martes, 14 de julio de 2015

¿Qué hay de nuevo viejo? Vuelve la moda Jurásica


                                                                                                                Foto: Luis Negro Marco
Jurassic World, la reciente película de la saga Parque Jurásico, y sus paralelismos con la mitología griega y el héroe San Jorge

Luis Negro Marco / Galve

Fue el naturalista inglés Richard Owen (1804-1892) quien en 1842 inventó la palabra “dinosaurio”, derivada de las griegas “deinos” –enorme–, y “sauro” –lagarto–; denominaba con este término a un nuevo orden de reptiles terrestres que se habían encontrado en estado fósil en Inglaterra, y que para entonces, tan solo contaba con tres géneros conocidos: el “megalosauro”, el “hielosauro”, y el “iguanodonte”. A día de hoy se conocen más de mil especies de dinosaurios, y es posible, que este número no sea más que la punta de un enorme iceberg.

 Lo más curioso respecto a los dinosaurios es que quien les dio su nombre, Owen, lo hizo desde una premisa creacionista, y como artificio explícito para subvertir las ideas evolucionistas que ya bullían en una generación de
Portada del libro "Las piedras falaces
de Marrakech", de Stephen Jau Gould
Editorial Crítica;2001.- Obra en la que
el naturalista estadounidense aborda
los orígenes de la Paleontología, la
Historia Natural, la evolución, y algunas
de las consecuencias sociales de la
ciencia, como el darwinismo social de
Spencer, hasta la oveja clonada Dolly,
pasando por la eugenesia
investigadores anterior a
Darwin (1809-1882). De este modo, el paleontólogo inglés atribuyó a los dinosaurios una perfección “divina”, como la que cabría esperar del Dios creador, atribuyéndoles una movilidad extraordinaria, y especulando incluso con la idea de que la fabulosa fisiología de los dinosaurios permitía comparaciones más estrechas con los mamíferos de sangre caliente, que con los modernos reptiles de sangre fría. Por tanto contra las ideas evolucionistas, Owen concluía que el mismo cuidado que Dios había puesto en la creación de los dinosaurios, lo tuvo en etapas geológicas sucesivas de la Tierra, y muy particularmente, cuando creó a la Humanidad.

 En la mitología griega, se consideraba a Minotauro como a un monstruo, mitad hombre y mitad toro, fruto de la unión de Pasifae con un gran toro blanco que habitaba en la isla griega de Creta, mil trescientos años antes del nacimiento de Cristo. Al nacer, Minotauro fue encerrado en un laberinto, en el que se internaban a mujeres y hombres elegidos al azar, para que sirviesen de alimento al monstruo. Una vez el rey Minos hubo vencido a los atenienses, les impuso la obligación de enviar cada año a  Creta, a siete jóvenes de cada sexo. Hasta que el héroe Teseo, con la protección del hilo que le proporcionó Ariadna para que pudiese salir del laberinto, libró a los atenienses de aquel tributo, matando al Minotauro.

 Si nos detenemos un poco en este relato mitológico de la Antigüedad clásica, vemos que guarda una estrecha relación con el del héroe cristiano San Jorge, alanceando,  venciendo al dragón, y liberando de él a la hija de un rey africano a la que había secuestrado. Una historia que, a su vez, se encuentra en la práctica totalidad de civilizaciones antiguas de la Humanidad.  La figura del dragón también aparece en la Biblia, y es representada como un animal fabuloso, al que se le atribuye la figura de serpiente corpulenta y monstruosa, con pies,  alas y hasta siete cabezas –que arrojan fuego por la boca–, dotada de gran  fiereza y voracidad.

 Jurassic World vendría a representar el nuevo laberinto del Minotauro, recreado  en una nueva Creta: la imaginaria isla de “Nublar”. Aquí, el espacio del laberinto es sustituido por un colosal parque temátic
Portada del libro: "Dinópolis y la paleontología
turolense", del paleontólogo Luis Alcalá, director
del Parque temático y del Museo "Dinópolis", con
sede principal en Teruel y delegaciones en las
 poblaciones turolenses de Galve, Castellote,
Albarracín, Peñarroya de Tastavins, Riodeva, y
Rubielos de Mora. Este libro, editado en 2012,
conforma el número 27 de la colección "Cartillas
Turolenses", editada por el "Instituto de Estudios
 Turolenses", de la Diputación Provincial de Teruel
o dedicado a la exhibición de dinosaurios vivos, creados mediante genética artificial. 


 El paleontólogo estadounidense Stephen Jay Gould, ya preconizó que se trataría tan solo de una leyenda urbana el considerar la evolución de la vida en la Tierra como un hecho tan lento que resultase imposible ser detectado durante la vida de un ser humano. Quizás por ello, en “Jurassic World”, los científicos vuelven a cometer el error de Adán y Eva en el Paraíso –que comieron la fruta prohibida–, y dan un paso fatal al crear una especie nueva y terrible de dinosaurio. Una trama muy acorde con el mito de “la caja Pandora”: aquella en la que, de acuerdo a la mitología griega, el héroe Prometeo (que había salvado a la estirpe humana de la destrucción de Zeus), había encerrado con gran esfuerzo los mayores males que afectan a la humanidad. Hasta que Pandora y su esposo Epimeteo abrieron de manera temeraria aquella caja, dispersando por todo el mundo, en forma de nube, aquellos males, e infectando por siempre de maldad a la civilización. Y al igual que la mitología griega recuerda también que Prometeo recibió la cólera de Zeus cuando aquel le robó el fuego sagrado para entregarlo a la humanidad, del mismo modo la irrupción  artificial de la ciencia en las leyes naturales provocará en la isla de “Nublar” un terrible e inesperado desenlace.

 La paradoja de la espectacular Jurassic World, estriba en que los viejos dinosaurios  extinguidos hace sesenta y cinco millones, se transmutan en la pantalla en modernos héroes: “guerreros de la ecología”, simbolizando el poder absoluto de la Tierra –y no al contrario– sobre la humanidad. De manera que el “encuentro digital” entre dinosaurios y personas, entraña aquí el reconocimiento, por parte de la Humanidad, de sus propias raíces, así como la necesidad imperante de reconciliación con nuestro mundo natural: un valle de lágrimas, alegría, y maravilla sin fin.

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