Ingeniería, agudeza y arte del ingenio
Luis Negro Marco / Zaragoza
“Reformar con el arte los defectos de la
Naturaleza”. Esta era una de las máximas que inspiraron al Cuerpo de Ingenieros
del Ejército español creado a instancias de Felipe V en 1711, aún no finalizada
la Guerra de Sucesión en España. Una buena definición de lo que es la
Ingeniería, ciencia principal de la transformación constante de la Naturaleza
por parte de la Humanidad –generando arte a la vez– para contribuir al
bienestar de las sociedades.Y la Ingeniería concebida como patrimonio
cultural es la idea que ha venido inspirando durante diez
años la magnífica
colección “Técnica e Ingeniería en España”, cuyo tomo VII (titulado “El Ochocientos, de las profundidades a las
alturas”) fue presentado el jueves, 12 de diciembre, en el salón de
actos de la Diputación Provincial de Zaragoza. La colección, única en su género
hasta ahora en España, está coordinada por el catedrático de Informática de la
Universidad de Zaragoza, Manuel Silva Álvarez y ha sido publicada conjuntamente
por la “Institución Fernando el Católico” de la
Diputación Provincial de
Zaragoza, la “Real Academia de Ingeniería” y “Prensas Universitarias” de la
Universidad de Zaragoza, con el apoyo del Gobierno de Aragón. El acto de presentación de este volumen fue
presidido por el Vicepresidente de la Diputación de Zaragoza, Francisco
Artajona, a quien acompañaron el Rector de la Universidad de Zaragoza, Manuel
López, el director general de Investigación e Innovación del Gobierno de
Aragón, Miguel Ángel García, el consejero delegado de la empresa aragonesa BSH
Electrodomésticos, José Longás (quien hizo la presentación previa del libro), y
el vicepresidente de la Real Academia de Ingeniería, Javier Aracil. Asimismo,
el editor de la colección, el profesor Manuel Silva, intervino para desvelar los
pormenores y contenidos de este enciclopédico libro en edición de lujo (con
casi 900 páginas y 200 ilustraciones) que además incluye un cedé completo del
tomo II de la colección, con tres interesantes bloques de vídeos dedicados
respectivamente a las almazaras (prensas de aceite), las prensas para hacer
vino y algunos de los antiguos molinos y hornos de mineral en España. “El
Ochocientos” –ámbito del trabajo histórico, arqueológico y artístico de la
Ingeniería en España que aborda este libro– es visto aquí desde el ámbito
europeo del “Gran Siglo XIX”, que comprende desde la Revolución francesa de
1789 hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial, en 1914. Asimismo, el
título del volumen es bien definitorio de su contenido, que desarrolla ciencias de la Ingeniería propias
de las profundidades de la tierra (mineralogía, geología, paleontología
–estudio del pasado de la vida en la Tierra a través de sus registros fósiles–
y de las aguas, pues fue un militar español, Isaac Peral, quien inventó y
submarino del mundo, botado en septiembre de 1888 junto a
las costas de San Fernando de Cádiz. Sin embargo, el gobierno español desechó
este proyecto, rápidamente desarrollado por Italia, país al que años después
hubo de comprar España, para su Armada, unos submarinos que habían sido
fabricados –ironías del destino– con patente española. Pero también encontramos en este libro la
Ingeniería de las alturas, pues fue en el genérico “Ochocientos”, cuando se
desarrollaron los primeros momentos de la navegación aérea; desde que en junio
de 1783 los hermanos Montgolfier hicieran volar en Francia el primer globo
aerostático (no dirigido), pasando por los dirigibles (los famosos “zeppelines”
que llegaron a hacer rutas de transporte intercontinental de pasajeros) en cuyo
diseño destacó el español Torres Quevedo, inventor en 1905 del dirigible
autorrígido, el primero que permitía viajes de largo alcance, y cuya patente
–ante el desinterés una vez más del Estado español– fue comprada por la empresa
francesa “Astra”. Y así hasta el 17 de diciembre de 1903, fecha
en que los hermanos Wright (estadounidenses) hicieron volar el primer avión,
aunque eso sí, impulsado desde una catapulta; aquel aeroplano logró hacer un
corto recorrido antes de estrellarse contra el suelo, pero fue un hito que hizo
posible el posterior desarrollo de hidroaviones y aeroplanos de hélice cuyas
escuadrillas (trabadas en memorables combates aéreos, que convirtieron en
héroes a sus pilotos) mostraron gran eficacia militar durante la Primera Guerra
Mundial. Este libro también pone de
manifiesto cómo
España se incorporó con un notable retraso a la Revolución Industrial. Así, por
ejemplo, mientras nuestro país inauguraba su primera línea ferroviaria
(Barcelona-Mataró) en 1848, hacía 37 años que el ingeniero inglés Blenkinsop ya
había construido una locomotora de vapor
(idea patentada en 1784 por el también inglés James Watt), a la que
curiosamente llamó “locomotora Salamanca”. Las causas del retraso industrial
español se encuentran en la política arancelaria del Estado a lo largo del XIX,
que favoreció la importación de los productos manufacturados (acero, raíles,
locomotoras…) que, paradójicamente se construían con materia prima española.
Asimismo las luchas dinásticas internas, así como las guerras en Cuba y
Marruecos, hicieron muy difícil el desarrollo industrial de España a lo largo
del XIX. Por otro lado, la falta de una política
inversora por quienes poseían el dinero
(grandes terratenientes, la nobleza de
sangre, la Iglesia y una burguesía a medio camino entre la “Tradición” y la
“Modernidad”) hicieron irrealizable el
desarrollo de otra industria que no fuera la agro-alimentaria, basada en la
tríada mediterránea (vino, trigo y aceite). No obstante, a comienzos del siglo
XX, y gracias a la proliferación del carbón de coque como combustible en las
fábricas, se desarrolló en España –próxima a las explotaciones mineras– la
industria siderúrgica de los altos hornos, tanto en Asturias como en el País
Vasco. Al mismo tiempo, en Cataluña, desprovista de los combustibles fósiles
del Norte, se creaba una importante industria textil, alimentada con la energía
eléctrica generada por los abundantes
saltos de agua de su territorio. A destacar también de este libro el apartado
que dedica al desarrollo de la política forestal en España, en el que desempeñó
un papel determinante, a comienzos del siglo XX, el Cuerpo de Ingenieros de
Montes, sobretodo en cuanto a la salvaguarda del monte público se refiere;
gracias a su labor surgió en 1916 la figura de los Parques Nacionales, lo que
convirtió a España en país pionero de la protección de la Naturaleza. Y es que la imagen de las máquinas
convertidas en enemigas implacables de la Humanidad solo son reales (y eficaces
en taquilla) en las grandes pantallas de cine. La maquinaria, y las grandes
obras, han sido, desde los comienzos de la Humanidad, fruto de la Ingeniería,
es decir de la “Agudeza y Arte del Ingenio” de las personas.
Portada del libro editado por la "Institución Fernando el Católico" de la Diputación Provincial de Zaragoza.- Foto: L.N.M. |
Primer Mapa Geológico de España, a Escala: 1: 500.000, obra de Joaquín Ezquerra del Bayo, quien lo realizó en el año 1850.- |
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