lunes, 29 de enero de 2018

Zaragoza, ciudad con secular tradición y renombre en la fabricación del roscón de San Blas y san Valero

Artículo publicado en EL PERIÓDICO DE ARAGÓN del día 29 de enero de 2018
Zaragoza, San Valero, y el roscón
 
Luis Negro Marco 
 Un escritor romántico del XIX, el francés Paul Gauzence, tras un viaje por España en 1846, dejó escrito sobre Zaragoza: “Fue la capital de un reino esforzado y animoso, célebre en Europa por sus fueros y privilegios”.  Plasmadas sus observaciones sobre las principales ciudades de España en un libro, el erudito informador recordaba a sus lectores galos que Zaragoza había emergido como ciudad bajo el consulado de Augusto, sobre los robustos cimientos de la ibérica Salduie. Prueba de la reciedumbre con que nació la ciudad, el emperador decidió enviar a ella, para que fueran sus primeros moradores, a los veteranos de cuatro de sus legiones, consagrándola para la posteridad con la majestad de su nombre: Cesarea Augusta. El César otorgó además a Zaragoza el título de Colonia immunis (exenta de impuestos de guerra), y mandó edificar en ella (además del foro, teatro, puerto fluvial y baños púbicos), sendos templos consagrados a las diosas Fortuna y Flora, y un circo, cuyas subterráneas ruinas aún no han sido descubiertas. Asimismo, y como ocurría en todas las ciudades romanas, el perímetro de la Zaragoza imperial pasó a estar rodeada por una formidable muralla, aún visible en distintos puntos de la ciudad, y protegida por fuertes instalados en sus cuatro puntos cardinales.

 Más tarde, a partir del siglo VII, en época visigoda, Zaragoza llegaría a ser conocida como la ciudad de “los Innumerables mártires”, en recuerdo a los 17 cristianos que habrían sufrido allí martirio –junto a San Lamberto y Santa Engracia– a comienzos del siglo IV. Habrían ocurrido aquellos trágicos sucesos durante el reinado del emperador Diocleciano, quien destinó a Zaragoza al prefecto Daciano, con el cometido de que llevara a cabo la persecución, de la que también fueron víctimas el obispo de Zaragoza, San Valero, y su diácono San Vicente. Ambos fueron conducidos hasta Valencia, donde el segundo fue martirizado hasta la muerte, y San Valero condenado al destierro, a un pueblo que no excediese de veinte casas.

 En 1615, un canónigo de La Seo, Martín Carrillo, escribía en su “Historia del glorioso San Valero, obispo de la ciudad de Zaragoza”, cómo aquel ilustre prelado, uno de los hombres más sabios de su tiempo, pasó por la localidad turolense de Castelnou, hasta llegar a su postrer lugar de destierro, una pequeña aldea que el autor llama Aneto de los Pirineos (posiblemente un lugar próximo a Barbastro), donde edificó una iglesia en honor a San Vicente, al saber de su martirio. “Y lo demás de la vida de San Valero fue ayuno. Hasta el 315, año en que murió”.

 En el año 1171, el rey Alfonso II pidió al obispo de Roda de Isábena, Guillén Pérez, que le donase las reliquias del cráneo de de San Valero, en cuya catedral –junto con otros de San Lorenzo– se veneraban. De este modo, además de un brazo del santo prelado aragonés (que ya había reclamado Alfonso I tras la conquista de la ciudad en  el año 1118), las reliquias de San Valero llegaron a Zaragoza. Dos siglos más tarde, otro ilustre pontífice zaragozano (nació en la localidad de Illueca, en el año 1328), el papa Benedicto XIII de Avignon –conocido como el papa Luna–, dispuso que se labrara para la catedral de La Seo de Zaragoza una obra de arte excepcional: un busto relicario, en piedras preciosas y plata, en el que actualmente se conservan las reliquias de San Valero, cuyo idealizado rostro quizás sea en realidad el de quien hizo su encargo,  Pedro Martínez de Luna.

