 
ejercer su actividad docente mientras sea
 reclamada por la sociedad
"                  
Fot: Luis Negro

El ya endémico conflicto entre educación pública y privada y entre educación pública y religiosa ¿no cree que es también la propia Iglesia la responsable de que no se haya todavía resuelto y superado?
Tenemos que tener claras las ideas y evitar la demagogia que se cuela con facilidad en la discusión sobre la enseñanza. La educación es un servicio público  y tiene que ser garantizada por el Estado pero la iniciativa, la gestión deben ser sociales. La Iglesia como agente social y, en España, con una larga trayectoria   educativa, más que la del propio Estado, puede  ejercer su actividad docente mientras sea reclamada por la sociedad. Otra cosa bien distinta es que la Iglesia se empeñe en hacer de la asignatura de la religión una pura catequesis para creyentes y no utilice esa disciplina como elemento cultural indispensable en una formación humanista de los alumnos. Y también se debe manifestar con claridad que no todas las religiones han tenido la misma relevancia en la formación de nuestra cultura.

¿Por qué la Iglesia tiene tantos problemas en explicar que sus valores han sido la base de la civilización occidental?
A lo largo de su historia la Iglesia no ha sido un adalid de las libertades y la democracia, por lo que los eclesiásticos no saben ni lo han sabido nunca que, paradójicamente, el mensaje evangélico está en el origen del caminar del hombre en busca de la igualdad  y su liberación. Ahora que conmemoramos el 70 aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos debemos recordar que en cada uno de los principios  promulgados en 1948, resuena un mensaje que  los cristianos no hemos dejado de llevar al mundo desde que se enunció por vez primera en palabras  de Jesús hace veinte siglos.
De izquierda a derecha, Manuel Oriol, Alfonso Bullón de Mendoza, Fernando García Cortázar, Juan Manuel de Prada y Hugo O'Donnell, el día de la presentación del libro de F. G. de Cortázar: "Católicos en tiempos de confusión".- Fot: Maya Balanya
¿Cuáles son los principales retos que la Iglesia y los cristianos habrán de afrontar en el presente y el futuro inmediato?
Los católicos hemos de recobrar nuestra responsabilidad ante lo que está ocurriendo. No debemos limitarnos a dar consuelo a las victimas de la injusticia, apoyo a quienes sufren la miseria o atención a los marginados. Nos corresponde proclamar que nuestra idea de la dignidad del hombre nos exige denunciar el escándalo de la pobreza. A nosotros nos atañe la denuncia de lo que tanto ha empobrecido materialmente a los ciudadanos. A nosotros se nos exige que alcemos la voz para manifestar que es nuestro cristianismo no cualquier forma de solidaridad o cualquier impulso compasivo el que nos compromete en la defensa de los seres humillados y en la rehabilitación de una sociedad desguazada en los valores que la constituyeron. Nos corresponde regresar al espacio público, a la arena política, al conflicto social, a la tierra en la que el cristianismo durante veinte siglos no ha dejado de dar la voz de alarma justa, la palabra adecuada de consuelo, el grito de escándalo ante el atropello.

viernes, 4 de enero de 2019

Almilad,"nacimiento", estreno, y fuerza. El aguinaldo como óbolo y augurio de prosperidad

El aguinaldo, símbolo del año nuevo

Luis Negro Marco / Historiador y periodista

Dibujo de Postigo, ilustrando el presente artículo en la
edición impresa de EL PERIÓDICO DE ARAGÓN
del día 2 de enero de 2019
  El aguinaldo, regalo que es común ofrecer a los empleados por Navidad, es –como muchas de las tradiciones propias de este tiempo de Pascua–, una costumbre que hunde sus raíces en la profundidad de la Historia. En este caso, nos retrotrae hasta el siglo VIII antes de nuestra era, coincidiendo con la fundación de Roma, en el año 754 antes del nacimiento de Cristo.  Así, el origen del aguinaldo, como ofrenda anual, se atribuye a Tacio, rey italiano del pueblo de los sabinos, contemporáneo del latino Rómulo (primero de los reyes de Roma), quien recibió ramos cortados en el bosque sagrado de la diosa Estrenia (la Fuerza), en reconocimiento a sus triunfos (quia viris strennis dabantur –«porque solo a los hombres fuertes se les daba»). De ahí que todavía hoy, las hojas de roble sean el distintivo militar de los oficiales de más alta graduación en muchos de los ejércitos del mundo.

 Asimismo, en recuerdo de la deidad Estrenia (de donde deriva la palabra inglesa strong, fuerte), en Francia, a los regalos que se ofrecen por año nuevo se les llama Étrennes, del mismo modo que en España se les conoció con el nombre de Estrenas.

  Sobre la costumbre de celebrar el comienzo o estreno del año nuevo, cabe señalar que ya los druidas (como el Panorámix del irreductible pueblo galo de Astérix y Obélix) solían celebrar el comienzo del año –hace ya más de 2.000 años– cortando el muérdago que crecía en los robles, árboles se consideraban sagrados. De hecho, la celebración del comienzo del año nuevo –y por ende, del nacimiento– no fue en principio una costumbre cristiana sino pagana, siendo posteriormente asimilada, a lo largo de los siglos, por la Iglesia. Dicha celebración pagana, se simbolizaba con una ofrenda, al igual  que en los belenes navideños los pastores y los  Reyes Magos ofrecen sus presentes al Niño Jesús ante el portal de Belén.

 Entre la humilde plebe del mundo romano, un higo-pasa, un dátil, o una moneda de cobre, entre otros, eran los regalos comúnmente ofrecidos, como símbolo de reconocimiento, respeto y aprecio.  Claro que la clemencia y magnanimidad de los grandes personajes, les obligaba a corresponder con creces a la gratitud hacia ellos demostrada. Así, Augusto (fundador de Caesar Augusta, y primer emperador de Roma) acostumbraba a devolver el doble de lo que recibía; y Tiberio llegó a cuadruplicar la devolución, lo que provocó la ambición del pueblo, que en espera de recibir multiplicado por cuatro lo regalado, empezó a ofrecer al emperador más y más aguinaldos en el año nuevo. De manera que, fastidiado por el gran número de recepciones a  las que se veía obligado a corresponder, el emperador les puso coto, y acabó prohibiéndolos. No obstante, el estrambótico Calígula restableció la costumbre, de manera que con el breve intervalo del reinado de su tío Claudio (que decidió la supresión) pervivió la costumbre de dar aguinaldo hasta la caída de Roma, en el año 476 de nuestra Era.

 Sin embargo, aunque ya no oficialmente, la costumbre de dar (y pedir) aguinaldo, siguió hondamente enraizada en la sociedad medieval posterior, máxime teniendo en cuenta que era una forma de compensar las grandes desigualdades sociales existentes, y un modo de aliviar las acuciantes necesidades de la población, subyugada al férreo control del poder feudal.

  En España, la costumbre del aguinaldo continuó viva durante todo el período de dominación musulmana, y con su misma acepción simbólica. Mayans i Siscar, en su libro “Orígenes de la lengua española” (1737), señaló para “aguinaldo”, el significado de «día de nacimiento». Palabra castellana que muy probablemente derive del árabe almilad (nacimiento).  

 Por lo demás, la relación entre la Navidad y el aguinaldo, se constata también en las «misas de aguinaldo»,  novenas eucarísticas que se celebran (ahora solo en algunos países de Hispanoamérica), justo antes del alba, y durante los nueve días anteriores al 25 de diciembre, natividad de Jesús.