sábado, 9 de julio de 2016

Las aventuras del brigadista Svejk

LAS AVENTURAS DEL BRIGADISTA SVEJK  (*)

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Luis Negro Marco / Historiador y periodista

Cuento ambientado en los dos primeros años de la Guerra Civil española (1936-1939) sobre las ficticias aventuras del ficticio personaje brigadista Svejk, inspirado asimismo en el libro “Las aveturas del buen soldado Svejk”, publicado en 1921 por el escritor checo Jaroslav Hasek, sobre las disparatadas aventuras de un soldado de su país a comienzos de la I Guerra Mundial. En el caso de este cuento, Svejk pasa a ser un atleta checo que llega a Barcelona a comienzos del verano de 1936 para participar en las Olimpiadas Populares, y que acabará enrolándose como periodista en las milicias anarquistas de Durruti en su intento de conquistar Zaragoza. Svejk conocerá a Orwell en el Frente de Huesca y a algunos de los personajes más celebres del Frente de Aragón. Participará en la Batalla de Belchite, y al final, desaparecerá misteriosamente huyendo de la purga que los comunistas emprenden contra los anarquistas y militantes del POUM tras los sucesos de Barcelona en mayo de 1937. Este cuento, también es un homenaje a “Manuscrito encontrado en Zaragoza” publicado en 1804 por el escritor ucraniano Jan Potocki.

                                            Cuento  
 LAS AVENTURAS DEL BRIGADISTA SVEJK

 Como arqueólogo, participé, a finales de 2002, en la prospección arqueológica del gasoducto de las “Cuencas Mineras”, que se extiende  desde Caspe, en el Bajo Aragón, hasta Cella, atravesando de Este a Oeste toda la provincia de Teruel.

 Cierto día de diciembre, mientras realizaba mi trabajo de control, una intensa nevada hizo que me desorientase, apartándome del trazado marcado en los planos. Sólo sabía que me encontraba a una distancia prácticamente equidistante entre Caspe y Alcañiz, en medio de un bosque de pinos, por el que deambulé durante más de dos horas sin rumbo definido.

 Aterido, con las manos entumecidas por el frío, tuve la suerte de
                                                                            Luis Negro Marco
llegar hasta una pequeña casa con el aspecto de haber sido abandonada desde hacía muchos años, pero que conservaba algo de leña en su interior. De manera que pude encender un fuego en lo que fue la cocina y sentarme a descansar sobre uno de los asientos de la destartalada cadiera. Al aposentarme en el banco, y con la finalidad de entrar en calor, empecé a golpear con fuerza mis pies contra las baldosas del suelo, y de pronto sentí el tableteo de una de ellas, que parecía no estar bien ajustada.

 Me agaché e instintivamente la levanté, advirtiendo con sorpresa que bajo ella se ocultaba una caja metálica de galletas, cuyo nombre aún se adivinaba: “Galletas Patria”, fabricadas en Zaragoza en el año 1937. La abrí con la curiosidad del periodista y la indescriptible emoción del arqueólogo ante la certeza de un descubrimiento extraordinario.

 Luis Negro Marco
En su interior, un cuaderno con tapas de hule de color negro, atadas con una cinta de seda con los colores de la bandera de la República Española y las iniciales de las organizaciones anarquistas AIT, CNT y FAI. La cinta tenía además, impreso, un sello de forma triangular, en el que se podía leer: “División Francisco Ascaso. Batallón Paso a la Idea. Tercera Compañía”.

 Deshice con cuidado el nudo y plegué la cinta, colocándola en el interior de la caja. Cogí el cuaderno y lo abrí con gran emoción. Se trataba de un diario y su cuidada caligrafía se había trazado a pluma, con tinta negra. Era un manuscrito en inglés, lengua que aunque conozco poco, sí lo suficiente como para leerlo con fluidez y comprender que se trataba del diario escrito por un brigadista extranjero que había luchado en el Frente de Aragón durante la Guerra Civil. Seguía nevando fuertemente afuera, como pude comprobar echando un vistazo a la ventana, y por la cual, sin marcos ni cristales, entraba un gélido frío vomitado por la ventisca. Ante tal expectativa, decidí concentrarme en la lectura de mi gran hallazgo, al abrigo del reconfortante calor de unas llamas que empezaban a devolver el tacto a mis manos y pies y a secar mis húmedos huesos.