 Fue así como San Valero devino en patrón de Zaragoza, cuya celebración (29 de enero) coincide con la del día de su muerte del año 315.  En cuanto a la vinculación de San Valero con el roscón (San Valero, rosconero, ventolero), ésta puede venir de muy antiguo –quizás incluso desde el siglo XII, pocos años después de reconquistada la ciudad a los musulmanes– Y estar vinculada, tanto al roscón de Reyes, como al roscón que también es costumbre degustar, el 3 de febrero, por San Blas. Y asimismo, es muy probable que esta tradición esté vinculada con las fiestas Saturnalias de la antigua Roma, en que el gustoso roscón emulaba ser una corona, la cual pasaría a ceñir la cabeza de quien encontrara el haba que el artesano pastelero había escondido en su interior. Por lo demás, está claro que el carácter de inversión de roles sociales, sátira y farsa que impregnaban las fiestas Saturnalia de Roma entroncan directamente con el Carnaval (gastronomía y repostería específicas incluidas), cuyas fechas de celebración  anticipa en algunas semanas la de San Valero.

 Por lo demás, hay que tener en cuenta que en siglos anteriores, la ciudad de Zaragoza fue la ciudad española con más prestigio y tradición en la fabricación rosconera. Así lo atestiguaba, ya en 1790, el «Diario de Madrid» que en su edición del 5 de agosto publicaba el siguiente anuncio: “Los roscones legítimos de San Blas de Zaragoza, se distinguen de los comunes en que el suelo del roscón de Zaragoza no lleva papel, pues tiene el suelo como el pan. Se venden a un real en esta villa en la tahona del Aragonés, maestro fabricante natural de la misma ciudad, donde ejerció con mucho crédito la fabricación de dicho género”. Asimismo, en 1830 el «Diario de Avisos de Madrid» seguía publicando anuncios de venta de los “verdaderos roscones de Zaragoza, de exquisita calidad, para tomar con chocolate”. Para aquel año el precio se había duplicado, llegando a los dos reales, y a real y medio “los roscones más chicos”.

 Quizás como la inclinada Torre Nueva, símbolo en otro tiempo de la ciudad, hasta su derribo en 1892, los roscones de Zaragoza también perdieron con los años su afamado nombre, diluido en la masa globalizada de la repostería española. Pero para los zaragozanos, cíclica y eternamente, San Valero, ventolero o no,  siempre será rosconero. 

jueves, 25 de enero de 2018

La Asociación de Periodistas de Santiago de Compostela (APSC) ofrenda una corona fúnebre ante la imagen de San Francisco de Sales, en memoria de los medios desaparecidos, y la precariedad laboral en la profesión periodística



Imaxen de San Francisco de Sales na igrexa da Faculdade
de Xeografía e Historia da Universidade de Santiago de
Compostela (USC)
.-                Foto: Luis Negro
OS XORNALISTAS HONRARON O SEU PATRON CUN ACTO FÚNEBRE E SOLIDARIO EN MEMORIA DOS MEDIOS DESAPARECIDOS E DOS XORNALISTAS EN PARO

Posteriormente celebraron co Ateneo de Santiago un acto cultural na lembranza do sobranceiro xornalista compostelano Alfredo Vicenti

Na celebración de San Francisco de Sales (24 de xaneiro) Patrón dos Xornalistas, un grupo de asociados da APSC (Asociación de Periodistas de Santiago de Compostela-FAPE) reuníuse diante da talla do Santo ubicada na igrexa da Universidade para depositar unha coroa fúnebre en memoria dos “medios mortos e desaparecidos durante a crise”.

