lunes, 19 de diciembre de 2016

Magnífica novela de Carmen Posadas que nos acerca a la olvidada memoria negra de España

La hija negra de la Duquesa de Alba

La escritora Carmen Posadas recrea en su novela, la desconocida sociedad esclavista española de comienzos del siglo XIX

Luis Negro Marco / Santiago de Compostela

Si en todos los tiempos ha habido una sociedad de arriba y otra de abajo, no siempre la historia ha sabido poner luz en estas dos realidades, inseparables sin embargo para comprender la siempre compleja verdad histórica. La Música nocturna de las calles de Madrid, del compositor italiano Luigi Boccherini (1743-1805), puede ilustrarnos sobre un estereotipo del pueblo español de la época, al igual que los grabados de Goya sobre La Tauromaquia, pero no  del verdadero ser hispano ni de la sociedad de entonces en su conjunto. Por debajo de las intrigas de la Corte de Carlos IV y de su esposa María Luisa de Parma, manejados a su antojo por Godoy, el Príncipe de la Paz, andaban además de la nobleza de abolengo (representada por las duquesas de Alba y de Osuna), la oficialidad militar (con acreditada limpieza de sangre), la hidalguía (a partes iguales adornada de miseria y orgullo), y la casta popular de chisperos, modistillas, majas y toreros (con sus cabellos enfardados en redecillas), bailando coplillas y tiranas al compás de la guitarra.
Este libro muestra la prácticamente desconocida  historia  del casi un millón de esclavos negros que hubo en España durante tres siglos, hasta mediados del siglo XIX, y refleja y muy bien el Madrid y la Corte española de Carlos IV
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Carmen Posadas
La hija de Cayetana
Editorial Espasa, 516 páginas
Barcelona, 2016
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 Desde comienzos del siglo XVII, la trata de esclavos procedentes de África se había convertido en un negocio de escala mundial, de manera que –solo en el XVIII– fueron más de siete millones de esclavos los que se transportaron en barcos negreros desde las costas de África hasta el Nuevo Mundo. Y en el caso concreto de España, se estima que pudieron haber sido más de ochocientos mil los esclavos negros traídos a nuestro país entre 1450 y 1750. Esta masiva presencia, explicaría el hecho de que hasta bien entrado el siglo XIX, muchas de las cartillas escolares enseñaran el abecedario componiendo las letras con dibujos de personas negras. Y que, al mismo tiempo, el arte incorporara la exótica belleza de las mujeres y hombres esclavos negros en sus diferentes manifestaciones plásticas, siempre lastradas, eso sí, por el sesgo de la superioridad de los civilizados blancos europeos sobre los salvajes esclavos negros.

  Porque ni mucho menos fue la modernidad de la razón cartesiana la que acabó con las diferencias sociales. Más bien al contrario, se asentaron éstas ya no en la etérea nebulosa de la incultura medieval, sino en los sólidos fundamentos de las nuevas ciencias. De este modo el pedagogo francés La Chalotais (1701-1785) se lamentaba de que en las iglesias católicas se enseñase a leer y a escribir a gentes que no deberían haber aprendido sino a dibujar y a manejar el cepillo y la lima. Y no estaba el educador galo  hablando de esclavos, sino de la gente humilde del pueblo.
La escritora Carmen Posadas
Sin embargo, la historia de España ha dejado que la oscuridad engullera un último pero importante estrato social de la época de 1800: el grupo social de los cientos de miles de esclavos negros que en las primeras décadas del Ochocientos, llegaron a ser imprescindibles –como criados sin ningún tipo de derechos– en las casas de miles de familias españolas acomodadas, con pretensiones de adelantar un peldaño en la escala social.

 Y fue en aquellos difusos parámetros de aquella aún más difusa sociedad en los que María del Pilar Cayetana Álvarez de Toledo (1776-1802), la decimotercera Duquesa de Alba, adoptó a aquel bebé, seguramente hija de una esclava negra procedente de Cuba, a la que puso por nombre María de la Luz. Una hija adoptiva a la que – no tuvo descendencia biológica–  la Duquesa de Alba amó y protegió como propia. Goya la vio y la inmortalizó –al menos– en dos ocasiones. Una de ellas, en un grabado (que puede contemplarse en el Museo del Prado) en el que la negrita María de la Luz, aparece en manos de su madre, la Duquesa de Alba.

 Cayetana, amante de Godoy, rival de la reina, modelo y capricho de Goya, grande de España con alma de mantón de Lavapiés, falleció en extrañas circunstancias cuando todavía era joven, a los cuarenta años de edad, un cálido día de verano: el 23 de julio de 1802. Ni siquiera pudo darle un beso de despedida a su querida hija, la negrita de su vida, pero su amor a ella quedó bien patente en su testamento. La hija negra de la Duquesa de Alba, no podría heredar sus títulos por razones de su piel morena, pero sí una gran fortuna y una renta vitalicia de por vida. Aun así, aquella hermosa niña, una vez muerta su madre y protectora, ya no encontró motivo para seguir viviendo en un Madrid que, por razones de su color de piel, la relegaba de cualquier plano social. Seguramente María de la Luz volvió a la Cuba española, donde los africanos eran mayoría, y donde se le perdió definitivamente la pista;  aunque es muy posible que antes de su muerte la hija negra de la Duquesa de Alba preguntara a los  religiosos abacuás de los Orishas el porqué de un destino tan trágico y cruel para ella y los de su nación africana. 


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