(Artículo publicado en EL PERIÓDICO DE ARAGÓN el 10 de febrero de 2018)
Carnaval, de qué va
Luis
Negro Marco
Carnaval, tiempo de máscaras del que Momo,
hijo de la Noche y del Sueño –según la mitología griega– es el rey. Personaje
ocioso y satírico del que el jesuita aragonés Baltasar Gracián (1601-1658) dijo,
en «El
Criticón», es
como un “duendecillo, provocador de
chismes y hablillas”, cuya definición nos retrotrae a las chirigotas de los
carnavales de Cádiz.
Y de Momo, deriva la palabra mamarracho,
del árabe muharrad (bromista, bufón), con su forma momarrache (“gesto
de burla y mofa”) y mamarracho
(persona que viste de forma ridícula). Otros
personajes carnavalescos son los zarragones
a los que Sebastián de Covarrubias (1539-1613) en su «Tesoro de la lengua
castellana»,
definió como “moharraches o botargas que en tiempos de
carnaval salen con mal talle, espantando a los que topan”. Asimismo, según el diccionario de María
Moliner, el término botarga vendría del nombre de un cómico italiano del
siglo XVI, llamado Bottarga, vestido
con viejos calzones. Así, entre otras de sus acepciones, la palabra botarga
devino en “sinónimo de gracioso, o pelele que se usaba en las fiestas de
toros”.
Y a su vez, pelele refiere a una figura
humana hecha de trozos de tela y paja que se sacaba antiguamente a la calle durante
el carnaval, y cuya efímera existencia acababa con su quema, en la noche de
martes de carnaval. A este pelele se le conoce en los carnavales de la
localidad oscense de San Juan de Plan con el nombre de peirot. Palabra a
su vez emparentada con la valenciana parot: un tipo de perchas en que
los carpinteros colgaban sus abrigos y que, llegada la primavera (al poder
prescindir ya de ellos), quemaban.
En Aragón tenemos además la palabra peirón,
la cruz de piedra situada al lado y en el cruce de los caminos, dedicada a la
Virgen o a un santo. Elemento artístico muy similar a los padrãos con que los navegantes portugueses marcaron, a los largo
del siglo XV, los límites de las tierras por ellos descubiertas en la costa
occidental de África. Así mientras peirones y padrãos son
marcas de límites y normas, el carnaval las desmarca (de ahí la simbólica quema
del meco o peirot) constituyendo su celebración una temporal –aunque necesaria–
transgresión de lo cotidiano (para expiar males, culpas y defectos) antes de la
vuelta a la normalidad.
Curioso también es constatar la común raíz de
las palabras padrão, peirot, peirón y Pierrot, éste último, el conocido
personaje carnavalesco de la comedia
italiana del siglo XVI y que ha llegado hasta nosotros en diversas imágenes,
incluida la del arlequín. No acaban
ahí las coincidencias lingüísticas y de personajes carnavalescos, por cuanto Pierrot
guarda a su vez gran semejanza expresiva
con parrot y perrot (con el significado de “loro” en inglés y francés, respectivamente) el ave que hace reír
repitiendo frases de las que desconoce su significado. Igual que quien habla
como un papagayo. Por eso, en la Francia del siglo XV, se empezó a llamar perruquets
(loros) a los nobles con peluca. Y peliqueiros
(por la que portan en sus cabezas), es también el nombre que reciben algunos de
los principales personajes del carnaval en Galicia.
Contemplado en conjunto, el carnaval se erige
como una genuina manifestación en que se evidencia la íntima relación existente
entre el mundo de los signos y el de las relaciones humanas.
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