O acto servíu de homenaxe á aportación o xornalismo durante décadas de medios como A Nosa Terra, Galicia Hoxe, Xornal de Galicia, V Televisión, Vieiros e outros medios non galegos
como a revista Interviú ou o semanario Tiempo, todos elas portadas xa inexistentes, coa conseguinte perda de postos de traballo. No transcurso da cerimonia, o presidente da APSC, Luís Menéndez, leeu unha “Letanía e Invocación” ao Santo na que criticou a utilización espúrea do xornalismo e dos xornalistas e  elevou pregarias “para que os xornalistas volvan ser libres, responsables e independentes nunha sociedad desenvolvida, aberta e madura”. O acto foi apoiado tamén polo Colexio Profesional de Xornalistas de Galicia (CPXG).
Los periodistas compostelanos depositaron una corona fúnebre ante San Francisco de Sales, en memoria de los medios desaparecidos y los periodistas en paro Foto: Luis Negro
Posteriormente, en colaboración co Ateneo de Santiago, a APSC participou nun “Faladoiro” na sede do Ateneo compostelán arredor da figura do sobranceiro xornalista e médico compostelán Alfredo Vicenti (1850-1916), director do “Diario de Santiago” e promotor da Asociación da Prensa de Madrid (APM). No acto participaron, amais de directivos do Ateneo, os xornalistas Benxamín Vázquez e Vicente González quens deron conta do gran exemplo e valor profesional do ilustre devanceiro, perseguido na súa época, e salientaron a gran biografía realizada por Baldomero Cores, falecido hai uns anos. A APM enviou senllas mensaxes de adhesión asinadas pola súa presidenta, Victoria Prego.

Mesa redonda, organizada por el Ateneo de Santiago y la Asociación de Periodistas de Santiago de Compostela, en homenaje al periodista gallego Alfredo Vicenti (1850-1916), impulsor de la Asociación de la Prensa de Madrid, la primera de España.  De izquierda a derecha, Xosé Ramón Pousa, Benxamín Vázquez, Vicente González y Luis Menéndez.
Foto: Luis Negro

viernes, 19 de enero de 2018

San Antón, modelo de santo cristiano


El resiliente San Antón
Por su resistencia y superación constante ante la adversidad, pasó a ser invocado como protector contra la enfermedad y benefactor de los animales domésticos


Luis Negro Marco 

 La festividad de San Antonio Abad, que se celebra el 17 de enero, está íntimamente relacionada con la bendición de los animales y el fuego. Precursor de las órdenes monásticas, hacia el año 270, con apenas 20 años, el santo anacoreta lo dejó todo para retirarse al desierto –en Egipto, su tierra natal– y dedicarse por completo al ayuno, la oración y  la lectura de textos sagrados. De ahí que se le represente habitualmente leyendo, o con un libro en la mano.

  De la biografía de San Antón (muerto el 17 de enero del 356,  a los 105 años de edad), destacan las tentaciones a las que lo sometió el demonio para hacerle desistir de su vida ascética y contemplativa. Vacuas promesas de lujuria y riquezas que al santo le eran presentadas por diablos, muy frecuentemente con apariencia de animales. De ahí que en las primeras representaciones del santo apareciera éste junto a un lobo (símbolo de la avaricia) y un jabalí (símbolo de la lujuria). Ambos animales se hallan en esas imágenes dócilmente a sus pies, como signo de la victoria del santo sobre el mal.

 Asimismo, la autodidacta sabiduría del santo eremita conseguía reconciliar a los enemigos, al tiempo
que, por medio de su penitencia y plegarias, curaba milagrosamente las enfermedades de quienes en busca de sanación peregrinaban hasta él. Obras buenas que, al igual que la Menorá, la lámpara hebrea de siete brazos que iluminaba día y noche el tabernáculo,  procedían del fuego de su caridad.  De ahí que a San Antón, se le asocie también con el fuego que alumbra (sana) y que a la vez abrasa (purifica), destruyendo lo viejo para dar paso a lo nuevo. En términos cristianos, representa el triunfo del bien (las siete obras de misericordia espirituales) sobre el mal (los siete pecados capitales).

