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Musealizar la vida
Musealizar la vida
"Muñeira".- Museo do Pobo Galego .- Santiago de Compostela.- Mayo 2019.- Foto: Luis Negro |
Luis Negro Marco
Los museos son como
una encrucijada de caminos en que cada cual decide la dirección que ha de
tomar. Porque existen museos para recordar,
para disfrutar, para caminar, para degustar, y para descubrir un sinfín de
aventuras que de no haber traspasado el umbral de las puertas de un museo jamás
hubiéramos podido siquiera imaginar. En los museos, las musas que los habitan
no pasan de nadie sino que se enredan como alegres medusas en las cervices de los visitantes, mesando sus cabellos,
incentivando su curiosidad y las ansias por saber.
Musealizarnos más
es quizás lo que precisamos en este mundo cada vez más carente de referentes y
de virtudes sin las cuales difícilmente se puede ser feliz. Porque los museos
son la fuente de cuya agua es preciso beber, pues de ellos manan las
ejemplarizantes artes humanas que a todo gran pueblo siempre acompañan.
Son también los
museos sedes del talento, por tanto de riqueza, ya que al igual que ahora es
sinónimo de inteligencia, en un principio sirvió la palabra talento para
denominar a una moneda, de cuyo buen uso se pueden derivar las mejores obras
para el bien común. Sería por tanto de destalentados dejar pasar la oportunidad
de entrar en los talentosos museos y beneficiarnos de los grandes valores (otra
vez lo monetario enredado con las virtudes) que atesoran.
No son tampoco los
museos espacios cerrados, sino abiertos a la imaginación y a la fantasía de, como en “Una noche en el
museo”, sus piezas pudieran recobrar actualidad y vida y de cómo sería tan
estrambótica interacción. Porque en los museos es preciso cambiar nuestros
habituales parámetros de pensamiento y realizar un ejercicio de abstracción,
pues de otro modo será difícil superar el ruido y la barrera que se alzan desde
las vitrinas entre nosotros y las piezas que contemplamos.
Así mismo, los
museos nos identifican en lo histórico y humano. “Esto lo conocí, lo viví. Ahí
estuve yo” son algunas de las recurrentes frases que se pueden oír a menudo por
boca de nuestros mayores en sus visitas a los museos etnológicos. Ropas, aperos
de labranza, instrumentos musicales, recuerdos de cuando la guerra… Un pasado
que, aun avanzando, sin mirar atrás, hacia el futuro, es necesario conocer, o
de otro modo será hacia ese ignorado pasado al que inexorablemente nos
dirijamos. Pues como glosa la conocida sentencia: “las naciones que desconocen
su historia están condenadas a repetirla”.
Lo que no son los
museos, son estaciones abandonadas en las que ya no se alberga la esperanza de
escuchar el silbido de la llegada de ningún tren. Bien al contrario,
constituyen esenciales puntos de confluencias y encuentro; concurridas puertas
de salida hacia un más próspero y solidario desarrollo de las sociedades
modernas. Faros de la creatividad alumbrando el rumbo hacia la esperanza de un
mañana mejor. Calzadas de peregrinación, rutas universales de fraternidad sin
descartes ni exclusiones. Una meta para la cual no hay otro machadiano camino
que el que cada caminante marca al andar. ¡Que las musas te acompañen!
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