El
día de la victoria
Luis
Negro Marco
Aquel
lunes, 5 de marzo de 1838, los primeros rayos de sol habían acariciado los
tejados de Zaragoza a las seis y cuarto de la mañana. El santoral del
calendario indicaba que era la festividad de San Eusebio papa y cristianos mártires. Hacía apenas una semana, el
27 de febrero, la capital aragonesa había vivido con alegría el martes de
Carnaval, que en Madrid se había celebrado con suntuosos bailes de máscaras, en
salones y calles de la ciudad.
El 5 de marzo de 1838, el «Diario de Madrid» anunciaba en su sección de “Diversiones púbicas”, que en el Teatro del Príncipe
de la capital de España se volvería a poner en escena «Los amantes de Teruel», el afamado drama de Juan Eugenio Hartzenbusch. También se podían leer,
en las hojas del día, noticias anunciando la venta de bienes desamortizados a
la Iglesia, los cuales lejos de revertir en beneficio del estado llano, habían
supuesto un balón de oxígeno para la nobleza, los caciques y la burguesía más
anquilosada. Parecería, incluso, que aquel desastre desamortizador hubiera sido
la principal fuente de inspiración para al escritor siciliano Tomás de
Lampedusa, a la hora de escribir, más de un siglo después, «Il Gattopardo», novela en
que insertó la célebre máxima definitoria de siglos de historia: “Es preciso
que todo cambie para que todo siga igual”.
"En aquel frustrado asalto resultaron muertos en torno a 300 soldados carlistas, y varios defensores de la ciudad, incluido el general Juan Bautista Esteller..." |
El motivo de aquella terrible guerra fue la
disputa suscitada por la sucesión al trono de España. Por un lado se
posicionaron los defensores de la legalidad sucesoria vigente en España a la
muerte del rey Fernando VII (acaecida el 29 de septiembre de 1833). Legalidad representada
por su hermano, Carlos María Isidro de Borbón (Carlos V), cuyos partidarios
recibieron el nombre –por el suyo– de carlistas.
Y frente a ellos, quienes proclamaron reina (con el nombre de Isabel II) a la
hija del difunto rey, en cuya minoría de edad ejerció las
responsabilidades del trono, en calidad de regente, su madre María Cristina. De
ahí que sus partidarios recibieran los nombres, indistintamente, de isabelinos o cristinos.
Escudo real carlista
Zaragoza recibió por su victoria la inmediata felicitación
del general Espartero (quien años después –el 3 de diciembre de 1842–, autoproclamado
regente, en lugar de la regente María Cristina, ordenaría un terrible
bombardeo contra Barcelona, ciudad de la que llegó a decir, “había que bombardear al menos una vez cada
50 años"), al tiempo que la reina
gobernadora, María
Cristina, otorgaba a la ciudad el título de «Siempre heroica», y los laureles de la victoria, que aun a día de hoy adornan el escudo de Zaragoza.
Cristina, otorgaba a la ciudad el título de «Siempre heroica», y los laureles de la victoria, que aun a día de hoy adornan el escudo de Zaragoza.
Este año, en que se cumple el redondo centésimo octogésimo aniversario
de aquel episodio histórico, hubiera sido una buena oportunidad para tratar de encontrar
una alternativa razonable a la fiesta de la Cincomarzada, y estudiar si deberían permanecer el título y
símbolo de la ciudad, a los que antes se hacían referencia, pues fueron
otorgados sobre la sangre derramada de aragoneses. Pero, un año más, todo sigue
igual.
La fecha del 5 de marzo de 1838 para Zaragoza ocupa
el privilegiado espacio de la Historia, y desde ese prisma historiográfico se
debería abordar su estudio e investigación. Elevarla a la categoría de victoria
de las libertades frente a la tiranía, sería peor que una posverdad histórica. Sería un error.
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