 Otra de las atribuciones de San Antón fue la de su constante vigilia y preparación para la muerte,
San Antón, con algunos de sus habituales atributos:
Libro, hábito de monje, bastón, campanilla
 y letra "tau" en azul
.- Anónimo.- siglo XVIII
"Museo Calasancio" de los PP. Escolapios (Madrid)
motivo por el que muy a menudo se le representa con una campanilla en la mano. Pero también porque fue el fundador de las Órdenes monásticas, en las que era costumbre que los frailes anunciaran las actividades del día mediante el toque de una campanilla.

  A partir del siglo XII, la asociación del fuego con la figura de San Antón se generalizó, debido a que pasó a invocársele para que mediante su intercesión, sanase a los enfermos aquejados de ergotismo gangrenoso. Una terrible enfermedad, muy frecuente a lo largo de toda la Edad Media, causada por un hongo (el cornezuelo del centeno), que intoxicaba el cereal con el que se hacía el pan. Al comerlo, las personas contraían la enfermedad, a la que pronto se llamó “Fuego del Infierno”, por la quemazón que sentían quienes la padecían. Y después recibió el nombre de “Fuego de San Antonio”, toda vez que las víctimas se encomendaban a San Antonio Abad  buscando una cura eficaz, y que la primera Orden religiosa que se fundó para cuidar a estos enfermos fue la de los Antonianos. Los frailes y caballeros de esta Orden construyeron numerosos hospitales a lo largo de Europa occidental, siguiendo las vías que confluían con el Camino de Santiago. Sanatorios a los que los enfermos peregrinaban en busca de un remedio para acabar con su terrible dolencia. De ahí el bordón de peregrino, con empuñadura en forma de “T” (en referencia a  la letra tau de los alfabetos hebreo y griego, como símbolo de inmortalidad y salvación –adoptada  asimismo por la Orden de los Franciscanos–), que generalmente aparece en las figuras escultóricas y pictóricas de San Antón.

 Parece ser, además, que los frailes antonianos utilizaban grasa de cerdo como parte esencial de la pócima (junto a pan no contaminado) con que curaban a los enfermos. De este modo, los fieles empezaron a donar estos animales a los hospitales, distinguiéndolos con una campanilla colgada de su cuello, en señal de que podían andar libres por las calles y comer cuanto encontraran, sin que nadie pudiera molestarles ni apoderarse de ellos. De ahí la representación de San Antón junto a un cerdo encascabelado a sus pies.  

 Fue así como, sanador de almas y cuerpos, llegado el siglo XVIII, la milagrosa protección de San Antón se hizo también extensiva a los animales domésticos, generalizándose después el rito de su bendición el día en que la Iglesia celebra su festividad, es decir, el 17 de enero.

 No obstante, no podemos dejar de pensar que los ritos que tienen lugar en torno a la celebración de San Antón, sean una asimilación cristiana de ritos paganos anteriores, relacionados con el año nuevo, la protección contra las enfermedades, y la renovación de los ciclos productivos ganadero y agrícola. Ritos en que los animales domésticos y el fuego cobraban especial protagonismo, como garantes de la supervivencia de la comunidad ante la crudeza de los meses de invierno. De hecho, en el panteón de dioses de los pueblos de la Iberia prerromana, se encontraba la diosa Ataecina (asociada posteriormente a la diosa romana Proserpina), siendo su animal sagrado la cabra. Diosa de la primavera, y protectora contra las enfermedades, para invocar su protección se encendían, también por estas fechas, antorchas y hogueras nocturnas, al tiempo que grupos de jinetes procesionaban por las calles a lomos de caballerías. 


jueves, 11 de enero de 2018

Nuevo libro del escritor Ricardo Moreno, a propósito de Voltaire y el mundo actual


El escritor Ricardo Moreno reivindica  la vigencia de las ideas ilustradas del filósofo francés, frente al surgimiento de nuevos dogmas