 Luis Negro Marco
 El manuscrito poseía muy pocas páginas escritas, pero todas de intensa información, las cuales ahora, de memoria, reescribo: – Me llamo Franz Svejk, soy checoslovaco y tengo 23 años. Llegué a España, en junio de 1936, para participar en la Olimpiada Popular de Barcelona, como atleta, en la carrera de velocidad. Aunque me gusta el deporte, la profesión con la que me gano la vida es la de periodista. Desde hace dos años escribo en el periódico “Neue Freie Presse”, que se edita en Budejovice, la ciudad checoslovaca donde nací y en la que viven mis padres y cuatro hermanos. Las Olimpiadas, finalmente, no se llegaron a celebrar, debido al estallido de la Guerra Civil en España.

 Desde mi habitación en el Hotel Ritz de Barcelona, en donde estábamos alojados algunos de los atletas, pude ver las primeras reacciones populares contra los militares rebeldes a la República. Y el 24 de julio, en la Plaça del Palau, fui testigo de cómo el líder anarquista Buenaventura Durruti, se ponía al frente de una columna de hombres, con el objetivo de conquistar Zaragoza.

 Pronto supe que en la columna estaban integrados, al menos, cuatrocientos extranjeros, casi todos ellos anarquistas. Pocos días después, leyendo el periódico “Mi Tierra”, supe que Durruti había instalado en Bujaraloz su Cuartel General, y finalmente, el 11 de septiembre de 1936 decidí unirme a su columna, ya que aunque en mi país soy miembro de la Juventud Socialista, aprecié, desde el momento en que los conocí, el entusiasmo, los ideales y la solidaridad de los anarquistas catalanes.

De este modo, el 19 de septiembre de 1936, nuestra columna, junto con el “Batallón Malatesta”, de italianos anarquistas, llegaba a Bujaraloz. En el momento de mi filiación, al decir que era periodista y manifestar mi buen conocimiento del inglés, fui asignado a la Oficina de Prensa del Cuartel General de la “Columna Durruti”, actuando, como enlace ocasional con los mandos, del periodista estadounidense Louis Fischer.

Luis Negro Marco
Entre mis cometidos, estaban, además, los de trabajar como censor militar de la correspondencia que hasta Bujaraloz, nos llegaba de las estafetas móviles de Grañén, Siétamo, Huerrios, Angüés, Vicién, Leciñena, y Tardienta.

 Las cartas que se remitían desde Barcelona, venían con el membrete: “Correu al front”. El 15 de octubre, el recién constituido Consejo de Defensa de Aragón me propuso como corresponsal del Frente de Aragón para el periódico “El Voluntario de la Libertad”, nuevo órgano de expresión de las Brigadas Internacionales y que se iba a distribuir desde Albacete.

 Se trataba, me advirtió el comisario inglés Gustav Heilbrunn, de que nuestros camaradas de todo el mundo supiesen de la lucha que mantenemos en España, y de que cada hoja del periódico se convirtiese en una bala letal contra el fascismo.

 El 21 de noviembre, nos llegó la trágica noticia de la muerte, el día anterior, de Buenaventura Durruti en el Frente madrileño de la Ciudad Universitaria. Su deceso parece que ocurrió en extrañas circunstancias y fueron muchos los camaradas que manifestaron sus recelos hacia los comunistas. Para entonces, no era ningún secreto que ellos despreciaban abiertamente el potencial militar de las milicias anarquistas, de las que decían, era preciso quedasen disueltas y se integrasen en las Brigadas del Ejército Regular.

 Más adelante, a mediados del mes de diciembre de 1936, y para cumplir con las obligaciones de propaganda, me apresté a escribir un reportaje sobre los hospitales de sangre que se habían creado en Poleñino y Grañén. Ambos centros contaban con 36 camas y se instalaron por iniciativa de los brigadistas sanitarios ingleses.

 En la crónica y fotos que envié a “El Voluntario de la Libertad”, hice especial referencia, por excepcional, a la presencia de una mujer en el frente: la enfermera australiana Agnes Hodson, que se incorporó al hospital de Grañén, a una milla de Huesca, a finales de diciembre.

 Su valor debía servir de ejemplo para las mujeres de la República en la retaguardia. Durante los primeros días del mes de enero de 1937, anduve entre las localidades de Pina, Gelsa y Velilla de Ebro, localidad, esta última, donde unos ancianos me relataron una curiosa leyenda según la cual, en tiempos pasados, las campanas de la iglesia del pueblo tañían solas, anunciando de este modo, terribles presagios.

 A principios del mes de febrero, el general Lukasz me ordenó trasladarme al territorio comprendido entre Azaila, Lécera, La Puebla, Híjar, y Alcañiz, con la finalidad de hacer un reportaje sobre la “Columna Ortiz”, que cubría esa extensa zona de la provincia de Teruel.

