Preservar el medio
ambiente, una responsabilidad universal
El mal de la Tierra , revierte en el de
toda la humanidad
1945 pasó a la historia como “el año de la
gran paradoja”, porque lo fue de la paz, con la finalización de la II Guerra Mundial, y de
la destrucción, con la creación del arma atómica. El 6 de agosto de 1945 el
bombardero estadounidense “Enola Gay” arrojaba su carga letal sobre la ciudad
japonesa de Hiroshima, causando la muerte a cerca de ochenta mil personas. Tres
días después Estados Unidos volvía a arrojar una segunda bomba sobre Japón, en
esta ocasión, en Nagasaki, con un efecto
igual de devastador. Desde entonces, la humanidad ha vivido y sigue viviendo
bajo el temor a un desastre nuclear que puede acabar no solo con nuestra
especie, sino también con cualquier vestigio de vida en la Tierra.
Hasta hace poco más de cincuenta años, el mar
de Aral era el mayor del Asia occidental, después del Caspio, con una extensión próxima a los sesenta y
ocho mil kilómetros cuadrados, es decir, casi un tercio más que el territorio
de Aragón. Anexionado por Rusia en 1873, en virtud de la paz de Kiva, sobre el
mar de Aral se desplegó una importante flota pesquera, dado que sus poco
saladas aguas (la afluencia de los ríos Amur-Daria y Sir-Daria renovaban continuamente su
cuenca) permitían el
Mapa física del Asia Central cartografiado en 1944. A día de hoy el mar de Aral, en esta misma escala, sería del tamaño de una gota de agua. (Atlas de Geografía Universal; Salvador Salinas; Madrid, 1944) |
desarrollo de abundantes y diversas especies piscícolas. Sin embargo, durante la década de los sesenta,
la Unión Soviética puso en marcha un plan de
trasvases de los ríos Amur y Sir-Daria, con la finalidad de regar las tierras
de cultivo de las entonces repúblicas soviéticas de Uzbekistán y Kazajistán. El
resultado ha sido que a día de hoy, la superficie del mar de Aral ha reducido
diez veces su tamaño, hasta los poco menos de siete mil kilómetros cuadrados.
Decenas de barcos varados como fantasmas, a kilómetros de distancia, unos de
otros, sobre el desierto del antiguo mar de Aral, son la espeluznante prueba
del desastre al que la
Humanidad puede estar abocada si sus acciones no son
respetuosas con la naturaleza.
El 29 de octubre de
1877, el periódico “Sunday Star”, de la
ciudad de Seattle (en el Estado de
Washington), publicaba una carta que había
sido escrita casi treinta años atrás por el Jefe Seatle, líder de la tribu de
los Duwamish, y enviada por él al entonces presidente de los Estados
Unidos, Franklin Pierce. La misiva, considerada como el primer “manifiesto
ecológico” de la historia, se enmarcaba dentro de las negociaciones que ambos
llevaron a cabo, durante meses, sobre la venta obligada de las tierras indias a
los colonos blancos, lo que abocó a los Duwamish a trasladarse a tierras muy lejanas de las que durante
siglos, habían modelado su identidad. “Debéis enseñar a vuestros hijos” –escribió
el jefe Seatle-, “lo que nosotros hemos enseñado a los nuestros: que la tierra
es su madre, y lo que le ocurre a la tierra también le ocurre a los hijos de la
tierra”.
Portada del libro: "Las Guerras Apaches"; de David Roberts; editorial Edhasa, 2005 |
De hecho, el culto a
la tierra como madre (la “Pachamama” de los quechuas y aimaras de Sudamérica)
fue una constante en la práctica totalidad de las civilizaciones antiguas. Y
aun así, alguna de ellas, como la egipcia, fue la responsable, en el siglo XII
a.C. de la primera gran devastación ecológica humana, al talar enormes
extensiones de arbolado próximas al delta del Nilo, con la finalidad de
utilizar la madera resultante para la construcción de las grandes pirámides. Y
sin necesidad de remontarnos a lejanas fechas y lugares, la aragonesa comarca de Monegros, entre
el río Cinca y la Sierra
de Alcubierre, recuerda en su nombre, «Montes Negros», que esta tierra ahora jalonada por el
desierto, fue un frondoso bosque, quizás desaparecido a partir del siglo XVI,
cuando el rey Felipe II decidió construir las naves de la “Armada Invencible”,
con la madera de las encinas monegrinas.
El 10 de diciembre de 1989,
Tenzin Gyatso, el Dalai Lama, durante su discurso de recepción del Premio Nobel
de la Paz , en
Oslo, aludía al “sentido de responsabilidad universal” para acabar
Por otro lado, del informe
que acaba de hacer público Greenpeace sobre su primera “Radiografía social del
medio ambiente en España”, se desprende que ninguna de las Comunidades
españolas supera el nivel medio, situándose la nuestra, Aragón, entre las tres
peores, junto a Valenciana y Santander. Como líneas de futuro, la Organización
recomienda seguir apostando por las energías renovables, y muestra su rechazo
al fracking y los cultivos transgénicos. Y entre los retos más urgentes, el de
incrementar los medios y recursos humanos para la prevención y lucha contra los
incendios forestales que cada verano arrasan miles de hectáreas de bosque en
España.
No somos los dueños del
planeta, sino sus inquilinos. A lo largo de millones de años, miles de especies
animales y de plantas han ido legando la tierra a otras nuevas, entre ellas la
especie humana. Somos unos recién llegados a este mundo, y tenemos el derecho,
la posibilidad, y la obligación de preservarlo y entregarlo, aún mejor, a las futuras
generaciones.
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