Portada del libro
Ricardo Moreno Castillo
«Nosotros y Voltaire»
Editorial “Pasos Perdidos”, 192 pp.
Madrid, 2017
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Luis Negro Marco / Santiago de Compostela

 Parece ser que, ya a finales del siglo XVI, la universidad española habría acuñado la célebre frase de “Lejos de nosotros la funesta manía de pensar”, para desacreditar los trabajos del erudito jesuita Juan Bautista Villalpando (1552-1608), matemático, arquitecto y escritor, en quien –no obstante su sabiduría–, muchos de sus contemporáneos ilustres colegas no vieron sino “la funesta novedad de pensar”, ya que negaba que las estrellas estuvieran regidas por los ángeles, defendía el sistema de Copérnico, y afirmaba que los rayos son naturales, y  “todo ello parecía pretendía quitar el temor a la ira de Dios, con tendencia a tratar las cosas en términos poco conciliadores con los textos sagrados…”.

 “Eppur si muove” (Y sin embargo, se mueve), que es la frase que pronunció Galileo en 1633, en Roma, después de haberse retractado (para librarse así de la hoguera) ante la Inquisición de su teoría heliocentrista. Porque la verdad, como la belleza, siempre triunfa y prevalece. De ahí que a finales del siglo de Galileo comenzara en Europa un período de casi cien años de duración (que se prolongó hasta el inicio de la Revolución Francesa), conocido como “El Siglo de la Ilustración” o “El Siglo de la Razón”. Francia fue el país hegemónico en aquel tiempo, en donde surgieron pensadores y filósofos de la talla, entre otros, de D´Alembert, Condorcet, Diderot, Montesquieu y Voltaire. Todos ellos sostenían que mediante la razón humana se puede combatir la ignorancia y la tiranía, y de este modo construir un mundo mejor.

 Y fue por este motivo: por la luz que la razón arrojaba sobre las sombras de la ignorancia, por lo que se conoció  también al XVIII como  “El Siglo de las Luces”, siendo quizás Francisco María Arouet de Voltaire (1694-1778), el más importante de sus filósofos. Alumno de los jesuitas, Voltaire manifestó muy pronto tan poco apego a lo religioso,  que sus maestros llegaron a predecir proféticamente de él  que llegaría a ser en Francia el corifeo del Deísmo (la experiencia de Dios experimentada a través de la razón y no de la fe).

Ricardo Moreno Castillo, autor del libro, el día de su
presentación, 21 de diciembre de 2017, en la Facultad de
de Filosofía de la Universidad de Santiago de Compostela
Foto: L. N. M.
En 1727 conoció en Bruselas al suizo Jacobo Rousseau (autor de «El Emilio») con quien sin embargo no congenió, siendo su abrupta despedida el preludio de posteriores y constantes disputas entre los dos.  Las «Cartas filosóficas», o «Cartas inglesas», que Voltaire publicó en 1735 en París (en 1728 lo habían sido en Londres) fueron inmediatamente prohibidas por demasiado atrevidas y quemadas por mano del verdugo. En 1758 se estableció en Ferney, donde vivió los últimos 20 años de su vida, durante los cuales desplegó una asombrosa actividad literaria, redactando cuentos, novelas, folletos, poesías de todos los géneros, epístolas, tragedias, comedias, y hasta epigramas satíricos y sarcásticos, al estilo del bilbilitano Marcial.

 Voltaire supo manejar con maestría la ironía y el ridículo, convertidos de su mano en una poderosa arma literaria, pero que no fueron del agrado ni de la monarquía francesa ni de la Iglesia, pese a su excelente relación con ciertos sectores del clero francés, incluidos destacados abades familiares suyos. Escribió, no obstante Voltaire sobre la religión, destacando las obras «La Biblia comentada», y «Diccionario filosófico», que en su tiempo se interpretó como un indigno propósito de ridiculizar la religión; motivo por el cual sus obras estuvieron largo tiempo prohibidas por la Iglesia (en España, incluso durante la dictadura de Franco), hasta el punto de que, en el pasado, el calificativo de “Volteriano” sirvió para designar a la persona que manifestaba incredulidad o impiedad cínica o burlona hacia todo lo religioso. 