 La unidad, con cerca de 5.000 milicianos, estaba bajo el mando de Antonio Ortiz Ramírez y en ella estaban encuadrados 150 brigadistas extranjeros, la mayoría de ellos, franceses. Un día acompañé a un pelotón de milicianos que hacían guardia sobre un pequeño cabezo, muy cerca del pueblo de Azaila. Para mi sorpresa, vi que nuestro puesto estaba instalado sobre un yacimiento arqueológico de época ibérica. Uno de los milicianos, que era de Azaila, me dijo que, según le habían contado, tenía casi 2.000 años de antigüedad, y que hacía diez años, había sido excavado por un marqués, encontrando muchos tesoros. “¡Fíjate: un marqués!”. Así que, a modo de desagravio de la memoria de aquellos iberos, los milicianos comenzaron a grabar en una gran losa de piedra, en letras destacadas, las siglas de la CNT y la FAI. Y yo me uní a ellos. Quizás algún día, los arqueólogos de una España libre de fascistas se interesen por los camaradas que dejamos allí huella de nuestra lucha por la libertad.

 A principios de marzo, mis funciones como periodista y censor
de Correos me llevaron hasta Alcorisa primero y Montalbán después, para hacer un reportaje sobre la “División Maciá-Companys”, que estaba operando allí. En esta localidad supimos que la columna Durruti pasaba a convertirse en la 26 División.

 Estaba claro que los comunistas estaban consiguiendo su propósito de eliminarnos a los anarquistas como fuerza militar y supeditarnos a sus órdenes. De hecho, como censor, hube de romper, para evitar males mayores, una carta que un miliciano de Alcañiz dirigía a su esposa en Valencia y en la que le decía: “¿Te has parado a pensar lo que el Fascismo supone?: hambre, miseria, desolación. Lo mismo que el Comunismo”.

 A comienzos de abril, fui llamado de nuevo al Frente de Huesca, integrándome, por necesidades del servicio, en la Compañía de Ametralladoras de Grañén que iba a ser trasladada a las trincheras de la Sierra de Alcubierre. Nuestro objetivo era la conquista de Huesca, cuyo asedio habíamos emprendido a mediados del mes de febrero. Cierto día, estando en la posición que llamaban “La granja”, muy cerca de Huesca, me dijeron que había un brigadista inglés que era escritor y periodista. Creí de interés conocerle. Se llamaba Orwell y, al igual que yo, pensaba que los comunistas intentaban acabar con el POUM y los anarquistas.

 Desgraciadamente, el tiempo le iba a dar la razón y durante la primera semana del mes de mayo, estando de permiso en Barcelona, fui testigo de una auténtica guerra civil en las calles de la capital, cuyo resultado fue el fin del partido trotskista creado por Nin. Yo mismo fui fichado, interrogado y espiado por la policía hasta que, a comienzos del mes de junio, se me ordenó el regreso al Frente de Aragón.

 En Bujaraloz, una orden firmada por el general Lukasz me apartaba de mis responsabilidades como periodista y censor de Correos. Mis nuevos cometidos iban a ser los de patrullar, montar guardia, y cavar trincheras en primera línea. Para entonces, se rumoreaba que íbamos a empezar una ofensiva sobre Belchite, con el fin de atraer hasta allí a parte de las tropas rebeldes del Frente Norte.

 Previamente al ataque, los comunistas disolvieron, el 10 de agosto, el Consejo de Defensa de Aragón, situándonos a los anarquistas como carne de cañón para el combate. Hoy, 11 de septiembre de 1937, estando en Caspe, un camarada suizo me ha informado de que un comisario de las Brigadas de su país, Otto Bruner, me estaba buscando bajo la acusación de espionaje y sublevación por los sucesos de Barcelona.

 Al estar en posiciones de avanzada, he podido evadirme sin dificultad. He caminado toda la noche hasta llegar a esta casa destruida y abandonada, donde he decidido esconder mi diario. Quizás un día pueda volver a recogerlo a una España unida al resto de las democracias mundiales, por la que tantos hemos luchado, desde las trincheras de la libertad.

– Me desperté de repente. Me había quedado dormido y contemplé, estremecido, cómo ardían los últimos restos de las tapas de plástico de aquel diario que, en mi somnolencia, tras leerlo con pasión, se me había escurrido de entre los dedos y caído sobre las llamas. Pero su contenido permanece íntegro en mi memoria, tal y como lo acabo de relatar. Y aún hoy, muy a menudo, me pregunto sobre el brigadista Svejk y el misterioso destino que le pudo acontecer.
  (*) Este cuento fue publicado en un libro coral de relatos por la Asociación de la Prensa de Aragón, en 2011.

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