Luperco, fue el nombre que los romanos dieron
al dios de la naturaleza, al que los griegos llamaron Pan. Y las Lupercalia fueron las fiestas que,
durante siglos, en su honor, se celebraron anualmente en Roma. Manifestaciones
que tenían su punto álgido el día 15 de febrero, y estaban estrechamente
relacionadas con la luz y el calor de la primavera próxima, la fertilidad y el renacimiento
de la naturaleza. En aquel día, grupos de jóvenes, con un cinturón ceñido a la
cintura, corrían por la ciudad zurrando a cuantos encontraban con correas de piel,
al tiempo que las mujeres tendían las manos para que les pegaran en ellas, en
la esperanza de no quedar estériles, o evitar los dolores del parto.
Con la llegada del cristianismo, la tradición
fue asimilada y transformada, de manera que a finales del siglo V, el papa Gelasio I dedicó
el 14 de febrero a San Valentín, muerto en Roma, bajo las persecuciones del
emperador Claudio II, en el año 270. A partir de entonces, las Lupercalia se
transmutaron en una apelación a la juventud cristiana para que sintiera la
necesidad de consagrar su unión a través del sacramento del matrimonio, como garante
de fortaleza (valens) y de un futuro
de prosperidad y felicidad para ellos y su descendencia.
La fiesta continuó celebrándose, y llegado el
siglo XIV, el poeta inglés Geoffrey Chaucer
(1343-1400) la mencionó en uno de sus versos: “Todas las aves buscan su pareja en el día de San Valentín”. Igualmente, desde el siglo XVI –al menos–
en naciones como Inglaterra, Italia y Francia, se celebraban las fiestas «Valentinas».
Las mismas tenían lugar en la víspera y en el día de
San Valentín, siendo sus protagonistas las parejas que habían contraído
matrimonio en el año en curso, así como los jóvenes solteros de ambos sexos,
que
recibían el nombre de «valentinas» y «valentines». Los ya casados realizaban un sorteo para formar las parejas de quienes aún seguían solteros. A partir de ese momento el joven contraía la obligación de obsequiar con regalos a su pareja y ser galante con ella. En caso contrario, llegado el domingo que marcaba el ecuador de la Cuaresma, la joven anulaba la relación, teniendo el derecho añadido de poder quemar un muñeco de paja, que evocaba la efigie del joven descortés, ante la puerta de su casa. A pesar de todo, muchos fueron los matrimonios que se materializaron gracias a esa costumbre ancestral que perduró hasta el siglo XIX.
recibían el nombre de «valentinas» y «valentines». Los ya casados realizaban un sorteo para formar las parejas de quienes aún seguían solteros. A partir de ese momento el joven contraía la obligación de obsequiar con regalos a su pareja y ser galante con ella. En caso contrario, llegado el domingo que marcaba el ecuador de la Cuaresma, la joven anulaba la relación, teniendo el derecho añadido de poder quemar un muñeco de paja, que evocaba la efigie del joven descortés, ante la puerta de su casa. A pesar de todo, muchos fueron los matrimonios que se materializaron gracias a esa costumbre ancestral que perduró hasta el siglo XIX.
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