 No obstante, de lo que no cabe duda es que Voltaire, con su agudeza e ingenio, ejerció durante un siglo –tanto en Francia como en el resto de Europa– una influencia decisiva sobre la filosofía y la literatura que han perdurado hasta hoy. De este modo, su compatriota, el filósofo André Glucksmann (1937-2015), llegó a decir: “Europa será volteriana o no será”.  

 Ricardo Moreno, el autor de «Nosotros y Voltaire», reivindica asimismo la validez del filósofo de Verney, en un tiempo en el que la Humanidad posmoderna huye de la realidad y prefiere los monstruos goyescos del sueño de la razón a la belleza; un tiempo en el que el lirismo embriagante de los nacionalismos se impone a la solidaridad,  en el que se llama posverdad a la mentira, y en el que la tolerancia se subordina a viejos y nuevos dogmas. De ahí que la razón que sostuvo el pensamiento de Voltaire sea ahora más precisa, pues como expresó el autor en una cita de su «Dictionnaire philosophique»: “Una vez que el fanatismo ha gangrenado un cerebro, la enfermedad es casi incurable”.

martes, 2 de enero de 2018

Día de año nuevo, una fecha arbitraria del calendario

Artículo publicado en EL PERIÓDICO DE ARAGÓN el 31 de diciembre de 2017
 Cuando el uno de enero no fue día de año nuevo

La adopción de la era cristiana, durante el Medioevo, dejó en desacuerdo a los reinos de Europa, sobre qué día habría de ser el primero del año


Luis Negro Marco / Historiador y periodista

 Nuestro mundo es global y diverso, constantemente cambiante y a la vez ancestralmente inmutable, sostenido y unido por un conjunto de redes: climáticas, geográficas, económicas, sociales, culturales… y también astronómicas, hasta el punto de que el tiempo está considerado como una invisible cuarta dimensión, pero fundamental para la vida. De este modo, desde que la Humanidad tomó conciencia de su existencia, la medición del tiempo se convirtió en una tarea primordial, para procurar que las actividades agrícolas estuvieran en constante armonía con el regreso periódico de las estaciones, tomando por base, ya los ciclos de la luna (calendario lunar, que fue utilizado, entre otros, por musulmanes y hebreros), ya el ciclo de la órbita terrestre alrededor del sol. Éste  es el calendario solar, que es el nuestro, y más universalmente utilizado en la actualidad.

 Durante los siglos siguientes a la aparición del cristianismo, no se planteó la cuestión de vincular los acontecimientos de la vida de Jesús con el cómputo anual. La idea partió de un casi desconocido monje escita (Dioniso el Menor, que habría muerto en Roma, hacia el año 540), a quien se considera  fundador de nuestra actual Era cristiana  –también llamada en memoria de su creador, Dionisiana–. Su proposición data del año 532, y aun cuando fue adoptada de inmediato por la Iglesia, no se le prestó especial atención hasta mucho tiempo después. Por ejemplo, en Francia, hasta el siglo VIII, en época de Carlomagno, y todavía no figuró en los diplomas reales de este país hasta el año 1000. Sin embargo, fue a partir de esta fecha cuando en los diferentes reinos cristianos habría de generalizarse la formula «Anno Dei» (en el Año del Señor), que encabezaba muchos de los documentos oficiales.

celebraciones en el primer día del año de 2016 en Filipinas.-
Foto:
 Andrés Millán Negro
 Pero  la adopción de la era cristiana durante el Medioevo, no supuso, ni mucho menos, un acuerdo general de los distintos reinos de Europa en cuanto al día en que habría de dar comienzo el año nuevo. De este modo,  su interpretación se diversificó, haciéndolo unos reinos coincidir en el día la Encarnación; otros en el de la Resurrección, y aun otros, en el de la Natividad de Jesús. 


