martes, 13 de agosto de 2019

Agosto recibe su nombre del emperador Augusto, al igual que Julio de Julio César

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El mes de Augusto

Luis Negro Marco 

También popularmente conocido en España como el de “cerrado por vacaciones”, nuestro mes de agosto, el octavo del año (palabra que proviene de la latina «annulus» –anillo– aludiendo así al perpetuo y circular ciclo del tiempo) fue el sexto del cómputo anual romano, que comenzaba en el mes de marzo; de ahí que recibiera el nombre de «mensis sextilis» –sexto mes– hasta que, en el año 8 antes de Cristo, el emperador Augusto (63 a.C. – 14 d.C.) le dio su propio nombre (del mismo modo que en el año 44 a.C. «Quintilis» recibió el nombre de «Julius» –nuestro mes de julio– en honor de Julio César, padre de Augusto), a fin de que sirviera de recordatorio de los numerosos y felices acontecimientos que, bajo el reinado del emperador César Augusto (de cuyo nombre proviene el de Zaragoza) sucedieron en aquel más que bimilenario e histórico mes de verano.

Y si el imparable cambio climático, que de un tiempo a esta parte nos afecta, está elevando
las temperaturas, alargando las calores más allá del estío, hasta hace tan solo unas décadas no fue así, y si no, ahí está el cada vez más desfasado refrán: “En agosto, frío en el rostro”. También fue el mes de las cosechas (que ahora se adelantan incluso hasta finales de junio), y por tanto tiempo de bonanza, hasta el punto de que la expresión “hacer el agosto” o “el agostillo” equivalía a hacer un buen negocio o lograr buenos ingresos económicos debido a unas favorables circunstancias.
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  -Augusto de Prima Porta.- 
         Museo Vaticano-
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Era también el mes de los «agosteros», los mozos que se desplazaban desde otros pueblos o regiones (por ejemplo, los que iban desde Galicia –donde no hay apenas cereal– a Castilla) en busca de un jornal, ayudando a los segadores, tirando de hoz, dalla y zoqueta de madera para proteger los dedos de la mano de indeseables cortes.  Pero también había otro tipo de «agosteros»: eran los frailes que enviaban las Órdenes religiosas durante el mes de agosto para recoger por los pueblo las limosnas del trigo y otros granos.

Y de agosto, deriva la polisémica palabra «agostar», aplicada al campo, cuando el excesivo calor hacía que secaran o abrasaran los sembrados y se marchitaran las flores. Y por derivación, el verbo «agostarse» hacía referencia a la actitud que tomaba una persona cuando veía desvanecida su dicha o sus esperanzas. Pero también se producía la acción de «agostar» cuando los pastores llevaban a los ganados a pastar en los rastrojos que quedaban en las piezas una vez cosechada la mies; y allí pasaban el día, hasta que por la noche las ovejas eran conducidas a los «agostaderos», es decir, a los apriscos de verano, muy próximos a los campos de rastrojeras.  Y por último también era “agostar” el labrar la tierra durante el mes de agosto.

Y como en la fábula de Esopo sobre la cigarra y la hormiga, quien solo disfrutaba del calor, rehuía de trabajar de sol a sol y vivir de la agostera siega ajena, recibía el nada ennoblecedor nombre de «agostador», es decir la persona que disipaba los bienes ajenos, despilfarraba o malgastaba la hacienda de otros.

Y finalmente, también es agosto el que precede a septiembre, el tradicional mes de la vendimia (si bien las calores tan altas de este año ya han provocado que en algunos lugares de Andalucía la vendimia se haya adelantado a agosto), y así ambos meses van hermanados en este didáctico refrán: “Agosto y vendimia no es cada día y sí cada año; unos con ganancia, y otros con daño”. Y como prueba, las temibles y agostadoras tormentas con granizo tan habituales en verano, para cuya prevención se encendían estufas en los cabezos alimentadas con carbón vegetal, en la esperanza de que el humo disipara las amenazadoras nubes negras. Y también se lanzaban contra ellas grandes cohetes, pues se creía que la explosión podría disolver sus cristales de nieve.

Así mismo es agosto el mes más festivo del año. Y por cierto también en la antigua Roma existieron unas importantes fiestas llamadas «Augustales», creadas en el año 19 a.C. para celebrar el victorioso regreso de Oriente del emperador Cesar Augusto, las cuales se celebraban entre el 5 y el 12 de octubre. Finalizaban, pues, el día del Pilar; y es que hasta en eso se nota a día de hoy que Zaragoza es una maravillosa y hermosa ciudad Augusta.

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