 El estilo de la Encarnación (modelo que fue llamado “cómputo florentino”, por haber sido empleado, con especial predilección, por la República de Florencia) hacía comenzar el año el 25 de marzo, fiesta de la Anunciación de la Virgen. Tal estilo fue utilizado en Roma por los papas desde mediados del siglo XII hasta el XVI. Finalmente, fue Gregorio XIII (cuyo pontificado tuvo lugar entre los años 1572 y 1585), quien hizo la reforma de nuestro actual calendario –el gregoriano, que lleva su nombre–, e inició el estilo moderno, comenzando el año el 1 de enero, en que se celebraba la Circuncisión de Jesús. No obstante, desde 1960 –a partir de la reforma del calendario cristiano llevada a cabo por Juan XXIII– el primer día del año está dedicado a la “Solemnidad de Santa María, Madre de Dios”, al que sigue (2 de enero) el día de “La Venida de la Virgen del Pilar”.

 En cuanto al comienzo del año en la Corona de Aragón, los reyes aragoneses siguieron el modelo de la Encarnación (25 de marzo) desde 1180 hasta 1350, año en que adoptaron el modelo de la Natividad de Jesús (25 de diciembre) hasta el siglo XVII, en que adoptaron, de acuerdo a la reforma gregoriana del calendario, el 1 de enero como día del comienzo del año.

 También estaba el llamado estilo francés, que empleo las fórmulas: «A Resurrecctione», «A Paschate», «A Passione Domini», ya que hacía empezar el año en el día de Pascua y retrasándolo por tanto, del actual, entres dos meses y veintidós días (la celebración de Pascua más temprana, correspondiente al 22 de marzo) y tres meses y 24 días, siendo el 25 de abril la fecha más tardía de su celebración.

 Y finalmente, los estilos «Véneto» y «Bizantino», usados en Venecia y Francia merovingia (el primero) y en la Baja Italia y Grecia, el segundo. El estilo véneto hacía iniciar el año en el día 1 de marzo, retrasándolo en dos meses sobre el cómputo actual, y el bizantino lo hacía empezar el 1 de septiembre.

Último atardecer del año de 2015 en Filipinas.- Foto: Andrés Millán Negro
 Caso particular fue el de Gran Bretaña, que desde el siglo XIII y hasta 1751 inclusive, comenzaba el año en el día de la Encarnación (25 de marzo). En aquel año, el país adoptó también el calendario gregoriano (hasta entonces había empleado el juliano), de manera que, a partir del 1 de enero de 1751 se contó 1752, y el año inglés de 1751 perdió los meses de enero, febrero, y veinticuatro días de marzo. Ante tal agravio y arbitraria contrariedad, que redundaba también en pingües pérdidas de salarios, Lord Cherterfield (1694-1773, protagonista de la iniciativa), hubo de oír cómo el pueblo enfurecido le reclamaba: “Devuélvenos los tres meses”.

 La Rusia de los zares también mantuvo su propio calendario, y hasta Pedro el Grande (1672-1725) su año comenzaba el día 1 de septiembre. No obstante, a partir de su reinado, en 1682, el año pasó a comenzar el día 1 de enero del año juliano (que se correspondía con el 12 del nuestro), hasta que en 1918, tras la Revolución bolchevique, Rusia adoptó también el calendario gregoriano, al igual el resto de naciones de Europa.


 Son muchos los refranes y dichos que hacen referencia al año. Incluso antiguamente, se daba este nombre (año), a la persona que caía de pareja con otra en el sorteo del baile de “damas y galanes” que era tradicional celebrar durante la Nochevieja, es decir la víspera de año nuevo. Asimismo, nuestra tierra aragonesa conserva un bonito refrán: “Cuando Guara tiene capa [nieve] y Moncayo chaperón [nubes], buen año para Castilla y mejor para Aragón”.  Feliz año nuevo.